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Contra la tristeza, chapa y pintura: cómo arreglarse puede ser la esperanza que necesitamos ante la adversidad

Ir a la peluquería, hacerse una manicura o ponerse un poco de colorete son pequeños gestos que implican una toma de control sobre la imagen y un signo de esperanza sobre la adversidad. Expertos explican hasta qué punto puede ayudar en procesos de tristeza y duelo

“Dos brochazos”. Eso es lo que necesita Olvido, una sevillana octogenaria con problemas graves de corazón que apenas le permiten caminar unos metros sin asfixiarse. Ella acude, cada mañana, a desayunar con las amigas con el cabello blanco bien peinado, las gafas de sol coordinadas con la ropa y el maquillaje impecable. “Que no falten los dos brochazos de maquillaje”, insiste, con un hilo de voz.

Este gesto, mecanizado en unas ocasiones y meditado en otras, no es superficial. Implica una toma de control sobre la imagen y un signo de esperanza sobre la adversidad. Lo sabe Olvido y lo saben muchas personas que atraviesan procesos de malestar, tristeza o duelo. La teoría, aunque sea de manera inconsciente, la conocemos: hay que cuidarse para sentirse bien. Como afirma la psicóloga Elena Daprá, “es una forma de recordarnos que seguimos vivos”. Esta psicóloga sanitaria con 22 años de experiencia y mirada internacional defiende la importancia de las rutinas: “No hablamos de frivolidad, sino de actos que reafirman la propia identidad en momentos en los que el dolor amenaza con borrarlo todo”.

El mecanismo es el siguiente: nos sentimos mal y abandonamos el maquillaje, aunque sea mínimo, nos vestimos de manera automática y nos peinamos de cualquier manera. El resultado es que este descuido nos hace sentir peor. Además, la tristeza y el duelo dejan huellas en el cuerpo: la piel pierde luz, las ojeras se oscurecen, el cuero cabelludo se irrita y el cabello se vuelve quebradizo y mate. Y este es un círculo vicioso del que es difícil escapar.

No siempre se encuentran las fuerzas para darse esos dos brochazos de Olvido. En momentos de oscuridad es necesario un empujón. Eso lo ve con frecuencia Nadia Barrientos, CEO de doce salones de peluquería y belleza, entre ellos Madroom, que está junto al Retiro madrileño. “Hay que dar la mano”, afirma. “A veces, es la hija o el marido quien llama para pedir cita. La persona viene porque alguien empuja o por el consejo de un psicólogo. En una ocasión, una niña de diez años acudió a la peluquería para cortarse y, una vez ahí, nos pidió que laváramos el pelo a su madre porque estaba triste. Una vez que llegan al salón ya se sienten protegidos. Luego, cuando se ven bien, ya se enganchan”.

Para la psicóloga Ana Belén Medialdea, autora del libro La luz que hay en ti (Ed. Planeta, 2025) “Cuando la voluntad desaparece, la clave está en conectar con la responsabilidad. Muchas veces, en situaciones de dificultad, vemos que una persona es capaz de cuidar antes a un hijo o a una mascota que a sí misma, porque siente ese deber: “él depende de mí”. Ese mismo principio podemos aplicarlo hacia nosotros mismos. Aunque no tengamos fuerzas ni ganas, podemos asumir la responsabilidad de hacer algo pequeño por nuestro propio bien. No se trata de grandes gestos, sino de un mínimo: lavarnos, alimentarnos de forma equilibrada aunque no apetezca, salir a caminar unos minutos”. Todas estas son buenas soluciones porque el bienestar es, y aquí viene una buena noticia, adictivo. Quien se siente bien se viste con coquetería, se cuida las uñas y sale a la calle con la pestaña en orden y ese rosario de gestos le devuelven más y más bienestar.

Sin embargo, cuando sufrimos hay que forzar los cuidados y realizar el trayecto en sentido opuesto: desde fuera hacia adentro. En ocasiones, hay que construirse una máscara para convencernos a nosotros mismos y al resto del mundo de que no todo está perdido. Este proceso de enmascaramiento es un arma de doble filo. Daprá afirma que hay personas que aparentan estar bien para protegerse del entorno. Si se convierte en un mecanismo rígido, puede dificultar la gestión emocional auténtica. ¿Funciona el famoso mantra anglosajón de Fake it until you get it, finge hasta que te lo creas? Esta experta en bienestar emocional reconoce que “tiene base psicológica: activa procesos internos que generan un cambio real. Es decir, vestirse con intención o aplicarse un colorete cremoso y gustoso puede no eliminar la tristeza, pero sí abrir un resquicio de energía que impulse la resiliencia” A ver si va a resultar que la belleza empieza en el exterior. Medialdea también reflexiona sobre esa cara B de la máscara: “Se convierte en algo disfuncional cuando usamos el cuidado personal únicamente para no conectar con nosotros mismos, especialmente en la fase de negación. En esos casos, la persona se centra en arreglarse o en mostrar una imagen impecable hacia afuera, pero por dentro no se permite sentir ni procesar lo que ocurre. Esa máscara protege en un primer momento, pero si se prolonga demasiado, nos desconecta de nuestra propia verdad y nos impide atravesar el duelo de manera saludable”. La tristeza hay que vivirla, con o sin los labios pintados de rojo.

