¿Se puede ser antisistema en el mundo de la moda?
El sentimiento anticapitalista de la moda vuelve al debate, esta vez impulsado por voces contestatarias dentro del negocio, que abogan por el diseño crítico
“La moda se ha convertido en una broma. Todo gira alrededor del dinero. Las grandes corporaciones son como niños jugando al fútbol, corriendo detrás de un balón. No piensan en los consumidores. Tienen tanto dinero que ya no necesitan currárselo”. Yohji Yamamoto está que trina. Al venerable diseñador japonés, el que más veces ha subido las ropas del proletariado a una pasarela, le duelen las actuales maneras corporativas de la industria del vestir, según confiesa en la reciente edición de BOF 500, el boletín especial dedicado los personajes más influyentes del sector que publica anualmente The Business of Fashion. Infatigable a los 82 años, se siente, sin embargo, cansado de lidiar con un sistema cada vez más avaricioso que solo vive por y para las cuentas de resultados, una situación que, asegura, le genera ansiedad.
No es el único. “Empezamos a estar hartos de tanto gran negocio, tanta gran cultura, tanto sistema global. Lo pequeño también puede ser poderoso”, refería Rei Kawakubo por boca de su marido y presidente de Comme des Garçons, Adrian Joffe, al presentar la colección otoño-invierno 2025-26 de la firma. Un sentimiento que parece contagioso: “No hago más que preguntarme cómo avanzar cuando todo a tu alrededor trata de derribarte. No intento convencer a esta industria de que mi manera de hacer las cosas es mejor, solo quiero mostrar que es posible abordarlas de otra forma, desde posiciones alternativas”, expone Ellen Poppy Hill, una graduada en la Central Saint Martins londinense que debutaba la pasada primavera, fuera del calendario oficial. “Al principio seguí los típicos consejos que te dan en la escuela: alquilé un estudio, creé mi empresa, registré mi marca, pagué los impuestos de rigor y me dejé un pastizal. Hasta que dije basta: yo no trabajo así, mi creación no responde a ese proceso, no voy a establecer un plan de negocio a 10 años vista”, cuenta la joven (27 años), un talento emergente en el que algunos han detectado el espíritu radical de Vivienne Westwood.
Tenía que pasar: tras una década larga de acomodo, arrullado por los cantos de sirena engañosos de un sistema que ha visto sus ganancias exponencialmente aumentadas como nunca antes, soplan vientos de rebelión. Y lo mejor es que el aire enfurecido barre la casa de puertas adentro. Hasta la fecha, la mayoría de los toques de atención tenían como destinatarios a los consumidores, aquello del compra menos, pero compra inteligente, en un intento por romper el círculo vicioso propiciado por la moda rápida, primero, y la de lujo después, al calcar esos vertiginosos patrones de producción en aras de beneficios económicos. De hecho, el anticapitalismo como fenómeno sociocultural asociado a la moda sigue apuntando a nuestros corazones de compradores insaciables, como insiste Tansy Hoskins en su Manual anticapitalista de la moda (que acaba de reeditar Capitán Swing).
Pero las voces de la industria que desautorizan sus preceptos en términos de estacionalidad, globalidad y espectáculo/entretenimiento suenan de repente más altas y claras. También porque ya no se trata de diseño o creatividad, sino de un interminable y aburrido desfile de celebridades y personajes de supuesta influencia vistiendo reclamos indumentarios por un precio. “La industria nos trata como peones en un tablero de ajedrez, que mueve y desecha a voluntad. Es una dinámica grotesca que me ha hecho replantearme ciertas cosas, como la idea de ser un producto en lugar de alguien con una visión artística y una historia que contar”, tercia Charles Jeffrey, artífice de Loverboy, posiblemente la etiqueta más política de la escena británica: la colección de este otoño-invierno la escenificó en un ring, con los modelos —musas y amigos— ejecutando una coreografía pugilística tensa y violenta. “Una expresión de resistencia”, la definió el creador.
De la pionera Elizabeth Hawes a Demna, pasando por Helmut Lang y Miguel Adrover, la lista de los radicales libres de la moda no es corta, aunque sí reveladora: todos, o casi, acabaron claudicando ante el sistema. La experiencia demuestra que plantarle cara sale caro. La maquinaria corporativa, además, tiene sus mecanismos de defensa; recuérdese la intentona de desaceleración/humanización durante el confinamiento y parón productivo por la pandemia de la covid, que acabó neutralizada por las mismas multinacionales desde las que se planteó. Lo que ocurre cuando eres un asalariado y tu puesto de trabajo depende de cómo rindas en las cuentas bancarias de un grupo de accionistas.
La pregunta, claro, es si se puede ser antisistema formando parte de él. “La mayoría de los diseñadores que podríamos considerar críticos o radicales están firmemente arraigados en el sistema. Ni van contra el negocio ni son anticapitalistas. Sin embargo, sus trabajos parecer indicar lo contrario, quizá porque desdicen la convención de que la moda debe ser alegre y frívola, superflua y decorativa, y que no debería preocuparse por cuestiones sociales o políticas”, esgrime Caroline Evans, profesora emérita de Central Saint Martins y autora de Fashion at the Edge: Spectacle, Modernity and Deathliness (2003), revelador ensayo a propósito de aquella generación de creadores que, en la década de los noventa del pasado siglo, se atrevió a cuestionar la definición de moda desde dentro. “Los belgas sentaron cátedra. Dries Van Noten, Ann Demeulemeester o Martin Margiela no es que fueran antisistema, pero sí críticos con él al desafiar la noción de buen gusto, lo que es sexy o femenino o glamuroso, y todos esos estereotipos sobre qué resulta apropiado o no. Los japoneses también, pero no hay que perder de vista lo que en realidad les ha movido: Miyake, Yamamoto y Comme des Garçons siempre han buscado el éxito en una industria que se caracteriza por vender cosas. De lo contrario, nunca hubieran ido a París”, zanja la académica, que no es precisamente fan del manual de Hoskins. “Es un libro bien concebido, pero como crítica a la moda en el sentido de industria y sus métodos de producción, no a la moda en sí. Se reduce al debate sobre ética y sostenibilidad. Lo interesante es el diseño como práctica antisistema”, arguye Evans, que pide implementar la perspectiva crítica en los estudios de moda.
“No nos salen los números, pero sí las cuentas con nuestra conciencia”, decían Alexandra Cánovas y Martaé Martínez, de la etiqueta murciana Las Culpass. La marca, popular por sus cartucheras y que aplica la crítica en su método creativo, cumple tres lustros de activismo feminista y anticapitalista en la moda: “Emprender mola cuando piensas que no tienes un jefe o una jefa ante quien responder y puedes organizarte como quieras; lo que pasa es que cuando lo haces trabajando desde lo local, pensando más en tus valores que en el capitalismo, los números no salen. Los grandes tiburones tienen los recursos, y las pequeñas sardinillas tenemos el talento. No es un juego justo, pero con esas reglas nos toca jugar”.