“La gente reconoce un Bottega en cuanto lo ve”: la historia del logo invisible más reconocible de la moda
El ‘intrecciato’, la técnica manual patentada por Bottega Veneta que permite trenzar el cuero fino, cumple 50 años. Esta es la historia de cómo un procedimiento artesanal se convirtió en un símbolo longevo de lujo y exclusividad
Bastante antes de que la expresión “lujo silencioso” existiera, ya había quien pensaba que la verdadera exclusividad tenía más que ver con materiales y procesos que con logos y tendencias. De hecho, fue la idea de Renzo Zengiaro a mediados de los años sesenta. Experto marroquinero, se alió con un amigo suyo, Michele Taddei, representante comercial de curtidurías italianas, para crear una especie de laboratorio del cuero en el que utilizar la mejor materia prima e innovar a través de técnicas artesanales centenarias. Llamaron a aquel taller Bottega Veneta, porque estaba situado en el Veneto (concretamente en el municipio de Montebello Vicentino, donde continúa) y porque la palabra Bottega remitía a las antiguas tiendas-taller locales en las que los distintos gremios artesanos comercializaban sus productos.
Zengiaro y Taddei abrieron su empresa en una región que no era famosa por la marroquinería (como sí lo era la Toscana), sino por el punto. Eso les dio la idea, en 1975, de tejer a mano finas tiras de cuero (llamadas fettucce) para poder hacer bolsos blandos con pieles resistentes, dado que en aquella época las máquinas solo podían ensamblar pieles gruesas. Nacía así el famoso intrecciato, que medio siglo más tarde no solo sigue siendo la seña de identidad de una de las pocas marcas de lujo famosas que nunca ha tenido logos visibles, sino que también se sigue fabricando de la misma forma: moldes de madera que permiten ensamblar dichas tiras en diagonal, como si estuvieran cortadas al bies.
“La gente reconoce un Bottega en el instante en que lo ve, por eso solo ponemos nuestro nombre en el interior”, rezaba la campaña que anunciaba su apertura en Nueva York, también en 1975. Porque, pese a ser uno de los garantes del made in Italy, en sus inicios la firma centró sus esfuerzos en el mercado norteamericano. La instigadora fue Laura Moltedo, exmujer de Taddei y asistente personal de Andy Warhol. A finales de esa década y tras la muerte de su exmarido, la veneciana se convertía en dueña y directora creativa de la casa, además de artífice de algunos de sus primeros hitos. Suya es la idea del ya famoso eslogan “Cuando tus propias iniciales son suficientes”, un mantra que hacía hincapié en la idea del lujo discreto y que apareció por primera vez en la revista del artista pop, Interview, con instantáneas hechas por él mismo. Las relaciones de Moltedo con la élite neoyorquina situaron los bolsos trenzados de Bottega en los brazos de Tina Turner, Bianca Jagger o Lauren Hutton, que lucía un modelo clutch rojo en American Gigolo, hoy rebautizado como el bolso Lauren.
Moltedo es también, de forma indirecta, la causante del color corporativo de la marca, el verde brillante, hoy llamado verde Bottega: era el color que predominaba en el cortometraje de la marca que rodó Warhol, Industrial videotape, en 1985, una joya que inspiró a dos de los directores creativos posteriores, Daniel Lee y Matthieu Blazy, para realizar sus respectivas campañas publicitarias. A principios de los noventa, Moltedo quiso extender el intrecciato más allá de los accesorios. Tuvo la audacia (y el olfato) de contratar a un estudiante recién salido de la escuela: Edward Buchanan, uno de los primeros afrodescendientes en liderar una gran firma de lujo. Sin embargo, el estilo discreto, artesanal y ultralujoso de Bottega no supo encarar el final de la década, momento en el que los diseñadores estrella y el culto a la celebridad empezaban a despuntar en la industria. En 2001, Laura Moltedo vendía su marca al entonces llamado Grupo Gucci (hoy Kering), que había iniciado su ofensiva en el sector con la compra de Yves Saint Laurent en 1999. Por entonces, lo gestionaban Tom Ford y Domenico de Sole.
Fue Ford, que se encargaba de Gucci y Saint Laurent, quien contrató a su amigo, el alemán Tomas Maier, en 2001 para liderar el diseño. En aquella época la marca facturaba 136 millones de dólares. En la salida de Maier de la firma, en 2018, 1.176 millones, casi 10 veces más. El secreto de su éxito estuvo precisamente en la vuelta al origen, es decir, en el intrecciato, que supo convertir con sus diseños atemporales en el signo distintivo de la exclusividad discreta y funcional. “Visto a mujeres, no a damas”, solía decir. En 2007 creó en Vicenza la escuela para formar a futuros artesanos en la técnica del trenzado, que ya se extiende mucho más allá de lo material para llegar a lo metafórico. Porque después de Maier llegarían el viral Daniel Lee, el experimental Matthieu Blazy o ahora la cerebral Louise Trotter y el intrecciato sigue ahí, adaptándose a la identidad de cada diseñador y manteniendo su deseabilidad sin necesidad de influencers ni de juegos digitales (la marca ni siquiera tiene redes sociales corporativas), solo campañas que trasladan esa idea del entramado a la comunidad creativa diseñador-artista-artesano. Como la que celebra el medio siglo de esta técnica exitosa, Craft is our Language (Nuestro lenguaje es lo artesanal), que reúne a Hutton, Buchanan y a varios artesanos de la casa con Zadie Smith; Tyler, the Creator o el director de orquesta Lorenzo Viotti. En tiempos extraños, en los que se cuestiona la propia naturaleza del lujo, la coherencia de Bottega Veneta se percibe como una especie de revolución silenciosa.