Desconectar de las redes sociales disminuye la satisfacción vital, según un estudio

Una investigación pone en duda los beneficios de la ‘desintoxicación digital’: tras una semana se reducían tanto las emociones negativas y las positivas

Un hombre revisa internet y sus redes sociales en un móvil y otras pantallas.Bill Hinton (Moment Editorial/Getty Images)

Las redes sociales son un arma de doble filo. Nos ayudan a estar más conectados, a sentir un poco más cerca a las personas que tenemos lejos, incluso a entablar amistades con gente de países distintos. Por otro lado, también pueden provocar adicción, una enorme presión social y ser un trampolín para los trastornos alimenticios. La gran visibilidad que generan lleva a muchas personas a querer dejarlas, algo muy habitual, por ejemplo, entre los famosos. La última en...

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Las redes sociales son un arma de doble filo. Nos ayudan a estar más conectados, a sentir un poco más cerca a las personas que tenemos lejos, incluso a entablar amistades con gente de países distintos. Por otro lado, también pueden provocar adicción, una enorme presión social y ser un trampolín para los trastornos alimenticios. La gran visibilidad que generan lleva a muchas personas a querer dejarlas, algo muy habitual, por ejemplo, entre los famosos. La última en anunciar su desconexión (quizá temporal) ha sido la actriz y cantante Selena Gómez. Sin embargo, esta desintoxicación digital puede no ser tan beneficiosa para el bienestar personal como se creía, según un estudio de la Universidad de Durham (Inglaterra), publicado este miércoles en la revista PLoS.

Los investigadores comprobaron que, tras una semana de abstinencia, las personas que se sometieron al estudio habían reducido sus emociones negativas y el aburrimiento, pero también vieron mermada su satisfacción vital. Las redes sociales ofrecen poderosas recompensas sociales, por lo que su restricción “puede conducir a cierta reducción de las emociones positivas”, indica Niklas Ihssen, uno de los autores. Lo mismo ocurre en el caso contrario, con la disminución de los sentimientos negativos, al restringir la exposición a experiencias dañinas como las comparaciones sociales, el FOMO (siglas del inglés fear of missing out: miedo a perderse algo, en español), o incluso la intimidación y el acoso.

Para realizar el estudio utilizaron una muestra de 51 estudiantes de la Universidad de Durham entre 18 y 25 años, que tuvieron que dejar de usar las redes sociales durante una semana. Se evaluó su estado de ánimo tres días antes de comenzar y cuatro días después de que finalizara ese periodo de abstinencia. Además, durante los días de desconexión debían rellenar cuatro cuestionarios diarios con preguntas sobre el aburrimiento, la soledad, los antojos de redes sociales, la emociones positivas y las negativas. Antes de que finalizara esa semana, el 86% había recaído al menos una vez y había accedido a sus redes sociales.

Tras el periodo de estudio, los autores concluyeron que no había evidencia de que interrumpir el uso de las redes sociales produzca síntomas similares a los de la abstinencia en los adictos a sustancias estupefacientes. Esa ausencia de mono no es muy significativa para Marian García, directora de Orbium, un Centro Terapeútico especializado en adicciones. La psicóloga puntualiza que las personas de la muestra no tenían problemas de adicción y, aunque los tuvieran, “una semana es un tiempo muy breve. El estado de ánimo de los adictos no se empobrece nada más dejar el consumo”. Además, que conocieran el tiempo exacto de restricción al que se les iba a someter pudo influir en su comportamiento.

Remedios Zafra, investigadora del Instituto de Filosofía (IFS) del CSIC, cree que los resultados pueden ser valiosos para abordar estrategias de desconexión. Antes de comenzar la restricción, estas personas utilizaban las redes sociales durante una media de entre tres y cuatro horas diarias. Después de esa semana, redujeron ese tiempo a media hora: “Son capaces de reducir significativamente su utilización sin experimentar ningún efecto negativo adverso”, destaca Ihssen, uno de los autores.

García, de nuevo, apunta que hablar de una reducción eficaz del uso es precipitado e indica que el periodo mínimo para poder ver resultados debería ser de unos tres meses. La psicóloga hace hincapié, además, en que haría falta un seguimiento más prolongado para asegurarse de que se mantiene. Generalmente, primero logran disminuir el hábito, pero con el paso del tiempo pueden ir retomándolo gradualmente, señala.

Otra de las cuestiones que estudiaron los investigadores es en qué invertían los voluntarios el tiempo que dejaban de dedicar a las redes sociales. Las dos ocupaciones más recurrentes eran los videojuegos y las compras por internet. Para la directora de Orbium, se trata de un comportamiento claro de “sustitución”. De esta manera, los usuarios podían conseguir con otra cosa la misma dopamina que les generaban estos medios.

No hay que olvidar que la empresa Meta, dueña de Instagram y Facebook, se enfrente a una demanda colectiva en Estados Unidos, acusada de promover de manera consciente el uso adictivo y compulsivo de las redes sociales entre niños y adolescentes. “El potencial adictivo de las actuales tecnologías es enorme y, por tanto, el asunto de la desconexión es de importancia vital para las personas”, subraya Zafra, del IFS-CSIC.

El autor está convencido de que la llegada de cualquier nueva tecnología ha generado preocupación sobre su impacto en el bienestar de las personas y no se deberían sobrepatologizar determinados comportamientos. Covadonga González-Nuevo, profesora de Psicología en la Universidad de Burgos y miembro de la Sociedad Española de Psicología Clínica Infantojuvenil, cuenta que, aunque las redes sociales se asocien a problemas como la ansiedad, la depresión y la insatisfacción corporal, el uso abusivo no tiene por qué ir asociado a una mala salud mental. “En las redes sociales conviven usos de todos tipos, siendo recomendable minimizar los negativos”

El investigador insiste en que los resultados de su investigación indican que las redes sociales “no deben considerarse adictivas en el sentido de provocar abstinencia y antojos”. Ihssen las define como algo que puede brindar experiencias tanto positivas como negativas y que hay que consumir con responsabilidad, dejando lo que ocurra en manos de los usuarios.

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