Carne cultivada, la alternativa no-vegana para proteger el ambiente
Las startups de biotecnología de España, Francia, República Checa o Países Bajos ya apuestan por la fabricación todo tipo de productos cárnicos, aunque por el momento no se pueden consumir en Europa
Comer carne sin la necesidad de sacrificar a un animal ya es posible, e incluso es mejor para el planeta. Así lo aseguran los fabricantes de carne cultivada, empresas que gracias a la biotecnología han logrado desarrollar productos cárnicos de vaca, cerdo, pollo o pato en entornos controlados, compuestos de las mismas células que la carne convencional. A pesar de que en Europa estos productos aún no están aprobados para el consumo humano (por el momento solo se pueden vender en Estados Unidos y Singapur), diversas compañías de este sector ya están surgiendo en Francia, España, República Checa y Países Bajos.
“La carne cultivada ofrece una opción que contribuye a la sostenibilidad del sistema alimentario, ya que cuenta con importantes ventajas ambientales. En comparación con los métodos tradicionales de producción, reduce las emisiones de gases de efecto invernadero en un 92%, disminuye el uso de tierras en un 95% y consume un 78% menos de agua. Es más segura, puesto que está exenta de contacto con patógenos, eliminando el riesgo de enfermedades zoonóticas. Además, su producción protege acuíferos y suelos, evitando la contaminación”, defiende Iñigo Charola, CEO de Biotech Foods. La compañía, situada en País Vasco, es una de las pioneras europeas en utilizar biotecnología para producir carne picada, idéntica a la obtenida con métodos tradicionales, con la que luego se puede elaborar albóndigas, nuggets o hamburguesas.
En Biotech foods explican que el proceso de producción de carne cultivada comienza con la extracción de una muestra de tejido de un animal vivo (por ejemplo, una vaca), del que se obtienen las células musculares responsables de la producción de proteína. Una vez aisladas estas células, se cultivan en un entorno controlado que simula las condiciones del cuerpo del animal, proporcionando la temperatura, los nutrientes y la atmósfera necesarios para que las células continúen su crecimiento y multiplicación.
“Este proceso de producción es natural. Las células se desarrollan y proliferan de la misma forma que lo harían dentro del cuerpo del animal. Es comparable a la fermentación de levaduras para producir cerveza. De ese proceso, obtenemos la carne, la proteína, con la que luego podemos elaborar productos cárnicos diversos”, explica Charola.
Otra firma europea que ha llamado la atención en el sector es la francesa Gourmey. La especialidad de esta compañía, que recientemente recibió 47,7 millones de dólares en financiación para sus operaciones, es la producción de fuagrás, un alimento cuestionado por el gran sufrimiento que genera a los animales para su producción (incluso ha llegado a ser prohibido en países como Alemania, Italia, Argentina o Australia).
“Nuestro foie gras cultivado comienza con la cuidadosa selección de células de alta calidad derivadas de huevos de pato. Estas células, seleccionadas cuidadosamente por su excelencia, establecen la base para cada nuevo lote y se someten a una alimentación y crecimiento precisos dentro de un recipiente cerrado. Luego se recolectan las células y nuestros expertos culinarios emplean un método patentado para elaborar con ellas un producto rico y mantecoso, con una textura delicada en la boca”, detalla Nicolas Morin-Forest, cofundador y CEO de Gourmey a EL PAÍS.
Al igual que Charola, Morin-Forest resalta el papel que puede jugar esta tecnología para luchar contra la crisis climática. “Al integrarse en las cadenas de valor existentes, los alimentos cultivados proporcionan una fuente complementaria de proteínas que puede ayudar a alcanzar los objetivos de inocuidad, protección y sostenibilidad de los alimentos, contribuyendo a sistemas alimentarios resilientes”, asegura.
