De soñar con el Oscar a “perder la guerra cultural”: Sydney Sweeney y el precio de convertirse en el rostro de la polarización
Tras el desastroso estreno de la película que debía situarla en la carrera hacia la estatuilla y un verano repleto de fracasos de taquilla, la actriz de ‘Euphoria’ no parece poder escapar de los debates políticos, las polémicas virales y un escrutinio mediático que ha encendido todas las alarmas sobre la viabilidad de su carrera
Estaba destinada a convertirse en una de las mayores estrellas del Hollywood actual. Desde 2019, Sydney Sweeney ha protagonizado una de esas historias de ascenso progresivo, pero imparable que durante décadas han forjado a los más grandes de la historia del cine y cuyo desenlace suele llegar en marzo, materializándose en forma de estatuilla dorada. Tenía méritos de sobra: un pequeño papel en la última película de Quentin Tarantino, dos nominaciones consecutivas al Emmy por series tan celebradas como Euphoria y The White Lotus, un inesperado éxito de taquilla con la comedia romántica Cualquiera menos tú, una sólida base de fans rendidos a su carisma y belleza y el favor de la industria de la moda que le valió contratos con firmas como Miu Miu o Armani. Todo parecía dispuesto para que este final de año fuera el de su consagración definitiva. Pero el bochornoso resultado de sus últimos estrenos, sus continuas controversias mediáticas y hasta su incómodo protagonismo en la contienda política estadounidense han dado al traste con cualquier expectativa. ¿Estamos ante el final de la promesa Sidney Sweeney?
Pese a que muchas voces sostenían que su interpretación era digna de otorgarle su primera nominación al Oscar, el terrible estreno en taquilla de Christy, la nueva película de Sweeney, se antoja un lastre demasiado duro para cualquier carrera de premios. Este biopic sobre la historia real de una pionera del boxeo y víctima de malos tratos, que parecía querer repetir la fórmula de éxito que le otorgó una estatuilla a Hillary Swank, Nicole Kidman o Charlize Theron –es decir, afearse–, se ha convertido en uno de los estrenos masivos con peor recaudación de la historia de Hollywood: poco más de un millón de dólares en más de 2000 salas. La situación no ha mejorado con el paso de los días. Christy ha logrado otro récord negativo al marcar el mayor descenso de recaudación en el segundo fin de semana para un estreno de este tipo, con un 92% de pérdida respecto a su lanzamiento. “No siempre hacemos arte por los números, lo hacemos por su impacto. Y Christy ha sido el proyecto más impactante de mi vida”, se ha defendido la intérprete de 28 años en Instagram.
El problema es que esto no ha sido un tropiezo aislado en un trimestre calificado de “terrible” para Sweeney por la prensa especializada. Unas semanas antes, el drama indie Americana y el thriller Eden, basado en la historia real de un grupo de europeos que huyeron a las Galápagos en 1932 (con Ana de Armas y Jude Law en el reparto), también fueron fiascos incontestables en la cartelera. El director de Americana, Tony Tost, y su compañera de reparto en el filme, la también cantante Halsey, achacaron la mala recepción de la cinta al huracán de controversias que ha rodeado a la actriz. Primero, el lanzamiento de una edición limitada de pastillas de jabón hechas con su propia agua de baño, con certificado de autenticidad incluido. Días más tarde, su aparición en una campaña publicitaria de la firma American Eagle, que presumía del lema “Sydney Sweeney tiene buenos jeans” (haciendo un juego de palabras entre ‘jeans’ —vaqueros— y genes), que despertó una guerra política en Estados Unidos por su supuesto mensaje supremacista. La controversia llegó incluso a la Casa Blanca, con Trump celebrándolo personalmente y desvelando (sin pruebas verificadas) que la actriz era votante del Partido Republicano. La polémica escaló hasta el punto de convertir a la joven en “obsesión nacional”, sosteniendo la prensa conservadora que su atractivo, voluminoso y desacomplejado, era el “último clavo en el ataúd de lo woke”.
