Cuarentena en una plataforma petrolera cercada por el virus: “Pemex nos abandonó”
Los fallos y retrasos en los protocolos de la petrolera mexicana abonan la expansión de los contagios ante la indignación de los trabajadores de instalaciones marítimas
Cuando Jorge Luis Ríos se enfundó el uniforme amarillo y las botas de piel, el coronavirus todavía parecía lejano. El 6 de abril salió hacia el puerto de Ciudad del Carmen, en el Estado de Campeche, con cuatro mudas de ropa de trabajo y la insulina para tratar su diabetes. Era temprano pero el calor húmedo del Golfo de México ya se pegaba a la piel. En la lancha, le esperaban otros 60 compañeros de guardia, todos vestidos igual y sentados codo con codo. No les hicieron pruebas de covid-19 y no llevaban cubrebocas. Iban a pasar 15 días en una plataforma petrolera a tres horas en barco.
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Cuando Jorge Luis Ríos se enfundó el uniforme amarillo y las botas de piel, el coronavirus todavía parecía lejano. El 6 de abril salió hacia el puerto de Ciudad del Carmen, en el Estado de Campeche, con cuatro mudas de ropa de trabajo y la insulina para tratar su diabetes. Era temprano pero el calor húmedo del Golfo de México ya se pegaba a la piel. En la lancha, le esperaban otros 60 compañeros de guardia, todos vestidos igual y sentados codo con codo. No les hicieron pruebas de covid-19 y no llevaban cubrebocas. Iban a pasar 15 días en una plataforma petrolera a tres horas en barco.
Desde el aire, Abkatún Alfa parece una araña de agua, cuerpo panzón y patas que se hunden en la profundidad. Está a unos 100 kilómetros de la costa, pero huele más a gasolina que a mar. La plataforma descansa sobre un campo descubierto en los años 70 por Pemex, la petrolera estatal. Aunque la producción lleva años de declive, en marzo se extrajeron 12.400 barriles diarios de crudo y 15,7 millones de pies cúbicos de gas. Las aproximadamente 350 personas que allí trabajan son como una segunda familia. Aislados del mundo, en el tiempo libre juegan a cartas, hacen ejercicio en la corredera o se asoman afuera. En esta época, el mar está tranquilo, salvo cuando sopla el viento del norte y las olas rompen fuerte contra la estructura de hierro.
Recién desembarcado, Ríos se encontró a un viejo conocido que se ocupa de analizar el nivel de salinidad del crudo. Martín Gómez, de 51 años, había llegado a Abkatún Alfa el 1 de abril, dos días después de que el Gobierno mexicano declarara la emergencia sanitaria. En la lancha que tomó estima que se apretujaron unas 90 personas, cuando la indicación oficial era evitar aglomeraciones de más de 50. No les tomaron la temperatura y tampoco se veían cubrebocas abordo. “No llevábamos nada porque nadie nos dijo nada”, dice Gómez.
Al poco de llegar, empezaron los síntomas. Gómez tuvo fiebre, dice, por primera vez desde el 1993. Ríos, de 53 años, amaneció con calentura y dolor de huesos. Le costaba ponerse de pie y caminar. Fue a ver al médico de la plataforma. “Me dijo que me había dado influenza y que continuara laborando”, recuerda. Durante los siguientes días trabajó como de costumbre en su cuadrilla de 11 personas, supervisando los turbocompresores, unas máquinas que comprimen el gas para luego enviarlo a otra planta que lo procesa como combustible.
De noche, volvía a dormir al cuarto, compartido con otros cinco compañeros. Las habitaciones miden seis metros de largo por tres de ancho. Caben tres literas de madera, unas taquillas para guardar ropa y un pasillo de alrededor de metro y medio. Al cabo de tres días, recibió instrucciones de aislarse, pero el ambiente se había vuelto pesado. En las semanas siguientes, cuatro de los cinco trabajadores con quien Ríos convivió también presentaron síntomas.
El Gobierno de Andrés Manuel López Obrador decretó el 24 de marzo que la población vulnerable a la covid-19, incluidas las personas con diabetes o hipertensión, quedaba exenta de asistir a los centros de trabajo y se le garantizaba permisos con goce de sueldo. A una consulta de este periódico, Pemex asegura que implementó estas medidas. Pero, dos semanas después del decreto, allí estaba Ríos, diabético, subido a la plataforma. Nadie le dijo que no fuera a trabajar y él temía el castigo del sindicato. Tres faltas en menos de un mes pueden implicar la rescisión del contrato. Ante la ausencia de indicaciones, perderse el turno estaba fuera de cuestión.
Pese a su diabetes, Ríos no volvió a tierra hasta completar su guardia, una semana después de empezar a sentirse mal. A tierra viajó con trabajadores, algunos enfermos y otros sanos. No había cubrebocas. “Pemex nos abandonó”, afirma Ríos. “Hubo mucho protocolo, pero nada de acción”. Otro de sus compañeros, el vigilante contra incendios Saúl Delgadillo, también se contagió. En un primer momento se le diagnosticó gripe y le dieron paracetamol. Al poco de desembarcar, tuvo que ser internado en un hospital de Pemex por insuficiencia respiratoria. Murió antes de que llegaran los resultados de la prueba, según contó la hermana de Delgadillo a medios locales.
