Nace en España el primer bebé tras un trasplante de útero
La madre, que carecía del órgano por un problema congénito, recibió la matriz de su hermana en 2020
Jesús duerme plácidamente en el brazo de su madre, ajeno al guirigay que se ha montado a su alrededor. Ignora su protagonismo y que decenas de ojos hace rato que se han posado sobre él. Apenas tiene dos meses de vida, pero su historia ya se ha escrito en los libros de medicina: el pequeño es el primer bebé en España que nace tras un trasplante de útero. La madre, Tamara Franco, carecía del órgano reproductor por un problema congénito y, para cumplir su deseo de ser madre, recibió el útero de su hermana, que se lo donó en octubre de 2020. Con la llegada al mundo de Jesús concluye el primer éxit...
Jesús duerme plácidamente en el brazo de su madre, ajeno al guirigay que se ha montado a su alrededor. Ignora su protagonismo y que decenas de ojos hace rato que se han posado sobre él. Apenas tiene dos meses de vida, pero su historia ya se ha escrito en los libros de medicina: el pequeño es el primer bebé en España que nace tras un trasplante de útero. La madre, Tamara Franco, carecía del órgano reproductor por un problema congénito y, para cumplir su deseo de ser madre, recibió el útero de su hermana, que se lo donó en octubre de 2020. Con la llegada al mundo de Jesús concluye el primer éxito de un estudio del Hospital Clínic para validar la viabilidad de esta cirugía, no exenta de dilemas éticos.
Jesús no es el primero. Hay más de medio centenar como él en el mundo. Desde que en 2013 el equipo del doctor Mats Brännström, del Hospital Universitario Sahlgrenska de la Universidad de Gotemburgo (Suecia), hiciese el primer trasplante de útero que culminó con el nacimiento de un bebé en 2014, ha habido un goteo de casos por todo el globo que atestiguan el éxito de este procedimiento, tanto con el útero de una donante viva como de cadáver. “La primera victoria es la cirugía, luego que la mujer tenga la menstruación con normalidad y después el embarazo… Pero la definición del éxito del trasplante de útero es que la mujer consiga dar a luz”, explicaba el propio Brännström en una entrevista a EL PAÍS en 2015.
No es un camino fácil. Empezando por la elección de la receptora. En el estudio del Clínic, el centro fijaba como requisito principal que las candidatas tuviesen el síndrome de Rokitansky, un trastorno congénito del aparato reproductor femenino que afecta a una de cada 5.000 mujeres en el mundo y que supone nacer ya sin útero ni trompas de Falopio. En el marco del estudio experimental del hospital barcelonés, los investigadores han recibido la consulta de más de un centenar de mujeres, pero, por ahora, solo se han hecho dos trasplantes (uno de ellos, el de Franco) y hay otras dos mujeres en proceso de estudio “avanzado”, ha explicado el doctor Francisco Carmona, jefe de servicio de Ginecología y responsable del proyecto, que tiene autorización para hacer cinco trasplantes.
El procedimiento quirúrgico es también de alta complejidad y no exento de riesgos: primero hay que hacer la extracción del útero —se practica mediante cirugía robótica, que es menos invasiva— y luego, la implantación, que sí se hace en una intervención abierta. En el caso de Tamara Franco, la extracción duró unas 11 horas y la implantación, otras cuatro. Antonio Alcaraz, jefe del servicio de Urología y especialista en trasplantes, admite que el proceso tiene una alta “complejidad técnica”. “El útero en fase no gestante recibe muy poca sangre y las arterias uterinas son de dos milímetros y las venas, de dos o tres. Y eso lo hace difícilmente trasplantable. Tenemos que ir buscando vasos mayores y en el drenaje venoso, buscar venas que tengan más flujo sanguíneo”, explica. Además, agrega, “no se puede sacrificar la vascularización de órganos adyacentes, como la vejiga”, lo que complica el abordaje. “Y a eso se añade que el uréter siempre está por el medio y es una dificultad extra no tocarlo” en todo el proceso, expone el urólogo.
Tamara Franco recibió el trasplante en octubre de 2020 y poco tiempo después, ya tuvo la primera regla. Pero el proceso para lograr un embarazo con éxito fue complejo, con problemas añadidos que dificultaron y retrasaron todo el procedimiento, como un aborto o la covid que contrajo la paciente. No consiguieron implantarle un embrión y llevar adelante la gestación hasta el pasado septiembre. Durante el embarazo, además, la mujer desarrolló preeclampsia y se programó una cesárea a los siete meses, el 10 de marzo. El pequeño Jesús nació con 1,1 kilos de peso y, aunque tuvo que recibir ayuda ventilatoria y alimentación parenteral los primeros días, los médicos aseguran que su evolución es favorable: ahora mismo, el pequeño pesa ya 3.200 gramos y su estado de salud ha mejorado. Solo necesita apoyo de oxígeno ocasionalmente para ayudar a sus pulmones a ventilar correctamente.