Por el momento, solo una empresa está comercializando este tipo de productos en la Unión Europea. Se trata de Bene Meat, de República Checa, que vende carne cultivada a otras empresas como base de comida para mascotas. “Cuando fundamos la compañía en 2020, nuestra meta era hacer un entrecot de vaca. Sin embargo, conforme fuimos avanzando, nos dimos cuenta de que había la oportunidad de hacer otros productos menos complejos orientados a las mascotas y comercializarlos. Esto fue lo que nos permitió ser la primera compañía en comercializar este tipo de producto en la región”, cuenta Tomas Kubes, jefe de proyectos estratégicos de Bene Meats.
“Uno de los principales retos es la infraestructura. Desarrollar estos productos es costoso por la tecnología que supone, pero creemos que en el largo plazo producir la carne cultivada será tan barato como la carne normal”, señala Kubes. En esta línea, el ejecutivo añade que confía en que la experiencia que han acumulado les permitirá convertirse pronto en la primera compañía que pueda vender carne cultivada para el consumo humano en Europa.
Otra de las startups de este sector que está teniendo más relevancia es Meatable, de Países Bajos. La empresa neerlandesa ya está produciendo en sus laboratorios carne de vacuno, pollo y cerdo, y vendiendo sus productos en Estados Unidos y Singapur. Asimismo, han reunido alrededor de 95 millones de dólares en total por parte de distintos inversores. “Primero tomamos una muestra de una vaca o un cerdo ilesos. Luego replicamos el proceso natural de crecimiento de grasa y músculo, y mezclamos los dos elementos para producir carne. Carne real, suculenta y deliciosa. Un nuevo proceso natural. La diferencia es que, mientras que a una vaca le tarda alrededor de tres años desarrollar suficiente carne para ser sacrificada, nosotros podemos hacerlo todo en solo un par de semanas”, afirma la empresa.
Según los expertos consultados, la exigente regulación alimentaria es la principal barrera para que el sector siga creciendo en Europa. Si bien países como Islandia y Países Bajos ya han autorizado la degustación de estos productos, el proceso avanza lento. “Para comercializar esta tipología de producto en España es necesaria su aprobación dentro del marco regulatorio de la Unión Europea. Este marco regulatorio implica procesos, normativas y condiciones específicas muy exigentes. En ese sentido, es preciso que cuente con un riguroso análisis de seguridad alimentaria por parte de la EFSA [Agencia Europea de Seguridad de los Alimentos] ante cualquier solicitud de autorización. Asimismo, como todo producto alimentario, tendrá que someterse a normativas de producción y etiquetado”, explica Charola.
Sobre esto, Morin-Forest detalla que este proceso es especialmente complejo porque las proteínas cultivadas se consideran un “alimento nuevo” que ingresa al mercado único, ya que nunca antes en la historia se había podido producir algo similar. “El proceso de aprobación de nuevo alimento se considera generalmente como el camino de aprobación más estricto del mundo. Es exigente en materia de salud y seguridad”, añade.
No todo el mundo está de acuerdo con estos avances. En noviembre de 2023, el gobierno italiano de Georgia Meloni decidió prohibir la comercialización de estos productos en su territorio. Posteriormente, en enero, los gobiernos de Italia, Francia y Austria enviaron una comunicación al Consejo de la Unión Europea en la que aseguraban que la producción de carne cultivada representa “una amenaza para los enfoques primarios basados en la agricultura y los métodos genuinos de producción de alimentos que están en el corazón del modelo agrícola europeo”.
En este documento, las delegaciones de dichos países resaltaban que esta tecnología podía poner en riesgo a los ganaderos europeos, y que su fabricación además supone un dilema ético y social. “La UE ha decidido prohibir la carne tratada con hormonas o los alimentos producidos a partir de animales clonados, pero ¿estaríamos dispuestos a permitir la carne cultivada en laboratorio? ¿Se puede considerar la producción de carne a partir de células como una alternativa más respetuosa con los animales que la crianza, si esta implica la matanza de animales?”, recogía la nota