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Entre Cristóbal y Demna: Balenciaga abre un nuevo capítulo

La receta de Pierpaolo Piccioli: referencias literales al trabajo del diseñador vasco con tejidos mucho más humildes y guiños a su antecesor en el cargo

El pasillo central del hospital Laennec, un edificio del siglo XVII considerado patrimonio histórico, sirve como sede de las oficinas del grupo Kering. Allí se ha mostrado la noche del sábado el debut de Pierpaolo Piccioli para una de sus marcas insignia, Balenciaga. “Quería desfilar aquí porque es una forma de abrir un nuevo capítulo, pero de forma continuativa”, explicaba Piccioli, refiriéndose a que este mismo pasillo hace tres meses albergó la exposición retrospectiva de su antecesor en el cargo, Demna.

El latido de corazón funcionaba de hilo musical previo al show. El mismo que Piccioli grababa en una cinta de casette y enviaba a los invitados días antes. “Su ritmo es lo que compartimos como humanos, aunque cada latido es diferente”, contaba. La metáfora del latido sirve al italiano para hablar de una individualidad que solo puede definirse por la alteridad, es decir, el reconocimiento del otro como igual. Un argumento, el de la comunidad, que Piccioli ha utilizado en numerosas ocasiones durante su etapa en Valentino y que no por eso deja de ser menos cierto: el valor del equipo cobra más sentido si cabe en casas como estas, donde las ideas y el trabajo minucioso de cada individuo son parte de un engranaje que ha de funcionar como un reloj suizo.

El ritmo de In the heart de Sinead O’Connor precedía al sonido de unos pasos, referencia a los desfiles de Cristóbal que acontecían en silencio. Un vestido saco, con la espalda abullonada, abría el desfile, en una referencia literal a una de las grandes obras del maestro vasco, la que por fin liberó el cuerpo femenino y convirtió el vestido en un elemento transcendente a la propia silueta.

Piccioli considera que Balenciaga “era riguroso pero también expresivo. Tenía tanto minimalismo como maximalismo”. Y así ha querido desarrollar su primera colección el italiano, con vestidos de plumas (que era realmente algodón) mezclados con prendas de cuellos inclinados en la espalda (otra referencia clave de Cristóbal), faldas de cuero abullonado que recordaban al mítico vestido ChouChou o camisetas acabadas en cola combinadas con faldas de flecos.

La camiseta, las gafas, las gorras o las sandalias japonesas eran su forma de traer el legado a la realidad, también de recoger el testigo, a su manera, en el punto en el que lo dejó Demna. De hecho, unas bermudas vaqueras estaban cortadas al bies con una apertura curva, como uno de los vestidos nupciales más famosos del vasco. Y varias camisas blancas, la prenda favorita de Piccioli, se convertían en un trasunto entre una prenda de diario y un vestido monacal.

Rigor mezclado con color, moda urbana con guiños evidentes a la alta costura. Piccioli cuenta que la grandeza de Balenciaga reside en que “todo parte de un mismo gesto, el tejido da pie a la forma y la forma al color”. El italiano ha querido respetar ese proceso. El problema, sin embargo, es que se necesitan unos tejidos muy concretos y unos cortes muy precisos para sostener, literal y figuradamente, una prenda de Balenciaga. El gesto de Piccioli es honesto, pero quizá haya elegido resucitar una historia irrepetible.

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