La contrarreloj del colegio aséptico

El retorno a las escuelas revoluciona centros como los navarros, los primeros en reabrir

La directora, Ana Rascón, saluda a Adrián Lezaun, un alumno del colegio Azpilagaña de Pamplona.Javier Hernández

Cuatro niños disfrutan del patio como si más allá de las vallas del colegio el mundo no hubiese cambiado por completo. Corren, saltan al juego de la rayuela y ríen con la mascarilla como único signo de que el retorno al aula será más extraño que nunca. Lejos quedan aquellos septiembres cuando las principales preocupaciones de las familias eran forrar los libros sin que quedaran burbujas en la portada, remendar el chándal del año pasado para sortear un nuevo gasto...

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Cuatro niños disfrutan del patio como si más allá de las vallas del colegio el mundo no hubiese cambiado por completo. Corren, saltan al juego de la rayuela y ríen con la mascarilla como único signo de que el retorno al aula será más extraño que nunca. Lejos quedan aquellos septiembres cuando las principales preocupaciones de las familias eran forrar los libros sin que quedaran burbujas en la portada, remendar el chándal del año pasado para sortear un nuevo gasto y lidiar con los berrinches de chavales que no quieren regresar a la escuela.

El frenesí intramuros del colegio público Azpilagaña de Pamplona evidencia una vuelta al cole inaudita. Toca implementar los protocolos sanitarios de la consejería de Educación de Navarra, preparar al detalle planes tanto preventivos como reactivos ante el dichoso coronavirus y adaptarlo todo, absolutamente todo, a un contexto de pandemia. Las clases comenzarán entre el 4 y el 7 de septiembre y los centros luchan contra reloj para evitar fallos. La estampa en esta escuela de las afueras de Pamplona, donde los campamentos municipales han retrasado la aplicación de unos esquemas minuciosamente elaborados, muestra el contraste de montones de libros de Lengua y Matemáticas que cohabitan en el comedor con bidones de gel hidroalcohólico. Unos metros más allá, unos palos de madera para delimitar el patio: adiós a esos recreos donde marabuntas infantiles desconectaban de la lección entre bombardeos de balones de origen incierto.

La directora, Ana Rascón, suspira. Sabe que más no pueden hacer para enfrentarse a ese enemigo invisible cuando recuperen la actividad el día 7. Los esfuerzos se centran en pulir cada detalle: cómo accederán los alumnos al edificio, cómo evitar que coincidan distintos grupos, cómo reaccionar ante eventuales contagios, cómo enseñarles a niños de cinco años que no pueden acercarse a sus amigos de la clase de al lado. “El esfuerzo es enorme”, recalca. Los habituales cambios educativos anuales se quedan en minucias al compararlos con una era en la que hay que aislar a cada clase en “aulas burbuja” para minimizar contactos. Rascón destaca que esta labor resulta crucial para que un alumnado que sufrió sobremanera el confinamiento de primavera regrese no solo a la vida educativa, sino a la social: “Nos sorprende lo que sienten los niños, han estado mucho tiempo parados”. Es una incógnita, prosigue, cómo se adaptarán: “La interacción y la socialización quedaron en un segundo plano”.

Josu y Adrián Lezaun y Ainhoa y Andoni Villanueva, alumnos del colegio Azpilagaña de Pamplona, juegan en el patio a unos días de volver a las clases.Javier Hernández

La dolorosa cuarentena sigue fresca en la memoria infantil. Josu y Adrián Lezaun y Ainhoa y Andoni Villanueva, de entre seis y 10 años, recuerdan con horror esas semanas de aislamiento. Más división muestran al hablar del retorno escolar: Josu tiene ganas porque “eso de estar encerrados…”; Ainhoa relaja la euforia: “Bueno, no tantas”. Al menos podrán reencontrarse con sus amistades más allá de las frías pero agradecidas videoconferencias. Andoni admite que las cuatro primeras semanas fueron llevaderas, pero que después acabó pataleando por el suelo: “Se me subió la sonrisa cuando pudimos salir”. Adrián reniega: “No me gusta nada el cole, lo peor es el comedor”. Más contento está con su mascarilla con dibujos de perros, a la que ya se ha acostumbrado.

Conciliación

Las madres les han inculcado, incluso hasta el agotamiento, aquello de respetar la distancia social, embadurnarse las manos de gel y cubrirse nariz y boca. Los menores han entendido ese largo etcétera, explican Olga Olloqui y Katy González, también integrantes de la asociación de padres y madres del Azpilagaña. La primera dice estar tranquila, con una seguridad de “un 12 sobre 10”, pues agradece los esfuerzos del colegio y confía en que todo irá bien. “Nadie se preocupa por la salud mental de los niños más allá del bicho”, advierte, y es que su hijo Andoni lamentaba mirar por la ventana y ver a perros de paseo mientras él quedaba recluido. Incluso se enfadaba con Pedro Sánchez cuando anunciaba otra prórroga del estado de alarma. González recuerda que esta circunstancia examinará la capacidad de conciliar para las familias: ella ha pedido una excedencia para cuidar de sus hijos. Otras, plantea, tendrán más problemas para encargarse de ellos ante contagios que los devuelvan a casa. Los abuelos, eterno recurso ante catarros o contingencias varias, quedan descartados.

El “ya veremos” se convierte en un escenario constante para vaticinar la vida posterior al día 7. María Rodríguez, presidenta de la Asociación de padres y madres Herrikoa, mayoritaria en Navarra, valora los protocolos y avisa de todo lo que está en juego: “Podemos tener una generación de jóvenes marcados por la pandemia”. “Las familias no podemos volver a llevar el peso de la educación”, apunta. Ana Rascón, que detalla de carrerilla hasta cómo han repartido los baños para los 400 alumnos del centro, pide que los adultos desempeñen un rol activo en insistir en las recomendaciones sanitarias a los pequeños. La secretaria y maestra Cristina de Miguel resalta el papel del profesorado y bromea: “¡Cuántas mascarillas se van a perder!”.

Quedan unos días para que los niños regresen a esos pupitres y sillas verdes frente a la pizarra. Hasta entonces, disfrutarán de este inaudito verano de achuchones prohibidos. Un verano en el que han aprendido el significado de pandemia, cuarentena, convivientes o covid-19. Y una saturación informativa que les ha anticipado malas noticias, como anuncia Andoni: “Ayer vi en el periódico que han quitado el balón”. Ainhoa se consuela: “Siempre podremos abrazar a las almohadas”.

El niño Adrián Lezaun juega en el patio con su amiga Ainhoa Villanueva al fondo en el colegio Azpilagaña de Pamplona.Javier Hernández

Un reto para el profesorado

Los 11.445 profesores navarros, repartidos en 316 centros con casi 110.000 alumnos, encaran este curso con un nuevo rol: la vigilancia sanitaria. Cristina de Miguel cree que deberán concienciar con juegos. Ella optará por las manualidades: pedirá a los niños que creen un sobre para guardar la mascarilla cuando deban retirársela.

Navarra, asimismo, cuenta con unos 18.000 estudiantes entre la universidad pública y la privada. Las mascarillas serán obligatorias en este entorno, donde destaca la presencia de jóvenes de otras comunidades o países, hasta el 45%, clave de cara a la movilidad o posibles cierres de fronteras ante la expansión del virus.

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