Susana Solano, escultora: “Siempre estuve fuera de la escena porque al salir de bellas artes me tenía que ir a cuidar a mis hijos”
Entramos en el taller de la creadora y repasamos su carrera ahora que el Centro de Arte Dos de Mayo de Móstoles ha adquirido 12 de sus primeras piezas, con el textil como base.
Fue sencillo. Susana Solano (Barcelona, 77 años) solo tuvo que abrir un baúl. “Estaban ahí, como muchas otras obras que no he enseñado nunca o he embalado después de exponerlas”, cuenta la creadora rodeada por esas 12 piezas en tela que no habían visto la luz desde 1980 y ahora pueden contemplarse en el Centro de Arte Dos de Mayo de Móstoles (CA2M), donde permanecerán expuestas hasta el 7 de enero de 2024. “Me ha removido verlas después de 43 años. Algunas estuvieron en mi primera exposición en solitario en Barcelona, en la Fundaci...
Fue sencillo. Susana Solano (Barcelona, 77 años) solo tuvo que abrir un baúl. “Estaban ahí, como muchas otras obras que no he enseñado nunca o he embalado después de exponerlas”, cuenta la creadora rodeada por esas 12 piezas en tela que no habían visto la luz desde 1980 y ahora pueden contemplarse en el Centro de Arte Dos de Mayo de Móstoles (CA2M), donde permanecerán expuestas hasta el 7 de enero de 2024. “Me ha removido verlas después de 43 años. Algunas estuvieron en mi primera exposición en solitario en Barcelona, en la Fundación Miró, no las había vuelto a mostrar y creo que aguantan el tiempo. Eso es fantástico”, comenta mientras observa, a través de las gafas de pasta negras que encuadran su mirada, esas piezas que ideó como trabajos para la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Barcelona, hace una vida. Subraya que “ha sido muy gratificante volver a reunirlas”, algo que no se le habría ocurrido si Manuel Segade no se hubiera interesado por ellas.
El exdirector del CA2M, desde junio al cargo del Reina Sofía, quiso incorporarlas a la colección del centro de Móstoles. “Yo nunca hubiese pensado que le interesaran, pero él sabía que yo había trabajado con unas telas en un momento dado y quería rescatarlas. Esta memoria, si no te has movido, no la tienes. Es que a la vez que estamos en un colectivo también hay fuerzas individuales, las personas que tienen capacidad o interés de apostar por algo”, reflexiona Solano. “Creo que Manuel tiene una virtud: le gusta su trabajo. Y está dando mucho: este museo está funcionando y está en la periferia de Madrid, eso es demostrativo, ¿no? Veremos qué ocurre [en el Reina Sofía], pero yo creo que tiene suficiente talento como para renovar, desempolvar, sacar de los baúles las cosas”, zanja. Con esta adquisición el CA2M gana para sus fondos una muestra atípica del trabajo de Solano: ella es reconocida por sus esculturas en metal, el textil fue un experimento inicial y pasajero. Y también se reivindica el trabajo de una creadora que fue Premio Nacional de Artes Plásticas en 1988, una figura de proyección internacional que participó en la Documenta de Kassel o la Bienal de Venecia, uno de los nombres destacados de la Nueva Escultura Española de los ochenta, junto a Juan Muñoz, Cristina Iglesias o Pello Irazu.
“Fue María de Corral una de las pioneras en volver la mirada hacia la escultura en aquel momento, cuando estaba un poco abandonada”, explica Solano, poniendo en valor la visión de quien fuera directora del Reina Sofía entre 1990 y 1994 y directora de la Bienal de Venecia en 2005. Y recalca: “Yo creo en las personas. Los lenguajes pueden ser colectivos, pero siempre hay el resultado individual”. A Solano no le gusta hablar ni de escultura ni de arte ni de artistas. Prefiere decir creatividad y creativos, en general. “El nombre de escultura es un poco caduco, como el de artista”, defiende, “lo de alrededor te condiciona, las nuevas tecnologías han modificado el resultado de muchos trabajos de jóvenes, y de gente más mayor, porque las herramientas cambian, y la sociedad, y los medios… Antes se podía tener un estudio por poco dinero. Ahora búscate uno. Y los materiales son supercaros. Los recursos son cambiantes y entonces el lenguaje tiene otra caligrafía”.
Un taller nómada
Ha perdido la cuenta de por cuántos estudios ha pasado. El primero fue el salón de su casa. Sus tres hijos eran pequeños y ella creaba en el cuarto de estar, donde también daba clases de plástica a chavales de su vecindario en Sant Just Desvern. “Estaba la escuela alemana y algunos niños venían a clases. Mis hijos aún se acuerdan de que cuando empecé a hacer alguna pieza grande tenían que bajar la cabeza para pasar por ahí porque les molestaba”, rememora. El siguiente estuvo en un segundo sin ascensor, al que Solano tenía que subir los materiales (nada ligeros, con el metal como principal elemento) a pulso. Después, entre otros, hubo un aparcamiento, que “intentaron que funcionara como parking a la vez y los coches no podían salir”, recuerda entre risas; una nave modernista y la nave industrial de Gelida, en el Alto Penedés, que tiene ahora. “Está todo bastante organizado, como he trabajado mucho tengo mucho que controlar, ya llevo aquí más de 20 años”, dice. Allí ha creado muchas de sus obras y allí conserva sus fotografías y organiza la documentación.
