Por qué España debe participar activamente en el Global Gateway
A pesar de los enormes progresos materiales y tecnológicos logrados durante las últimas décadas, seguimos llegando tarde a uno de los desafíos más importantes que afronta el planeta: la enorme disparidad en el acceso a infraestructura básica
En los países más desarrollados nos irrita perder unos minutos la conexión en el móvil, que el tren se retrase o que nos cambien una cita en el centro de salud. No se nos ocurre preguntar al vecino si tiene agua potable en casa o luz para leer o estudiar cuando se hace de noche. Olvidamos el vínculo de la infraestructura con aspectos como la seguridad, la movilidad, la cohesión, la igualdad, la productividad o el crecimiento económico. Todo aquello que cablea una parte esencial del bienestar diario de millones de personas.
Sin embargo, la realidad es muy distinta para una gran mayoría de la población mundial. La ONU prevé que haya 2.000 millones de personas en el año 2030 sin acceso regular a infraestructura básica como el agua potable, el saneamiento y la electricidad. El siguiente cálculo nos ayuda a imaginar la magnitud financiera del desafío. El Banco Asiático de Desarrollo señala que sería necesario invertir alrededor de 1.500 billones de euros en Asia hasta 2030 si la región quiere mantener el nivel de crecimiento económico, hacer frente a retos como la pobreza y responder de forma eficaz al cambio climático. Cálculos como este se repiten en otras regiones y desembocan en dos conclusiones. La primera, que la brecha de infraestructuras seguirá aumentando. La segunda, el muy limitado número de países con capacidad financiera para afrontar este tipo de inversiones.
En el 2021, el G-7 finalmente reconoció la magnitud del problema y el coste de sus ramificaciones. También vislumbró una buena oportunidad para reavivar su menguante protagonismo en la escena internacional. La posibilidad de nuevas crisis sanitarias, el progresivo debilitamiento de las cadenas de suministro, el desafío de hacer frente a desastres medioambientales más recurrentes y extremos y, en general, un escenario de creciente inestabilidad animó la creación de la Asociación para la Infraestructura e Inversión Mundiales (PGII); el compromiso conjunto de invertir 600.000 millones en infraestructura energética, digital, sanitaria y medioambiental hasta 2027.
El Global Gateway nace como resultado de dicho acuerdo. Es la respuesta europea a través de un esfuerzo renovado de inversiones y alianzas. En sociedad se suele presentar como la fórmula europea para competir con la poderosa Nueva Ruta de la Seda china. Sin embargo, en realidad esconde algo mucho más valioso: una nueva receta con un potencial transformador extraordinario, pero que depende de cinco ingredientes que no maridan fácilmente. Primero, que la propuesta geoestratégica de la UE coincida con las necesidades y preferencias de nuestros países socios. Segundo, que los principales actores involucrados ―política exterior, cooperación internacional y sector privado― converjan en rutinas, intereses y objetivos. Tercero, que los propios europeos, a través de su listado infinito de embajadas, agencias y bancos, demuestren que quieren y saben trabajar mejor juntos. Cuarto, que nuestra propuesta de inversión; un mosaico de contribuciones financieras de diversa naturaleza, sea capaz de movilizar fondos con la misma eficacia que otras potencias globales. Por último, que confirme que es una fórmula basada en valores, como a sí misma se presenta, respetuosa con principios como el buen gobierno y la transparencia y con los compromisos de la agenda de desarrollo adquiridos por la UE.
Todavía quedan muchos cabos por atar, pocos conocen la estrategia y, de esos pocos, una parte ha mostrado un recurrente escepticismo, tildándola de mero reetiquetado de lo que la UE llevaba haciendo años. Sin embargo, pese a la enorme opacidad que sigue caracterizando el progreso del Global Gateway, se vislumbran avances en ámbitos esenciales. Por ejemplo, un mejor conocimiento de las necesidades en los países socios; una correlación adecuada entre los primeros proyectos presentados, las prioridades del Global Gateway y las políticas relevantes de la UE; la puesta en marcha del Grupo Asesor Empresarial y la exitosa cumbre UE-América Latina y Caribe. Por último, un importante evento sobre el Global Gateway que tuvo lugar la semana pasada, y en el que se esperaba que la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, confirmase que había genio dentro de la lámpara. O, dicho de otra forma, que la fórmula Global Gateway funciona.
España no tiene un gran banco de desarrollo internacional y, lo que es más preocupante, prevalece en una parte de la acción exterior una inclinación al inmovilismo profundamente desmoralizante, incapaz de cohesionar y dinamizar el potencial técnico y financiero del país
Ahora llega el momento de ponernos manos a la obra. Subrayo ponernos porque el Global Gateway no es el monopolio de Bruselas, sino un esfuerzo en el que todos participamos. Y es ahí donde llega la gran pregunta: ¿cómo participa España en el Global Gateway?
El caso de España es paradójico. Junto con Portugal, somos los interlocutores naturales entre la UE y América Latina, una región a la que el Global Gateway va como anillo al dedo. El reencuentro a través de la cumbre UE-LAC de julio y el relanzamiento de las relaciones se ha escenificado en foros y encuentros con una participación llamativa de países, financiadores y empresas. Algo que sugiere uno de esos momentos que no se deben dejar escapar. Desafortunadamente, nos pilla cojos. A diferencia de otros países europeos, especialmente Francia y Alemania, España está desprovista de la infraestructura y el músculo institucional y financiero que lidere, promueva y acompañe este campo de trabajo. No tenemos un gran banco de desarrollo internacional y, lo que es más preocupante, prevalece en una parte de la acción exterior una inclinación al inmovilismo profundamente desmoralizante, incapaz de cohesionar y dinamizar la gran capacidad y el potencial técnico y financiero del país, y que nos sigue poniendo en desventaja respecto a países de nuestro entorno.
El Global Gateway ofrece a España una oportunidad doble. Por una parte, la de contribuir activamente a las necesidades y compromisos del desarrollo y recablear de una forma más estable el vínculo de la UE y España con otras regiones, especialmente con América Latina, dándole una continuidad y un horizonte muy diferente al de los últimos años, caracterizados por una presencia tan adormecida. Por otro, incentivando la modernización de una parte, aun siendo pequeña, de la acción exterior española. Abrir un espacio con una identidad nueva y diferenciada, convencida en su ambición de identificar soluciones innovadoras y unir esfuerzos en un ámbito que, por nuestro propio bien y el de los que vienen, no debe de dejar de ganar protagonismo.
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