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Boyan Slat, el chico que se empeñó en limpiar el océano

El creador de la fundación The Ocean Cleanup combina ciencia, tecnología y una buena dosis de perseverancia para sacar adelante una organización capaz de retirar millones de toneladas de plástico de ríos y mares

La gran mancha de basura del pacífico (GPGP, por sus siglas en inglés) no es una isla de plástico firme en medio del mar. Sí, se encuentra al norte del océano Pacífico, entre Hawái y California, y sí, es el punto de mayor acumulación de residuos plásticos del planeta, pero no abarca un territorio fijo y determinado con unas coordenadas concretas en el mapa. Solo es una zona en la que flotan, esparcidas por la superficie del agua, unas 100.000 toneladas de plástico, que han llegado hasta allí arrastradas por las corrientes marinas y la incapacidad manifiesta del ser humano de ocuparse de los residuos que genera. Es el basurero más grande del mundo, un basurero etéreo, disperso. Por eso limpiarlo es tan difícil.

Hasta allí viajó en las Navidades de 2018 el equipo de The Ocean Cleanup, una fundación dedicada desde hace más de diez años a recoger el plástico que queda flotando. La organización nació en 2013, así que cinco años más tarde —después de muchas pruebas y errores en entornos controlados— ya tenían un prototipo de barrera flotante que debía limpiar, sin apenas intervención humana, el plástico de esa zona del océano. Boyan Slat, de 31 años y natural de Delft, en Países Bajos, es el fundador y CEO de la organización, y navegó junto con el resto del equipo hasta allí con el objetivo de probar el sistema.

“Estábamos muy emocionados”, cuenta Matthias Egger, científico de la organización que formó parte del equipo original. “Hasta que la pusimos en marcha. Primero no funcionó y luego se rompió”, cuenta durante una videollamada con este periódico. “Fue duro”, asegura, no solo porque el invento que habían tardado años en desarrollar no aguantó el mínimo embate del mar, sino porque aquella debía ser la prueba definitiva de que estaban en el buen camino. “Recuerdo que pensé: ‘Le hemos prometido al mundo una solución, y no la tenemos, hemos fracasado”, cuenta Egger. La derrota parecía total, hasta que Slat se dirigió al grupo.

“Es normal”, dijo Slat entonces, en un intento de animar a sus empleados, “me hubiera sorprendido de que hubiera funcionado a la primera”. Después de unas palabras de ánimo pasaron al análisis: qué es lo que había fallado y cómo podían aprender del error que acababan de cometer. Slat tenía entonces 24 años.

“Aprendimos tanto de ese error…”, recuerda Egger, “cuando estás en el mundo de la innovación y el desarrollo de tecnología puntera, acabas aprendiendo que existen esas bajadas y subidas, y Boyan se maneja muy bien en ese terreno”. Dos meses después, habían conseguido rediseñar el modelo y ya estaban de vuelta en el océano para probarlo. “Boyan siempre está enfocado en la misión, y nunca se rinde”, añade.

Adiós al plástico

The Ocean Cleanup aspira a eliminar el 90% del plástico flotante en los océanos para el año 2040. Desde su puesta en marcha, ha logrado avances significativos: en 2024 retiró más de 11,5 millones de kilos de basura de ríos y océanos. Es más que todo lo que habían recogido en los años precedentes, pero todavía están muy lejos de su meta. Para conseguirlo cuanto antes atacan el problema en dos frentes: el océano y los ríos. Cada uno tiene ya su correspondiente sistema probado y en funcionamiento.

La organización limpia los océanos con el System 03, una barrera flotante de unos 2,2 kilómetros de largo que se despliega y engancha por ambos extremos a dos embarcaciones que navegan la gran mancha de basura del pacífico. Funciona aprovechando las corrientes marinas: concentra los plásticos flotantes en un punto central donde son recogidos y transportados a tierra para su clasificación y reciclaje.

El Interceptor, que actúa en los ríos, es una embarcación casi autónoma diseñada para recoger residuos antes de que lleguen al mar. Antes funcionaban con energía solar y un sistema de barreras flotantes que canalizaba los desechos hacia una cinta transportadora, pero con el tiempo se han ido simplificando. Ahora es un sistema manual en el que una grúa operada por un trabajador local va retirando los plásticos que se acumulan en la barrera.

El sistema ya opera en ríos de Indonesia, Malasia, República Dominicana, Jamaica, Guatemala y Tailandia. Entre 1,15 y 2,41 millones de toneladas métricas de plástico llegan cada año al océano a través de los ríos. El hallazgo crucial que les llevó a atacar este problema es que solo unos 1.000 —menos del 1% del total mundial— son responsables de alrededor del 80% de esa contaminación. Normalmente, atraviesan zonas urbanas muy pobladas donde no hay gestión de residuos y cuando llueve, los desechos plásticos de calles y vertederos son arrastrados hacia los cauces fluviales y, finalmente, al mar.

En 2025, The Ocean Cleanup lanzó el 30 Rivers Program, una iniciativa que busca interceptar el plástico en los 30 ríos más contaminados del mundo antes de que llegue al mar. La organización estima que esos cauces —entre ellos el Pasig, en Filipinas; el Ciliwung, en Indonesia; o el Klang, en Malasia— son responsables de una parte sustancial del flujo global de residuos hacia los océanos.

Su plan consiste en desplegar sistemas Interceptor en grandes ciudades ribereñas y crear alianzas con gobiernos locales para mejorar la gestión de residuos. Si funciona, la estrategia podría reducir hasta un tercio de la contaminación plástica que llega al mar desde los ríos antes de 2030, un paso decisivo para lograr su objetivo final de eliminar el 90% del plástico flotante del planeta.

Velocidad de crucero

“Estamos en una fase muy emocionante porque sabemos lo que hay que hacer”, comenta Slat en una videollamada. Tienen los datos y la tecnología necesaria, saben cómo y dónde implementarla. “Ahora solo se trata de escalar a toda velocidad”. Slat es un hombre sobrio, recogido sobre sí mismo, concentrado al otro lado de la pantalla, que a veces parece estar en otra parte. Su organización está instalando un Interceptor por trimestre, y para conseguir su objetivo tiene que aumentar esa velocidad de instalación a uno por semana. “Y luego dos”, sentencia, como si fuera imposible que no pasara eso, aunque todo parece contribuir a que la meta sea inalcanzable “en pocos años”.

La actitud le viene de serie. Como un músculo, lleva años entrenando su capacidad para la perseverancia, enfrentando problemas imposibles de resolver, retos insuperables y grandes desafíos. “Cualquier persona sensata habría abandonado al menos tres veces”, asegura. “Los primeros ocho años, por ejemplo, fueron durísimos. Teníamos un equipo motivado y mucha presión encima, y no funcionaba nada de lo que hacíamos” recuerda.

Hank van Dalen, director de Océanos en la organización, todavía se acuerda de aquellos días. “Para él, los fallos son eventos para el aprendizaje no planeados. No se permitía lamentar los errores cometidos, se ponía directamente a analizar el problema para buscar una solución”, cuenta también por videollamada.

Slat compara la dificultad de innovar con la de estar en una cordillera llena de montañas. El emprendedor tiene que encontrar la más alta, pero una niebla densa le impide simplemente echar un vistazo y escalar la que parezca más grande. Tiene que ir probando, subiendo una cordillera solo para darse cuenta de que no es la más alta, bajar y volver a intentarlo mientras te presiona el equipo, los socios financieros y el resto del mundo, que confía en que encuentres la solución.

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