La soledad ha sido uno de sus refugios. “He sido una persona muy ensimismada”, asegura. De niña pasó tiempo aislada, sin poder ir al colegio, a causa del asma. “El aprendizaje escolar en las monjas no me influyó mucho, solo la de historia, que sabía transmitir pasión por su asignatura, y recuerdo también muchos años después, mi admiración por José Milicua”, señala. “Las influencias para crear son muchas, todo depende de la familia, del lugar donde vives, de la sensibilidad. Yo creo que es algo natural, pero que evidentemente si no lo trabajas no se desarrolla. Es como todo, hay que trabajarlo”, enfatiza. Ella comenzó a hacerlo a fondo cuando ya tenía 28 años, edad en la que empezó en Bellas Artes. “Desde muy jovencita tenía interés, pero mis padres no me dejaron estudiar, me hicieron trabajar”, precisa, “me busqué un empleo como de secretaria, y cometía muchas faltas de ortografía… Eran otros tiempos. Luego me casé y tuve hijos. Al final decidí que era el momento. Es que todo el mundo encuentra su momento, tarde o temprano. Algunos compañeros de clase fueron Ignasi Aballí, Salvador Juanpere, Jaume Plensa… Me llevaba muchos años con ellos y cuando acabábamos el día y yo me iba a casa a cuidar a mis hijos, ellos podían ir a tomar unas copas, yo siempre he estado como fuera de plataforma. En esa época yo era la mamá”.
Impulsada por profesores como Joan Hernández Pijuan inició la carrera académica y tras acabar la carrera comenzó a dar clases. “Nunca lo había hecho, pero eso reafirmó el que trabajara en la escultura, para poder enseñar los procedimientos, porque empezamos a tener pequeños talleres para manipular cosas, antes el sistema era el dibujo al carbón, moldear cabezas de Donatello. Y entonces empezamos todos a experimentar”, recuerda y al mirar las obras de su exposición en el CA2M, titulada Susana Solano. Con la mano 1979-1989, encuentra huellas de lo aprendido con Pijuan. “Él lo dejaba todo en suspenso, de forma que tú buscaras el resultado. Cuestionaba. Todos los alumnos conocíamos sus obras de líneas y retículas evocando al paisaje, varias telas mías tienen su influencia. Le he escrito a su viuda, Elvira Maluquer, y le he comentado ‘Joan está presente’. Estas cosas es que remueves, remueves…”. El textil, material al que nunca ha vuelto, además se relaciona con los recuerdos de su madre: “De sus manos trabajando cuando yo era niña y más mayor también, porque era sastre. Dejó de trabajar al casarse, pero luego siguió haciendo ropa para mi hermana y para mí”.
Las manos del metal
Solano también ha cortado patrones, pero sobre hierro. “He soldado y doblado, pero forja no he utilizado”, indica, “me gusta el hierro porque es muy anónimo, no tiene memoria, a no ser que cojas uno ya manipulado”. ¿Qué consejo le daría ahora a aquella joven que empezó a experimentar hace más de cuatro décadas, primero con la pintura y luego con la forma, con tejidos, madera y metal? “Que no tenga miedo del mañana, de lo que hay por hacer, sino que tenga presente su momento y persevere. Yo creo que el acto de creatividad puede conducir a muchos territorios, es una manera también de construir tu vida, la creatividad”. Afirma que ahora quiere observar, dedicarse a pensar y leer. “Seguir nutriéndome”. No le apetece volver sobre su obra. “No me gusta ser literal y explicarla”, recalca. Y tampoco espera reconocimientos. “No tengo objetivos en ese sentido. Solo el objetivo de hacerlo bien si he dado mi palabra en algo”.
Esa formalidad, sumada a la ausencia de explicaciones grandilocuentes, son rasgos de su carácter que se plasman en su obra. Echando la vista atrás y mirando a la vez al futuro incide en la responsabilidad del creador con lo que dice y cómo lo dice. “Por ejemplo, hay una tendencia al espectáculo, a la grandeza. Las cosas yo no las veo así. Cada cosa tiene una medida. Los jóvenes tendrían que buscar hacia ellos mismos, pero intentan ser originales, dicen ‘Mirad, esto no lo ha hecho nadie…”, reflexiona, “pero los tiempos han cambiado y entiendo que a veces tienen que defenderse de otra manera”. La exposición de las redes sociales y el mundo online interfieren, concluye, en la creación. Y en la vida: “Tienen unas pautas que yo no tenía. En el fondo todos somos unos náufragos, en cualquier cosa, en cualquier profesión”.