El humanitarismo frente al primer conflicto posmoderno
En Ucrania, vemos cómo los movimientos de las organizaciones están limitados; y si perdemos el principio de neutralidad, careceremos de la legitimidad para ayudar a millones de personas que lo necesitan. Con ello volveremos a los tiempos más oscuros de nuestra historia
Escucho muchas voces que hablan de crisis humanitaria en Ucrania, pero lo que en realidad se está viviendo en ese país es una tragedia humana, siendo lo humanitario la respuesta que se ha activado desde diferentes organizaciones, entre las que se encuentra Acción contra el Hambre, para aliviar el sufrimiento de las personas. No hay que confundir crisis humana con respuesta humanitaria. Esta segunda se centra en salvar vidas y está relacionada directamente con la Declaración Universal de los Derechos Humanos y los Convenios de Ginebra, que se concretan en el derecho internacional humanitario (DIH). El DIH a veces se llama el derecho de la guerra porque su mayor función es la de humanizar la tragedia que viven las personas atrapadas en un conflicto.
En Ucrania vivimos una paradoja. Aunque estemos en un conflicto clásico, el DIH no se puede aplicar. El hecho de que sea clásico significa que estamos precisamente en la situación básica prevista por el DIH, o sea, una intervención militar en la cual un Estado soberano invade a otro, y con unas fuerzas armadas claramente identificadas. Es una diferencia mayor si lo comparamos con las crisis que se han dado en las últimas décadas, en las que intervienen grupos armados no estatales, siempre difíciles de identificar y responsabilizar desde la perspectiva del derecho internacional.
Los Estados soberanos, en su gran mayoría, se han suscrito al derecho internacional, y, entre otros, a los principios de libre acceso y de neutralidad de la ayuda humanitaria. La neutralidad es la base para que el socorro llegue a los que lo necesitan, sean combatientes heridos o poblaciones civiles (que los Convenios amparan especialmente) sin interferir con las partes presentes. La falta de impedimento es la condición sine qua non para acceder a los heridos y a los civiles, y aportar una asistencia eficaz.
En Ucrania vemos cómo los movimientos de las organizaciones humanitarias están limitados. Por una parte, porque el sufrimiento de los heridos y de los civiles no es una consecuencia de la guerra, sino un objetivo buscado. Así, se intenta desmotivar la resistencia ucraniana. Por otra parte, porque muchas de las organizaciones vienen de países que se han identificado como “enemigos” por el invasor. Una entidad humanitaria británica, española o francesa, se percibe como un actor alineado con la política de sus respectivos gobiernos.
Esta situación es un cambio radical en el camino emprendido desde los años setenta, cuando, para complementar a la Cruz Roja, nacida en el siglo XIX, se crearon nuevos organismos de socorro para poder actuar de forma ágil, fuera de la política y con las vidas humanas como único objetivo. Se trata del humanitarismo moderno. En Ucrania parece que este recorrido está colisionando con una nueva realidad geopolítica. Cuando en los Balcanes, en África, en Irak e, incluso, en Afganistán, las organizaciones, eso sí, con muchas dificultades, consiguieron llegar a las víctimas es porque, a pesar de sus diferencias, las partes aceptaban el principio mismo de su mandato y la necesidad para la ayuda humanitaria de acceder directamente a los afectados por el conflicto.
La mitad de los dirigentes de la población mundial cuestiona la Carta Universal de los Derechos Humanos
La guerra en Ucrania ha roto con 80 años de paz en Europa (las guerras en los Balcanes no eran entre Estados y no tuvieron un alcance continental). Además, están teniendo repercusiones directas en África y Oriente Medio, donde nuestros equipos vigilan su impacto en el hambre y sus posibles estallidos sociales.
Lo que estamos viendo es que este conflicto puede socavar el humanitarismo. A finales de los años ochenta, podíamos trabajar en cualquier lugar del mundo, con la única excepción de Corea del Norte. Hoy, hay una docena de países en los que es casi imposible o muy difícil trabajar. Desde el inicio de la guerra en Ucrania, vemos también una diferencia: cuando antes los grupos armados nos cerraban el acceso, era por nuestra “propia seguridad”, una excusa que sabíamos negociar para conseguir levantar las barreras; sin embargo, desde hace unas semanas empiezan a cuestionar la propia neutralidad de las organizaciones humanitarias y, en consecuencia, la pertinencia de ayudar a las víctimas. De salvar vidas.
En Ucrania no se obstaculiza solo la aplicación del DIH, sino que se cuestionan los grandes principios de su matriz: los derechos humanos. Se escuchan nuevas voces, tanto en el campo de batalla, como en la comunidad internacional, que ponen en cuestión su razón de ser y especialmente su ámbito universal. No se trata únicamente de Rusia, sino de otros grandes países. Si sumamos todas las poblaciones de estos, llegamos casi a la mitad de la humanidad. O sea, la mitad de los dirigentes de la población mundial cuestiona la Carta Universal de los Derechos Humanos y su postulado central que los hombres y las mujeres poseen derechos inalienables por su naturaleza humana, sin consideración de raza, religión u opinión.
Desde la postmodernidad, definida por la antropología y la sociología como el proceso cultural observado a partir de los años setenta, y acelerado por la desaparición del sistema bipolar en los noventa, nos hemos acostumbrado a repensar el mundo en su globalidad. Dos movimientos han surgido: uno interno e individualista para buscar dentro de la sociedad los diferentes grupos que la componen, generalmente desde la perspectiva de la opresión que sufren, y para identificar, defender y desarrollar sus derechos particulares; el otro, internacional y antioccidental. La guerra ha liberado el discurso de los que quieren reducir los Derechos Humanos a una postura europeo-centrista, afirmando que estos principios son una excusa para establecer su modelo cultural, y que lo que realmente se intenta es exportar la democracia occidental como una herramienta de dominación.
Ambos tienen la misma consecuencia: socavan lo universal. En el momento en que un derecho deja de ser universal, se fragmenta. Su interpretación se vuelve relativa y, por lo tanto, su aplicación imposible. Esta guerra acelera la lógica postmodernista. Como organización humanitaria, si perdemos el principio de neutralidad, careceremos de la legitimidad para ayudar a los millones de personas que lo necesitan cada año. Con ello volveremos a los tiempos más oscuros de nuestra historia y por ello tenemos que defender, a pesar de las diferencias ideológicas, étnicas o religiosas, lo que la humanidad tiene en común y tal vez su razón de ser: proteger al máximo la vida humana.
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