Cristina Rivera Garza: “El español en EE UU sigue siendo considerado un lenguaje de segunda categoría”

La escritora mexicana nos recibe en Berlín para hablar de novelas y de su poesía recién recopilada, su labor como archivera de historias y de cómo una vida nómada ha marcado su escritura

La escritora Cristina Rivera Garza, en Berlín.Antártica

Ha pasado un año y medio desde que Cristina Rivera Garza (Matamoros, México, 59 años) llegó a Berlín. “Vine con dos maletas chiquitas. Cada vez viajo con menos. Mi ideal sería vivir con muy poco”, afirma la escritora. Aunque el cielo está encapotado, la claridad que entra por los ventanales lo inunda todo. En el piso, de grandes dimensiones, apenas hay cosas suyas. Un par de copas de champán que le costaron tres euros en un mercado de pulgas cercano, dos libros que se trajo de México, un estuche antiguo de manicura, la foto de su hermana, ...

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Ha pasado un año y medio desde que Cristina Rivera Garza (Matamoros, México, 59 años) llegó a Berlín. “Vine con dos maletas chiquitas. Cada vez viajo con menos. Mi ideal sería vivir con muy poco”, afirma la escritora. Aunque el cielo está encapotado, la claridad que entra por los ventanales lo inunda todo. En el piso, de grandes dimensiones, apenas hay cosas suyas. Un par de copas de champán que le costaron tres euros en un mercado de pulgas cercano, dos libros que se trajo de México, un estuche antiguo de manicura, la foto de su hermana, Liliana, que preside su escritorio. “Estoy tratando de desechar las cosas que pesan mucho, que no cumplen varias funciones. Con el ánimo del reciclaje, pero también de desarrollar una relación más amplia, emotivamente, con los objetos”, reflexiona. De su casa de Houston (Texas, Estados Unidos) añora, más que nada, una sensación: “Extraño el aroma de mis especias al abrir la alacena. Lleva tiempo elegirlas y como voy a estar aquí poco no tengo muchas”. Llegó en septiembre de 2023 y se irá en agosto. El apartamento, situado en el barrio de Schöneberg, al sur de la ciudad, viene con la beca del Programa DAAD de Artistas en Berlín; comenta que David Bowie vivió cerca en los setenta.

Rivera Garza, en la mesa donde escribe en Berlín.ANTÁRTICA

Rivera Garza se aloja en un cuarto piso y el ascensor no funciona desde hace meses. Abre la puerta con la melena suelta y una infusión en la mano. Sonríe con sus nuevas gafas verdes. Antes, en 2022, con otra beca (The Berlin Prize, de la American Academy in Berlin), residió en Wannsee, a las afueras. “Estaba a las orillas del lago, tenía una vista preciosa, y me impresionaba, porque allí está la casa donde se tomó la decisión de la solución final [el exterminio nazi de los judíos]. Eso siempre estaba en el aire”. Aunque viaja ligera de equipaje, la memoria ocupa mucho de su espacio, en su obra, en sus estudios, en su activismo. “En mi entrenamiento como historiadora fue central la cercanía con los archivos. Ha tenido una repercusión enorme en todo lo que he escrito”, reconoce. Rivera Garza es una de las autoras latinoamericanas más reconocidas: ha ganado en dos ocasiones el Premio Sor Juana Inés de la Cruz, desde 2023 es miembro del Colegio Nacional de México (prestigiosa institución que promueve la divulgación científica, artística y humanística). Su obra es amplia: ha publicado novelas, poemarios (Lumen acaba de recopilar su obra poética completa, que abarca de 1997 a 2015, en el tomo Me llamo cuerpo que no está), artículos académicos y elaborado traducciones. “Los temas son los mismos, pero las formas de aterrizarlos son diferentes; distintos géneros literarios tienen distinta tolerancia por lo incierto”, asegura.

De arriba abajo, un puzle que su padre inició al visitarla en Berlín y Rivera Garza trata de finalizar ahora; las dos copas de champán del centro de la alacena han sido su único capricho adquirido en Berlín; el retrato de su hermana, Liliana, que viaja siempre con ella; salvia, jengibre y manzana, su infusión para aliviar el catarro, y en la mano un anillo diseñado por su pareja, Saúl Hernández Vargas.Antártica

Siempre supo que quería escribir, pero estudió sociología en Ciudad de México y luego cruzó la frontera para formarse como historiadora en Houston. “Yo sabía desde que empecé a leer que lo que quería era escribir literatura. Pero también entendí muy pronto que tenía que tener una preparación amplia. Decían que el objetivo de la carrera de sociología era cambiar el mundo, tenía un espíritu utopista que me interesó mucho”, recuerda, “y luego estudié historia porque de una manera muy naíf pensé que los historiadores tenían que saber de todo; después ya me di cuenta de que sabemos mucho de muy poquito”.

Solo en la memoria sentimos

Lo primero que le dijeron cuando llegó a su apartamento de Schöneberg fue que la placa sobre la puerta del ascensor recordaba a los vecinos que habían sido llevados a campos de concentración. “Uno de los primeros libros que leí fue El diario de Ana Frank. Creo que ella ha tenido una influencia enorme en producir escritoras, me hizo ver que una chica de mi edad podía escribir”, rememora. Piensa que desde el principio estableció un vínculo especial con Berlín porque, pese a la lluvia, se asemeja a Ciudad de México. Las dos son urbes con tres heridas: la de la frontera, la de la violencia, la de la memoria. “Hace poco veía la película de Wim Wenders Wings of Desire [El cielo sobre Berlín en España] y me impresionó descubrir ángulos parecidos a la Ciudad de México: terrenos baldíos, una cierta velocidad en las calles, ese tipo de población working class, la violencia, sus huellas... Creo que por eso me ha atraído tanto”. El nomadismo la ha marcado. “Vengo de una familia de migrantes. Yo nací en México, pero más específicamente en la frontera de México con EE UU. El viaje, la errancia, el nomadismo, son parte de la herencia familiar”, explica.