Por su parte, Franco ya ha sido sometida a una histerectomía para extraerle el útero. Es el procedimiento habitual cuando la madre confirma que ya ha cumplido su deseo gestacional. El órgano ya no es necesario y se le retira para que la mujer no tenga que seguir sometida a tratamientos inmunosupresores que evitan el rechazo del órgano. “Ha sido un proceso duro, pero ha merecido la pena”, resuelve contundente Franco, que tiene 34 años y es natural de Murcia.
Los casos de éxito reportados todavía van a cuentagotas. La técnica experimental se está perfeccionando, pero no todos los trasplantes de útero acaban definitivamente en el nacimiento de un bebé vivo. Una revisión de 2021 de investigadores de la Clínica Cleveland de Ohio recopilaba más de una treintena de niños nacidos tras esta técnica en el mundo, aunque recogía una tasa de éxito variable según el centro: en el suyo, la tasa de embarazo para pacientes con un órgano en funcionamiento —son los llamados “trasplantes técnicamente exitosos”—, fue del 66%, pero los autores admitían que otro estudio había reportado que, a fecha de abril de 2020, de las primeras 52 receptoras de un trasplante de útero en el mundo, solo el 42% de las pacientes con un trasplante técnicamente exitoso lograron un embarazo.
Otro estudio estadounidense reportó en 2021 los resultados de un programa de trasplante de útero en el Centro Médico de la Universidad de Baylor en Dallas: entre 2017 y 2020, una docena de bebés nacieron después de esta cirugía, que recurrió tanto a donantes vivos como de cadáver. De los 14 trasplantes “técnicamente exitosos” que se hicieron, se registró al menos un nacido vivo en 11 pacientes (una de ellas, dio a luz a dos bebés). “La tasa de nacidos vivos por trasplante técnicamente exitoso es del 79%”, apuntaron los autores.
Carmona ha explicado que la semana pasada habló con Brännström a propósito, precisamente, de las cifras de estos trasplantes. El equipo sueco lleva un cálculo de los casos de éxito. “Se han hecho más de 100 trasplantes y hay más de 50 niños nacidos. Se calcula que la tasa de pérdida del injerto [el órgano trasplantado] es del 15% o el 20%. Eso nos deja unas 85 pacientes que llegarían y, de esas, no se ha hecho aún a todas la transferencia de embriones, pero ya tenemos más de 50 niños nacidos”, ha celebrado el ginecólogo. Carmona ha asegurado que este tipo de procedimientos serían aplicables no solo a mujeres con síndrome de Rokitansky, sino también a “mujeres con factor uterino absoluto”. “Son mujeres que no tienen útero por distintas condiciones médicas o que no funciona”, ha indicado.
Dilemas éticos
Las dudas éticas sobre la pertinencia de implementar esta técnica han acompañado a este procedimiento desde que Brännström y su equipo pusieron la primera piedra. En la balanza, el riesgo-beneficio de estas intervenciones tan complejas para receptora y donante nunca ha estado claro: además de los problemas que pueden acompañar a las cirugías, los fármacos inmunosupresores para evitar el rechazo tras el trasplante pueden tener impactos indeseados y los embarazos son de alto riesgo. Jesús, por ejemplo, nació prematuro y el estudio de Dallas reportó también en las madres casos de preeclampsia, como le sucedió a Franco, o diabetes gestacional, entre otras dolencias. La directora de la Organización Nacional de Trasplantes, Beatriz Domínguez Gil, ya ha mostrado en alguna ocasión sus reservas respecto a este procedimiento: “Los riesgos que asume la madre y el impacto en el feto no compensan el objetivo final de concebir un bebé y además existen alternativas viables, como la adopción”, explicaba en declaraciones a EL PAÍS en 2018.
También levanta suspicacias que se trate de un trasplante para cumplir un deseo, no para salvar una vida, aunque las voces favorables argumentan que esta técnica aborda un tipo de infertilidad antes intratable y que hay otras técnicas de reproducción asistida para tratar otra clase de infertilidades que sí se aceptan como práctica médica convencional. “Nos enfrentamos a un debate de sociedad, mi opinión no tiene mucho valor”, ha asegurado Alcaraz. Y prosigue: “Nosotros estamos en un programa experimental para demostrar la factibilidad desde el punto de vista técnico. Ahora bien, la infertilidad hace sufrir a mucha gente y algunas mujeres tienen desenlaces fatales por esto. Es un problema grave de salud”. Carmona, por su parte, ha asegurado que, en cualquier caso, “es importante que se abra un debate ético sobre los límites a los que se puede llegar con los avances técnicos”.
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