Lejos de desacreditar las palabras “surrealistas” de Trump o tratar de enfriar el encendido debate político respecto a su figura, Sweeney se limitó a afirmar en la revista GQ que “cuando tenga algo que decir, la gente se enterará”. En esa misma entrevista despachó la polémica de los vaqueros entre risas y poniendo los ojos en blanco, ganándose que compañeras como Aimee Lou Wood, Christina Ricci o la cantante SZA criticaran su actitud en Instagram. Además, para corroborar afirmaciones como las de la revista Vox, que califica la semana de Sweeney “como la peor de la historia para una celebrity”, el diario sensacionalista Daily Mail aseguró que existe un fuerte conflicto entre la actriz y su compañera de reparto en Euphoria, la estelar Zendaya. Según sostiene la información, la actriz de Dune ha exigido no coincidir con Sweeney en la campaña de promoción de la tercera temporada de la serie, negándose incluso a posar con ella por las diferencias ideológicas entre ambas. Por si fuera poca la carga de trabajo para sus responsables de prensa, Sweeney ha comenzado este verano una relación sentimental con el polémico productor y mánager musical Scooter Braun, enemigo acérrimo de Taylor Swift.
Este caldo de cultivo ha hecho que, en apenas cinco meses, Sweeney haya pasado de ser uno de los grandes iconos mediáticos de la Generación Z a una especie de meme de la guerra cultural, defendida de manera acérrima por el público más conservador de Estados Unidos y caricaturizada por el sector progresista. Según Taylor Lorenz, una de las voces más influyentes sobre la cultura digital, ella ya es la primera derrotada en esta batalla. “Es difícil vislumbrar cómo su carrera consigue dejar atrás esto”, concluye. En redes circula un tuit viral que dice: “Puedes ver literalmente cómo se le está formando la cara republicana”, acompañado de un primer plano de la actriz que suma más de medio millón de ‘me gusta’.
Más allá del anhelo común de que Sweeney gestione su exposición mediática con más cautela y reposicione su imagen en la industria, la prensa especializada se divide en dos facciones. La más extendida es la de aquellos que piensan que, lejos de ser una crisis que pueda poner en peligro su carrera, copar titulares, por muy polarizantes que estos puedan ser, siempre es algo positivo. “Tanto ella como su equipo han trabajado mucho para asegurarse de que nunca dejemos de hablar de ella y eso es una cualidad más valiosa para una actriz que su talento interpretativo”, manifiesta el periodista Alex Abad-Santos.
Otros, sin embargo, sí ven un peligro real. Newsweek se pregunta si la artista natural de Washington está a tiempo de “salvar su carrera”. The New York Times la insta a centrarse en su trabajo artístico y no sucumbir ante la tentación de transformarse en una musa de la derecha. El escritor Ross Douthat anhela “que Sydney Sweeney quiera de verdad ese estrellato a la antigua usanza que ha buscado hasta ahora en su carrera, y no solo el dominio digital, la magia del meme y los contratos publicitarios que tiene a su alcance. Espero que la distancia entre el éxito de su campaña de vaqueros y el fracaso de su película pensada para los Oscar no la lleve a girar más hacia el modelaje y los influencers. Espero que siga actuando y encuentre guiones que aprovechen al máximo su carisma en lugar de intentar ir en contra de él”. The Guardian también aconseja a la intérprete: “Cuando la gente pide recomendaciones culturales, no pregunta “¿Es diversa?” o “¿Es conservadora?”, sino “¿Es buena?”. Quizá Sweeney debería dedicar más tiempo a contarnos por qué sus películas merecen la pena y menos a hablar del color de sus ojos”.
La respuesta a estas preguntas llegará en solo unas semanas. El próximo 1 de enero Sweeney intentará que a la cuarta vaya la vencida en la taquilla con el esperado estreno de La asistenta. Esta adaptación de la adictiva novela superventas de Freida McFadden, que coprotagoniza junto a Amanda Seyfried, aspira a conquistar la cartelera navideña con sus ingredientes de thriller camp y quizá decidir de una vez por todas si el fenómeno Sydney Sweeney es puramente cinematográfico o folclórico.