Dos libros que han viajado con ella desde México hasta Alemania.ANTÁRTICA

De niña, por el trabajo de su padre, un ingeniero agrónomo especializado en mejoramiento genético, su familia se trasladó mucho por el norte del país. Con 25 años se mudó a Houston y allí ha residido durante más de tres décadas, siempre con temporadas fuera: ha viajado a menudo por trabajo (en los últimos meses ha estado en Helsinki o Nantes), residido con becas en Barcelona y Poitiers, pasó unos años dando clases en San Diego (California) y otros en Monterrey (México), porque deseaba que su hijo, Matías, nacido en 1998, creciera hablando español. “Quería que fuera una parte fundamental en nuestra relación madre-hijo, que tuviera dos lenguas maternas, no solo una”, subraya. Ella piensa en los dos idiomas. “El inglés y el español se han convertido ambos en mi casa”, defiende.

Un detalle de la entrada del piso, en el que reside temporalmente la autora.ANTÁRTICA

Va a regresar a Houston este otoño, en vísperas de las elecciones presidenciales. “Sigo con mucha pasión y zozobra las noticias de allí, especialmente en las últimas fechas. El voto latino cada vez es más importante. Antes se creía que todos los latinos votaban demócrata, pero en estados como Florida ha quedado claro que ese voto está transformándose y que tiene que ver con la perspectiva de género. Hay hombres latinos que votan de manera más frecuente por la derecha, por los republicanos”, argumenta, “y tanto el proyecto republicano como el demócrata parece que están compitiendo a ver quién es más cretino respecto a la migración, y especialmente la migración latina”.

Activismos cotidianos

Para ella su escritura y sus clases en la Universidad de Houston son una pequeña insurrección: “Siento que tengo una responsabilidad de participar en el proceso. No solo el proceso electoral; ahorita todas las opciones me parecen tremendas. Pero para mí dar clases en mi programa de escritura creativa en español es activismo. 60. El programa, por cierto, empezó cuando este señor, cuyo nombre detesto pronunciar, se convirtió en presidente en 2017. Justo cuando quitaban el español de la web de la Casa Blanca nosotros inauguramos un programa de escritura creativa en español en el país, el primero a nivel de doctorado”, dice con orgullo. No quiere mencionar a Donald Trump, tampoco se extiende sobre la labor del gobernador de Texas, antiabortista del Tea Party. “Estamos viendo una lucha sin cuartel. Las políticas que atentan contra la autonomía del cuerpo de la mujer y que de alguna manera le abren la puerta a la violencia van ganando espacios, pero también hay que recordar que hay movimientos feministas que están creciendo en fuerza”, subraya, “el feminismo ha tomado el espacio público y la palabra pública. Hay un lenguaje que hace 20 años no usábamos, no conocíamos”.

Cristina Rivera Garza, en uno de los dormitorios de la vivienda.ANTÁRTICA

Precisamente el auge de los movimientos feministas, con manifestaciones como la performance Un violador en tu camino del grupo chileno Lastesis, animó a Rivera Garza a sacar de las cajas de donde había permanecido 30 años guardada la historia de su hermana, Liliana, víctima de un feminicidio a manos de su exnovio en 1990. De ese impulso surgió en 2021 El invencible verano de Liliana, que la autora reconoce como un libro activista: “Extender la conversación me parece urgente, no solo en países como México, donde la violencia feminicida es tan punzante, sino en todo el mundo, porque hay violencia de género en todos los países. A veces se habla más, a veces se habla menos”. La memoria es crucial, su hogar portátil lo ha encontrado siempre en trabajar la historia, de los documentos de un manicomio (Nadie me verá llorar, 1999) a la exploración de los orígenes de su familia (Autobiografía del algodón, 2021).

La geografía berlinesa de Rivera Garza habla de lo cotidiano: rincones de su barrio, Schöneberg, y el vecino Kreuzberg, donde las bicicletas son omnipresentes. El parque Rudolph Wilde es el escenario de sus paseos y para libros. Al Restaurant Bieberbau (una estrella Michelin, pizarra) va a celebrar, y el Café Hohen (dulces) es su cafetería de confianza. Recomienda el espacio cultural y librería Andenbuch, de Kreuzberg. Por esa zona también le gusta comer en el restaurante peruano Cevichería.Antártica

Lo próximo será hablar de volcanes y de lo importante que fue el cultivo de la patata en Toluca, donde vivió con sus padres: “Igual que uno de los temas de la literatura hoy son las cuestiones coloniales o anticoloniales, una conversación que a mí me importa mucho es el papel de los seres no humanos, como los animales y las plantas, en nuestras historias humanas”. No concibe, incide, una escritura ajena a la discusión, a la refriega. “Para mí es importante subvertir narrativas aceptadas, dominantes, eso es lo que hace la escritura”, enfatiza. Alguna vez ha contado que si no hubiera sido escritora hubiera sido tapicera, ríe al decir que dejará eso para la jubilación. “Y según veo va a tardar mucho... Pero me encanta la idea de restaurar muebles. El otro día le explicaba esto a un amigo y me dijo que ahí estaba actuando también como archivista, pensando en la tapicería como pienso en la escritura, recontextualizando objetos que parecen haber perdido su función”. En su salón prestado hay muchas sillas. Podría empezar a practicar con una de ellas.

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