«Ahora hay un sentimiento de orgullo al comprar algo del país»: así es como México se apropió de su moda para luchar contra la apropiación cultural

La moda mexicana es un mercado en alza con peso en el PIB del país. Eventos como su fashion week, que viaja cada temporada a distintas regiones, demuestra que hay una nueva generación de autores que, mano a mano con los artesanos, están creando productos con calado internacional.

Esa frase tan manida que dice que la crisis es un sinónimo de oportunidad nunca suele ser del todo cierta, pero hay excepciones, como la de la moda mexicana: si en 2019, según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), suponía un 2,8% del PIB global, tres años después y con una pandemia de por medio, en 2022, crecía hasta situarse en un 3,4%. El incremento del turismo y el renacido apoyo a lo local que emergió durante ese periodo (propiciado, en parte, por las políticas difamatorias de Trump hacia el país) lograron que muchos mexicanos empezaran a tener en cuenta las etiq...

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Esa frase tan manida que dice que la crisis es un sinónimo de oportunidad nunca suele ser del todo cierta, pero hay excepciones, como la de la moda mexicana: si en 2019, según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), suponía un 2,8% del PIB global, tres años después y con una pandemia de por medio, en 2022, crecía hasta situarse en un 3,4%. El incremento del turismo y el renacido apoyo a lo local que emergió durante ese periodo (propiciado, en parte, por las políticas difamatorias de Trump hacia el país) lograron que muchos mexicanos empezaran a tener en cuenta las etiquetas nacionales. “Depende del nivel socioeconómico, pero el comprador de marcas de lujo o gama media internacionales también compra ahora moda del país, siempre que esta sepa generar deseo”, apunta la editora y empresaria Anna Fusoni, la gran pionera en impulsar la moda mexicana en los últimos 20 años desde distintas plataformas privadas y públicas. Ese deseo es lo que el país ha aprendido a capitalizar enfocándose en su ventaja competitiva, la artesanía.

Chaleco de la diseñadora yucateca Daniela Bustos.Mercedes-Benz Fashion Week México, Cortesía de la firma

En 2020 existían 490.000 artesanos textiles trabajando en distintas empresas, pero se estima que hoy hay más de dos millones haciéndolo de forma individual o repartidos en comunidades indígenas (la Secretaría de Cultura está probando métodos para poder censarlos). En enero de 2022, el Gobierno puso en vigor la primera ley que regula la apropiación cultural después de que en los últimos años algunos mandatarios, y especialmente la primera dama, Beatriz Gutiérrez Muller, clamaran contra varias marcas internacionales que se habían aprovechado de las tradiciones textiles del país. La ley no solo sanciona a las marcas extranjeras que plagien técnicas registradas como patrimonio, sino que también proporciona herramientas y apoyo judicial a las regiones y a las comunidades que denuncien que terceras partes se lucren con su modo de subsistencia.

Bolso tejido con las manos de la última colección cápsula de Zurce.Mercedes-Benz Fashion Week México, Cortesía de la firma

Sin embargo, muchos han tachado esta ley de demasiado mercantil y poco formativa, un modo de denunciar, pero no de apoyar de manera eficaz a los distintos gremios. “Es un tema polémico porque es una causa que, con frecuencia, se centra solo en la protección del artesano, cuando este lo que quiere es vivir de su trabajo y no ser una ‘especie protegida’. Hay que proteger la tradición y el origen de la idea, pero además de denunciar que una firma famosa ha copiado, por ejemplo, un sarape de Tlaxcala, aprovechar la visibilidad para hablar de qué es un sarape, cómo se hace y quién lo utiliza hoy”, opina Fusoni. De ahí que la vía alternativa del sector, además de la cobertura legal, sea la de promover las sinergias con el diseño de autor y, de esta forma, hacer coincidir tradición e innovación, convertir la artesanía en moda, en definitiva.

