‘Ma non troppo’
Nunca he podido subsistir sin un mortero sólido, de paredes altas. Y su correspondiente ‘mano’ (la he llamado así, desde niña), para machacar: pimienta, ajos, chile. Desahogo
La melancolía subyacente araña, como bien sabéis, súbitamente. Me ha atacado mientras machacaba granos de pimienta negra en un almirez valenciano de cerámica que alguien me trajo, hace casi 15 años, a Beirut, donde entonces vivía. Nunca he podido subsistir sin un mortero sólido, de paredes altas. Y su correspondiente mano (la he llamado así, desde niña), para machacar: pimienta, ajos, chile. Desahogo.
Del mortero he pasado al juego de postre de madreperla que creo haber adquirido en Hanoi, y que guardaba, dudando entre sacarlo como adorno, o usarlo en una gran ocasión. He decidid...
La melancolía subyacente araña, como bien sabéis, súbitamente. Me ha atacado mientras machacaba granos de pimienta negra en un almirez valenciano de cerámica que alguien me trajo, hace casi 15 años, a Beirut, donde entonces vivía. Nunca he podido subsistir sin un mortero sólido, de paredes altas. Y su correspondiente mano (la he llamado así, desde niña), para machacar: pimienta, ajos, chile. Desahogo.
Del mortero he pasado al juego de postre de madreperla que creo haber adquirido en Hanoi, y que guardaba, dudando entre sacarlo como adorno, o usarlo en una gran ocasión. He decidido utilizarlo para la compota de manzana, que preparo ahora que tengo tiempo para, como dice mi mejor amiga, extraer a la lady inglesa que llevo dentro, ahíta de pelis y series de la BBC. Sólo me falta elaborar conservas. Y hablar mal de los “extranjeros”, como un personaje de Agatha Christie en una de las versiones cinematográficas de Asesinato en el Orient Express. Cuando la institutriz avanza por el pasillo y la vieja aristócrata le comenta a Poirot: “Es sueca, la pobre”. No, eso no llegará. Ni siquiera comentaré: es holandés, el maldito, señalando un queso de bola.
Es la melancolía. Cambia mi humor, hace que me sienta culpable cuando me río. Me redime cuando emerjo aplaudiendo en mi balcón. Me alegra por haberme hecho con las cuatro vacas-coristas del fenecido Vinçon, que acompañan a mi pequeño hipopótamo de El Cairo, comprado con Adrián. Y me hace exclamar: Querido Adrián, que suerte que te fuiste, y no estás viviendo esto.
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