Tendencias de moda de un joyero neolítico

Los objetos de adorno de un poblado de Granada de hace 7.400 años desvelan que ya entonces tenían interés por el ornamento

5.400 años antes de Cristo, en el neolítico, no todo era cazar o pescar. Ni siquiera, con la ganadería y la agricultura recién descubierta como quien dice, cuidar de los animales y cultivos. El interés por el cuidado personal y la estética siempre ha estado presente en el ser humano. En Montefrío (Granada), hace 7.400 años era sin duda un asunto relevante. Tanto que, en algún momento de la jornada, sus habitantes abandonaban las faenas de supervivencia para dedicar tiempo y recursos a tareas más intrascendentes, como la fabricación de objetos de adorno personal. Joyas que, además, las familias...

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5.400 años antes de Cristo, en el neolítico, no todo era cazar o pescar. Ni siquiera, con la ganadería y la agricultura recién descubierta como quien dice, cuidar de los animales y cultivos. El interés por el cuidado personal y la estética siempre ha estado presente en el ser humano. En Montefrío (Granada), hace 7.400 años era sin duda un asunto relevante. Tanto que, en algún momento de la jornada, sus habitantes abandonaban las faenas de supervivencia para dedicar tiempo y recursos a tareas más intrascendentes, como la fabricación de objetos de adorno personal. Joyas que, además, las familias consideraban pequeños tesoros que, en ocasiones, luciría más de una generación familiar. Y, por supuesto, no todas las temporadas —de cientos de años, eso sí­— ­se llevaban las mismas tendencias. A lo largo del neolítico, el interés por unas joyas fue variando, como ha demostrado el estudio de Claudia Pau y Juan Antonio Cámara, ambos investigadores del Departamento de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Granada (UGR).

En la década de los 90 del siglo pasado, unas excavaciones arqueológicas en el poblado de Los Castillejos, a cinco kilómetros de la localidad granadina de Montefrío, sacaron a la luz una serie de objetos de adorno que entonces solo se catalogaron. Más de 25 años después, Claudia Pau, especialista en análisis de objetos de adorno prehistórico y en la prehistoria del Mediterráneo, ha abierto los armarios donde se encontraban y los ha estudiado en profundidad. Pau explica que se han descrito “seis tipos de adornos a partir de su forma y de su función”. Entre las 162 piezas estudiadas había colgantes, cuentas, elementos anulares, objetos cónicos, alfileres y piezas dentadas. El estudio muestra que la joyería, su tecnología y sus materiales tuvieron un comportamiento dinámico en los 3.000 años estudiados, desde el 5400 A.C, en el Neolítico Antiguo, hasta el 2550, ya en la Edad del Cobre. Antes, como ahora, había básicos eternos y modelos de última moda en el adorno personal.

En el poblado de Los Castillejos, el gusto por los colgantes de concha surge desde el primer momento y ese interés nunca ha decaído. Siempre hubo colgantes de concha en las cabañas del poblado. Sin embargo, hay que esperar al menos 500 años, al Neolítico Medio, para que lleguen a los hogares los brazaletes de ese mismo material. O 2.000 años hasta la llegada de “los alfileres o cabezas de alfiler, utilizados para decorar y sujetar el pelo o para adornar o cerrar algún tipo de vestimenta”, explican Pau y Cámara en un artículo científico en la revista Arqueología, en la que describen su investigación. Los alfileres, además, debieron ser muy sofisticados porque en Los Castillejos solo se han encontrado tres, todos realizados en hueso pulido.

Otro cambio de tendencia en la joyería neolítica se da, probablemente, como consecuencia de la mejora tecnológica. Al principio, explica Pau, “los colgantes, aunque rectangulares, eran de bordes muy irregulares”. Con el tiempo, es decir, cientos de años después, “se fueron redondeando las esquinas y, finalmente, se consiguieron piezas de bordes muy rectos”.

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Juan Antonio Cámara, investigador y profesor de la UGR, explica que “los habitantes del poblado se dedicaban principalmente a la producción de trigo y cebada y al cuidado de sus animales: vacas, ovejas, cabras y cerdos”. No se trataba, cuenta, de un poblado especialmente grande: “No tendría más de 200 habitantes en su momento de mayor población y en un principio tenía dos zonas bien diferenciadas, la de residencia y la de trabajo”. Posteriormente, esa diferencia se diluyó. Los residentes de Los Castillejos vivían en “chozos que aprovechaban las paredes rocosas de la montaña para luego irse ya a cabañas circulares más alejadas de las rocas”. Un pueblo pequeño y aislado que, no obstante, siempre tuvo interés en el adorno muestra que la humanidad siempre ha estado interesada en la estética.

Esas rocas del lugar son, precisamente, la materia prima más utilizada para las joyas neolíticas, explica Pau. El joyero del momento contenía, sobre todo, adornos de mármol, calizas y pizarra local. “Pero también de otros materiales”, aclara, “ya que han aparecido piezas de conchas de moluscos, de huesos de animales e incluso una realizada a partir de un colmillo de jabalí”. Hasta ahí todo material autóctono o casi, porque las conchas de moluscos son del Mediterráneo, a 90 kilómetros del poblado. No era difícil, no obstante, llegar a donde podían aprovisionarse de este material. “Probablemente estos pobladores caminaban varias jornadas hasta llegar al mar”, explica Pau. Pero entre todas las piezas hay una que demuestra que, además, ya había transacciones comerciales o, al menos, cierto nivel de intercambio entre sociedades distintas. Los investigadores han encontrado un colgante de marfil, “un material exótico” como lo califican, que procede sin lugar a dudas de lugares lejanos al pueblo granadino.

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Estas joyas neolíticas no son piezas cogidas del suelo y colgadas de cualquier manera sobre la persona. Al contrario, era necesaria un cierto nivel de complejidad tecnológica para su fabricación. En ocasiones fue suficiente con hacer el agujero por el que pasar el cordel, mientras que otras veces el proceso era más sofisticado: tallar la piedra o recortar la concha, limar hasta conseguir el contorno buscado o pulir. Los investigadores han detectado incluso “el uso de un taladro”, en la producción de algunas de las piezas.

Los expertos no tienen dudas de que el uso de estas joyas o adornos era intensivo. Con frecuencia han percibido el desgaste de la cuerda que las portaba o el brillo que da el roce del adorno con las vestimentas o la piel de quienes los llevaban. Incluso piensan que, en ocasiones, el usuario les cogía tanto cariño que, si se estropeaban, las mandaba arreglar. Es el caso de algunos objetos que presentan dos orificios, realizados cada uno de ellos en épocas diferentes. Eso significa, además, que las joyas, como ahora, eran un objeto que no se valoraba y que se legaba de generación y generación. Miles de años después, hay costumbres que no cambian.

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