El pasado septiembre, la escritora Bárbara Arena (conocida en x como @buarena) escribió el siguiente texto: “Yo no me visto mona para gustar a los hombres, ni tampoco para gustar a las mujeres, ni siquiera lo hago para gustarme a mí misma sino para luchar contra la siempre acechante depresión”. Dapré refuerza esta afirmación: “El cuidado devuelve estructura cuando la tristeza lo arrasa todo. En la tristeza, el tiempo se vuelve pesado, lento, caótico. Incorporar rutinas de cuidado personal aporta estructura, marca un antes y un después en el día. Son actos repetitivos, conocidos, que generan seguridad y previsibilidad. Al mismo tiempo, estimulan la dopamina y nos devuelven la sensación de agencia: “yo decido qué hacer con mi cuerpo”.

Al final, se trata de tomar algo de sentir que se toman las riendas de la vida. La facialista Diana Montoya lo ve con frecuencia en su centro de belleza del barrio de Chamartín, buscado por celebridades y anónimas. Quienes acuden aquí “quieren recuperar algo de control y equilibrio en medio del caos. Lo he visto en muchas mujeres y siempre les digo lo mismo: cuidarse en esos momentos no es vanidad, es una forma de abrazarse a uno mismo. No hablamos solo de cremas o masajes, sino de un espacio donde la persona se siente acogida, escuchada y cuidada”. A veces, en medio del dolor, ese pequeño gesto de autocuidado es el inicio de un cambio más grande. Los centros de belleza, como peluquería, las tiendas de ropa o las perfumerías pueden ser un refugio cuando una nube negra nos sobrevuela. También son un privilegio: no todo el mundo se puede permitir unas mechas, un facial o comprar una mascarilla para conseguir glow.

Además de refugio, el cuidado es un faro como le gusta denominar a este acto a Medialdea. Ella relata lo siguiente: “Recuerdo a una paciente que perdió a su madre de forma repentina. Ella estaba destrozada y apenas comía, no tenía fuerzas para nada. Sin embargo, cada vez que salía de casa se pintaba los labios. Cuando le pregunté por qué lo hacía, me respondió: 'Porque yo siempre he sido presumida. Cuando me veo sin los labios pintados, siento que pierdo una parte de mí. En cambio, al pintármelos, siento que todavía queda algo de mí en medio de todo esto que me está arrasando’. Ese gesto, aparentemente mínimo, era su faro”. Elegir la ropa interior con cuidado, añadir un pendiente al look, guardar un labial en el bolso, recuperar un perfume olvidado sobre una mesa son luces que anuncian un camino.

Los gestos mínimos son máximos. Limpiar la piel con un masaje sencillo, cremas, acondicionador tras lavar el pelo, nutrir manos y pedir cita para la manicura importan. Nadia Barrientos ha observado que “la gente ha aprendido a peinarse en casa y a realizarse tratamientos para no bajar la guardia; luego acuden al salón para corte y color”. Estos microrutinas diarias nos conectan con el cuerpo, nos ordenan y nos encienden una pequeña luz interior, aunque sea tenue. La cosmética, las peluquerías y los aromas son balsámicos. Hasta la cosmética más clínica y orientada a resultados se esmera por resultar sensual: importa tanto el antes (las ganas de usarla), el durante como el después. Marcas como Rowse, con sus texturas apetecibles, o el éxito de Sol de Janeiro lo confirman. A, veces, además, buscan serlo de manera literal.

Gregorio Sola, Académico de la Academia del Perfume (Sillón Sándalo) y perfumista senior de Puig, habla en una charla que puede verse en la web de la Academia de notas que despiertan los sentidos, como las cítricas. El limón, la lima o el pomelo o el yuzu ayudan a activarnos con una sensación refrescante, estimulante y revitalizante… También las notas frutales son luminosas y las florales coloristas y todo eso se asocia con la alegría, que nunca sobra.

En este punto estamos convencidos de que el cuidado personal ayuda en momentos de tristeza profunda o duelo. Ahora, nos surgen otras preguntas: ¿puede ser un síntoma de malestar y huida, el maquillaje excesivo y diario o la obsesión por los tratamientos estéticos? Quien tiene la autoestima sujeta no se debilita por ver un dedo de raíz canoso ni necesita llevar corrector antiojeras, quizás porque no le importen las ojeras o no las tengan. ¿Gastan menos en cosmética las personas felices? En cualquier caso, el maquillaje, la peluquería y el cuidado físico tienen impacto en la salud mental, eso de lo que antes nadie hablaba y como afirmaba Elvira Lindo en el programa Salvados: “ahora se habla demasiado”.

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