Angelina Vunge, exdiputada angoleña en el Parlamento de Uruguay: “No fui actriz de telenovela brasileña, pero viví una”
Víctima de la guerra civil de Angola, de violencia en el seno de su familia y de abuso sexual, la expolítica se encarga de una fundación con la que trata de llevar ayuda donde no llega el Estado y denuncia el racismo que “está por todos lados”
Angelina Vunge (46 años, Angola) llegó a la política uruguaya por casualidad. “Siempre quise ser actriz”, confiesa. “Yo miraba la telenovela brasileña Xica da Silva, en los años noventa, la historia de una exesclava protagonizada por la brasileña Taís Araujo y ¡cómo me encantaba!”, dice. Víctima de la guerra civil de Angola, de violencia en el seno de su familia y abusos sexuales “extrafamiliares”, Vunge recaló en 1999 en Uruguay. Dos décadas después, en 2021, se convirtió en la primera legisladora africana del Parlamento por el Partido Nacional (centroderecha). Y aunque no ha conseguido ser reelegida en las elecciones legislativas de Uruguay celebradas el pasado 27 de octubre, quiere seguir trabajando para “motivar a las personas y poder colaborar en acciones sociales”, asegura en español con acento uruguayo, durante una entrevista en su casa en el barrio Belvedere de Montevideo.
De hecho, la política, según reconoce, no es su primera pasión. Participa en la fundación Avanza, para llevar alimentos, ropa y electrodomésticos a personas en situación de vulnerabilidad. “En tres años hemos distribuido dos toneladas de alimentos, más de 3.000 prendas y unos 350 pares de calzado. Esperar ayuda del Estado puede demorarse más”, afirma la exdiputada. “Lo hago porque yo hubiera querido que me asistieran cuando lo necesité”, puntualiza.
Su travesía hasta el Río de la Plata ha sido larga. Cada relato de ese viaje se convierte en una denuncia de inequidad y violencia de género. “En Angola yo vivía violencia tras violencia. Mi madre y mi padre trabajaban en el campo y como yo era la única hija mujer, de un total de tres hermanos, las tareas domésticas eran mi responsabilidad. Si no las cumplía, mi padre nos reprendía violentamente a mi mamá y a mí”, recuerda. A los ocho años, Vunge emigró con su familia desde su aldea natal del sur de Angola hacia la capital, Luanda, para buscar mejores condiciones de vida y trabajo. De joven, fue moza en el restaurante del complejo de Naciones Unidas en la capital angoleña, donde una militar en misión de paz de los cascos azules le ofreció recibirla en su casa de Montevideo.
Al llegar a Uruguay, comenzó a trabajar en un restaurante de la capital, cerca del Palacio Legislativo, frecuentado por figuras políticas. “Una noche tranquila de miércoles, mi jefe me dijo: ‘creo que hoy nos vamos más temprano”, recuerda. En ese momento, entró un grupo de políticos, entre ellos Alem García —exlegislador del Partido Nacional— quien al verla mostró interés en conocer su historia. “Comenzamos a conversar sobre mi llegada a Uruguay y mi experiencia con las misiones de paz”.
De aquellas conversaciones surgió un proyecto editorial. “Alguien tiene que contar tu historia”, le insistía Alem García. Y esa idea creció gradualmente en Vungehasta que lanzó en 2013 su libro Angelina, las huellas que dejó Angola, una autobiografía editada por Planeta. “No fui actriz de telenovela brasileña, pero escribí y viví en primera persona una”, remata riendo. Fue un largo proceso en el que una historiadora y profesora la acompañaron. “Todo lo que me pasó en Angola, lo llevo al día de hoy”, afirma.
Quiero trabajar motivando a las personas. Está bien asistirlas por un tiempo, pero lo importante es conseguirles trabajo
Tras su libro, fue cuando llegó la invitación para participar en política en las filas del Partido Nacional, aunque su pasión por las acciones sociales había comenzado antes, cuando tenía 30 años. En 2012, se incorporó a la Asociación Española, una mutualidad dedicada a los servicios de salud, donde trabajó hasta 2019. “Yo era parte de un equipo multidisciplinario de Asistencia a Víctimas de Violencia Doméstica”. Recibía a las mujeres y hacía tareas administrativas. “Me gustaba mucho. Aquello que no pude hacer por mi madre cuando era niña, lo pude hacer por otras mujeres acá”. A partir de esa experiencia, Vunge consagró sus años siguientes a capacitarse en la atención a las víctimas de violencia machista y doméstica. “Estudié en el Instituto Mujer y Sociedad e hice especializaciones que ofrecía el Ministerio de Salud Pública”, aclara.
Estigma racial
Vunge es una de los 50 angoleños registrados en Uruguay —un total de 350 si se tiene en cuenta también Argentina, Chile, Bolivia y Uruguay— según los datos del consulado. En este pequeño país del Río de La Plata, de poco más de 3.400.000 habitantes, solo el 10% de su población es afrodescendiente. Vunge sostiene que el racismo está en todos lados.“Nosotros cargamos con un estigma racial de épocas coloniales. Cuando te hablaba el patrón, tenías que mirar al suelo. En mis trabajos domésticos, cuando me decían lo que tenía que hacer, yo no bajaba la vista. Y sentía que eso les desconcertaba. Todos tenemos la misma sangre”, enfatiza.
Pese a su experiencia, ha decidido no participar en movimientos de lucha antirracistas o sociales. “Más adelante no descarto llegar a un cargo vinculado a la acción social. Quiero trabajar motivando a las personas. Está bien asistirlas por un tiempo, pero lo importante es conseguirles trabajo”, sentencia.