Escaparse al campo, un respiro durante la pandemia
Cansados del confinamiento en apartamentos, las familias brasileñas buscan descansar en casas de campo. La venta de casas, con más espacio, también ha crecido en los últimos meses
“Eran poco más de las cinco de la mañana cuando el gallo se puso a cantar. Mi hijo de tres años se despertó y dijo, repetidamente: ¡el gallo está cantando! Amanecimos así durante una semana”. Este relato, que le podría parecer un martirio a quien pretendía librarse de la rutina de cuarentena impuesta por la pandemia de la covid-19, en realidad ha sido una alegría para la familia de la funcionaria Mônica Bernardo, de 40 años. Durante siete días, ella, su marido y sus tres hijos dejaron el apartamento de 90 metros cuadrados en el que viven en Brasilia para viajar 50 kilómetros hasta un alojamien...
“Eran poco más de las cinco de la mañana cuando el gallo se puso a cantar. Mi hijo de tres años se despertó y dijo, repetidamente: ¡el gallo está cantando! Amanecimos así durante una semana”. Este relato, que le podría parecer un martirio a quien pretendía librarse de la rutina de cuarentena impuesta por la pandemia de la covid-19, en realidad ha sido una alegría para la familia de la funcionaria Mônica Bernardo, de 40 años. Durante siete días, ella, su marido y sus tres hijos dejaron el apartamento de 90 metros cuadrados en el que viven en Brasilia para viajar 50 kilómetros hasta un alojamiento rural en Recanto das Emas, dentro del mismo Distrito Federal. Allí, su rutina urbana cambió totalmente y, aunque ya se mantenían aislados de buena parte de la sociedad por el hecho de trabajar a distancia, pudieron aprovechar un poco la paz que la vida en el campo puede proporcionar. “¿Ruidos? Solos los de la naturaleza y el galope de los caballos”, dice.
Hacer una escapada rural para desconectar ha sido una de las alternativas que ha encontrado una parte de población que vive en las grandes ciudades y que se ha cansado de dividir la atención entre los niños, el hogar y el empleo, algo que parece no tener fin cuando se teletrabaja.
“Estos días me han rendido tanto que, incluso, ya estoy pensando en juntar los ahorros y comprar mi propio terreno”, afirmó el analista de sistemas Alberto Sousa Filho, de 46 años. Alberto alquiló diez días un área en Valparaíso de Goiás, a 45 kilómetros de su casa. Su empresa decidió que, hasta que termine el año, todos teletrabajarán. Ya han devuelto el local que tenían en el centro de Brasilia y se plantean alquilar uno más pequeño en 2021, cuando al menos el 70% de los empleados seguirán trabajando a distancia. “En estas condiciones, cuanto más espacio haya para que los críos corran y se diviertan, mejor para todos”.
La mayor ocupación de estos espacios rurales no hubiera sido posible sin el cambio de foco de sus dueños. Al comienzo de la pandemia, entre marzo y mayo, vieron cómo se desplomaba la demanda de estos espacios, que antes se alquilaban para eventos, fiestas, bodas y reuniones de empresas. Casi no tenían ingresos. Tuvieron que reinventarse. Bajaron los precios, mejoraron la estructura de las habitaciones y se centraron en otro público: las familias. “Puse el precio a la mitad. Ahora, mi público son las personas que se están deprimiendo por el aislamiento social”, dice la propietaria rural Andréia Casemiro, que regenta una casa de campo en São Sebastião.
En la región de Distrito Federal era raro encontrar una casa de campo, un rancho o una finca por menos de 400 reales [algo más de 75 dólares] la noche. Ahora, los precios varían entre 130 y 1.500 reales [25 y 287 dólares], según los tres portales inmobiliarios consultados por este periódico.
El límite de aforo también ha cambiado considerablemente. “No acepto más de diez personas. Y todas tienes que ser parientes. Antes venían hasta 100 o 200, y podían dormir unos 30 en colchones esparcidos por el terreno”, explica Estelita Vieira. Hace nueve años que alquila un espacio de alrededor de 1.000 metros cuadrados en el que hay piscinas, área de hamacas, barbacoa y árboles frutales. En los otros 4.000 metros cuadrados de su finca, en Brazlândia, planta frutas y verduras y cría gatos, perros, patos y gallinas.
Más negocios
Este movimiento en busca de más espacio y calidad de vida para la familia no tiene visos de ser algo temporal o de que acabará con el fin de la pandemia. Un estudio de la plataforma inGaia, un sistema que atiende a cerca de 7.200 inmobiliarias brasileñas, revela que en junio de este año se han vendido más inmuebles que en el periodo antes de la crisis sanitaria. Al comparar junio de 2020 con el mismo mes de 2019 se registra un aumento del 47% en el número de contratos (3.367 por 2.200). Según la compañía, sería el reflejo de una demanda contenida durante cinco año de recesión y que, ahora, se depara con unos intereses por debajo del 3%, además de unas tasas reducidas de financiación que estimulan el repunte del sector. Entre esos clientes se encuentran quienes tuvieron la suerte de mantener su nivel de ingresos o no perder el empleo.
Otra conclusión del estudio de inGaia es que hay un crecimiento en la compra de casas y una reducción en la de pisos. “La gente se ha dado cuenta de que pueden trabajar largos periodos desde casa, e igual empiezan a buscar sitios no solo para residir, sino para vivir”, dice el presidente de inGaia, Mickael Malka. Y esa búsqueda no es exclusiva de los brasileños. Algo parecido se está viendo en Estados Unidos o Francia, dos de los mercados analizados por Malka. “En París, donde los pisos con terraza escasean, hemos constatado una subida de hasta un 30% en los precios de este tipo de inmuebles”, dice.
Otros dos flujos se están verificando en Brasilia durante este periodo de distanciamiento social. Uno es el de las personas que dejaron o devolvieron sus apartamentos para irse a vivir con otros núcleos familiares en casas. “Son los que se han visto afectados económicamente y que, para ahorrar, decidieron irse a vivir con su padre, ya mayor, por ejemplo. Acaban ahorrando y ayudando a un familiar”, explica la arquitecta Gabriela Tenório, profesora de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Brasilia.
El otro movimiento es la mayor ocupación de espacios públicos. En las manzanas de Brasilia y en la Explanada de los Ministerios hay muchas áreas desocupadas, con hierba o arborizadas, que las personas solo conocían a través de las ventanillas de sus coches. Ahora, parte de estas áreas, a pesar de no disponer de ningún tipo de infraestructura —como baños, vendedores ambulantes o espacios de recreación—, las están ocupando familias y amigos que decidieron quedar para verse y charlar, manteniendo cierto distanciamiento. “Después de tanto tiempo encerrado en casa, parece que uno quiere al menos estar al aire libre y un poco de césped”, dice Gabriela.