Objeto decorativo de Caralarga.Mercedes-Benz Fashion Week México, Cortesía de la firma

“Durante muchos años vivimos acostumbrados a la compra de marcas norteamericanas, pero ahora hay sentimiento de orgullo en comprar algo del país, la idea de que estoy usando algo que revierte en las comunidades artesanas. Eso se ha unido al hecho de que los diseñadores no son solo creativos, sino empresarios. Saben cómo y con quién crear su producto, pero también cómo comunicarlo”, argumenta Cory Crespo, director de la Mercedes Benz Fashion Week de México, una pasarela que tiene 16 años de trayectoria pero que ha sido ahora, tras la pandemia, cuando ha cambiado su formato. “Gracias al apoyo gubernamental hemos logrado hacer desfiles en el mismo Ángel de la Independencia, porque lo que importa al final es el ruido y la foto, pero también estamos explorando otras alternativas”, comenta. Desde 2021 la pasarela ya no se celebra de forma exclusiva en Ciudad de México; viaja por distintas regiones del país poniendo en valor a sus creadores y sus tradiciones locales. Hasta ahora han celebrado ediciones en San Miguel de Allende, Puebla, Oaxaca, Guadalajara y, más recientemente, en Mérida, con un formato en el que se mezcla el diseño con la gastronomía y el folclore de cada región. Las marcas invitadas van rotando (casi nunca son las mismas) y presentan colecciones que suelen estar disponibles en tienda días más tarde. Es algo que importamos de Colombia Moda, aunque ellos solo hacen una temporada. No tiene sentido más, porque allí no hay invierno. En nuestro caso es parecido, no se trata de mostrar tendencias al mundo, sino de mostrar una identidad o las distintas identidades que componen la República”, argumenta Crespo.

La nueva moda mexicana tiene claro que la internacionalización pasa primero por el consumo nacional: “No tiene sentido intentar tener ideas novedosas porque habrá gente en las capitales de la moda haciendo lo mismo que tú 50 veces. Me he dado cuenta de que no aspiro a eso, sino a expresar algo identitario con la ropa que hago, pero pensado para cualquier tipo de persona que se la quiere poner, ropa para ser vivida”, comenta el chiapaneco Francisco Cancino, uno de los creativos mexicanos más reverenciados en la actualidad, que en Mérida presentó una colección inspirada en algo tan manido como la figura de Frida Kahlo pero, sin embargo, completamente novedosa en su planteamiento. “Es una invención de cómo vestiría ella en 2023, teniendo en cuenta que fue Kahlo quien nos enseñó a los mexicanos a respetar nuestro folclore”, explica. Un folclore que las nuevas generaciones han asimilado para hacerlo evolucionar. Ana Holschneider, fundadora de la marca de joyería textil Caralarga, rehabilitó en 2014 una antigua fábrica textil en Querétaro para que varios artesanos hagan piezas a base de nudos de hilo de algodón sobrante. “Aunque la técnica venga de nuestras abuelas, el producto no tiene nada que ver ya con todo aquello”, explica Daniel Herranz, un jovencísimo diseñador que, en plena pandemia, creó junto a su madre la marca Zurce a partir de la técnica ancestral del tejido entramado con las manos, sin ganchos. Sus prendas de colores flúor, muy en la línea de la estética centenial se venden, cuenta, “principalmente por Instagram, ni siquiera en la página web. La gente las ve y viene al taller. Ahora hacemos hasta vestidos de novia con estos tejidos”.

Ya hay un mercado nacional creciente, ideas, una plataforma para visibilizarlas y un flujo turístico que está poniendo a México en el mapa mundial. “Ahora falta una asociación gubernamental como las que existen en Milán, París o España, que nos agrupe y nos haga un gremio”, comenta Fusoni. “Los creadores no pueden ir por libre, porque si no, fuera, los pabellones internacionales seguirán siendo puestos de tequila y mariachis”.

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