El coronavirus se introdujo en el cuerpo de Pemex por Abkatún Alfa. Pese al desplome de los precios del petróleo, el Gobierno de López Obrador consideró que la producción no debía parar y quedó, por tanto, exenta de la suspensión que afectó a otros sectores de la economía. El virus ha encontrado en ella terreno fértil, abonado por el retraso en la aplicación de protocolos. Hasta este miércoles, la empresa paraestatal reporta 228 muertes, entre trabajadores actuales, jubilados y familiares, 1.578 contagios confirmados y otros 6.979 sospechosos. Pemex no ha detallado cuántos son de plataformas. Este diario no obtuvo una aclaración al respecto.
La petrolera no implantó las pruebas rápidas para los trabajadores de plataformas hasta la primera semana de mayo, casi mes y medio después de la declaración de emergencia sanitaria. El día 6 de este mes anunció la llegada de 100.000 pruebas para “garantizar el buen estado físico” de los empleados y ordenó que todo el personal que abandone las instalaciones marítimas “pase por una certificación de su estado de salud”. Hasta este miércoles se habían practicado 2.679 pruebas para trabajadores tanto de tierra como de plataformas.
Martín Gómez no tiene claro si lo han contado en ese balance. “Como no te hacen prueba, no tienes covid. Eres sospechoso”, dice. Al desembarcar, no recibió ninguna instrucción sobre los pasos a seguir. “Pedimos la prueba a Pemex pero no quisieron. Bajamos de la plataforma y adiós, bye. Uno nada más porque escucha por televisión dije: 'voy a aislarme”. Cuando llegó a casa, echó cloro a las botas y las metió en una bolsa negra. Le pasaron unas chanclas y, sin tocar nada, caminó por el pasillo hasta el cuarto. Cuando terminó el aislamiento a principios de mayo, fue a otro hospital, no perteneciente a Pemex, para hacerse el test. Dio positivo.
El miedo a volver a Abkatún Alfa
A principios de mayo, Pemex devolvió a tierra a 3.097 trabajadores no esenciales de las 300 plataformas que posee para reducir el riesgo de contagio. El resto, unos 5.400, ha permanecido para asegurar la operatividad de las instalaciones. Tras las dos semanas de descanso que tiene por norma después de una guardia, Jorge Luis Ríos se presentó ante el servicio médico de la petrolera. “Ya puede reanudar, ya pasaron los 14 días”, le dijeron. “Fíjese que soy diabético”. “Si usted se encuentra bien, repórtese a laborar”, respondieron.
Esta segunda vez, antes de tomar la lancha, les hicieron pruebas rápidas. De 67 trabajadores, solo embarcaron 49. En Abkatún Alfa, Ríos se enteró de que había otros dos infectados, asegura. “Pensé que Pemex ya se había puesto las pilas, pero otra vez la misma causa. Que si bajan a los enfermos, que si no los bajan”. Mientras, el resto seguía durmiendo en los mismos cuartos de a seis, con la muy predicada sana distancia ausente. Pese a la reducción de personal, todavía quedaban algo más de 200 empleados. “Son demasiados. En una plataforma como la mía con 82 personas puedes trabajar”, afirma.
Ríos ya había tomado precauciones antes de embarcarse. “Si no me van a cuidar, me toca a mí cuidarme”, se dijo. Empezó a tramitar un amparo ante un juez federal. Presentó su historial médico y reclamó que se le dejara en tierra en base al decreto presidencial que eximía de ir a trabajar a los empleados con enfermedades como la diabetes. Seis días después de llegar a Abkatún Alfa, el juez le concedió el amparo y Pemex lo devolvió a tierra. “Solamente así actúa. Se me baja de plataforma por amparo federal”.
El enfado con el sindicato petrolero es grande. Los trabajadores le reclaman que debería haber negociado desde un primer momento con Pemex el resguardo domiciliario para los más vulnerables, tal y como marcan las medidas sanitarias. El contrato colectivo de la empresa paraestatal incluye, además, una cláusula que prevé la protección del personal en contingencias como la actual. Este periódico ha intentado sin éxito comunicarse con el sindicato.
Ante lo que consideran es inacción de sus representantes, decenas de empleados han optado por recurrir directamente a Pemex por la vía administrativa. El abogado Emanuel Quiroz, antiguo trabajador de la petrolera, asesora de forma gratuita a aquellos preocupados por el contagio. “Muchos han solicitado al sindicato que se les aplique el artículo 43 del contrato colectivo, pero los representantes no proceden”, explica.
La Ley Federal del Trabajo establece que con tres faltas en un mismo mes se puede rescindir el contrato. “El temor es jurídico. Los trabajadores siguen asistiendo por no incurrir en estas faltas”, dice el abogado. En dos semanas, ha presentado 20 solicitudes de empleados con diabetes o hipertensión, la mayoría de instalaciones marítimas. Las peticiones, con copia a la Comisión Nacional de Derechos Humanos, van acompañadas de la constancia médica del solicitante. Hasta ahora, 10 han sido aprobadas y las demás están pendientes de respuesta. El letrado recibe llamadas a diario.
El descanso de Martín Gómez ya ha terminado y le toca volver a Abkatún Alfa. Teme toparse de nuevo con el virus. “Uno ansía la jubilación para estar tranquilo en casa”. Tiene la mochila preparada con los uniformes amarillos. Las botas que desinfectó con cloro hace algo más de un mes le esperan en la puerta. También lleva seis cubrebocas, dos de ellos lavables. “Cuando estás 100 kilómetros mar adentro no puedes ir a la tienda a comprar”, reflexiona. “Vamos a ver qué protocolos van a tener. Debería haber sido en marzo. ¿Ahorita para qué?”.
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