Taxímetros apagados para huir de la guerra
Diversas iniciativas impulsadas por la sociedad civil facilitan la huida de los refugiados ucranios en el mayor éxodo desde la Segunda Guerra Mundial
José David Grisales y Javier Martín son taxistas en Madrid. Grisales es de origen colombiano y Martín, madrileño. Ambos trabajan el mismo vehículo: comparten una furgoneta de nueve plazas. La licencia es de Martín, pero necesitaba un compañero, ya que por una enfermedad no puede conducir a tiempo completo. Son socios desde diciembre de 2021, pero nunca habían tenido la oportunidad de conocerse en profundidad hasta que la Federación del Taxi, en coordinación con la embajada de Ucrania en España, organizó el convoy de conductores para recoger refugiados en la frontera con Polonia. Los dos hombres trajeron a Madrid a siete ucranios –dos mujeres, cuatro niños, una anciana y un perro– de los más de 4,7 millones, según la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur) que han huido de la invasión que inició Putin el 24 de febrero de este año.
Grisales habla despacio, cuidando las palabras y los detalles. Martín es locuaz y generoso en la conversación. Ambos se emocionan hablando sobre el viaje de seis días y más de tres mil kilómetros que les ha marcado. Aunque este nunca había salido de España, y mucho menos para ir a una zona en conflicto, viajar con un expolicía que trabajó contra la guerrilla colombiana calmó sus nervios. En la frontera “él me iba tranquilizando, porque tiene más experiencia. Yo no había pasado de Andorra”, relata. En Varsovia, capital de Polonia, acudieron a un recinto que acogía refugiados del que previamente les había informado la embajada de Ucrania en España. Allí Grisales estuvo ayudando casi una hora. “A un señor mayor le ayudé a ponerse las medias, a otro a pasar de la cama a la silla de ruedas, les llevé a cepillarse los dientes…”, recuerda.
En ese centro se encontraba Olga Zelinska con sus dos hijos de once años y seis meses. La cantidad de personas que llegaba era ingente, y “había muy pocos sitios disponibles para viajar en la caravana de taxis”, afirma esta mujer, que nunca imaginó que llegaría por este medio de transporte. “Era un drama porque veías a otra gente que quería venirse contigo”, detalla Martín. Sin embargo, varios de los que tenían que recoger nunca llegaron. “Espero que les cortaran el paso y se fueran por otro camino, es lo único que quiero pensar”, confía el taxista. También describen cómo, saliendo de la frontera, una mujer y su hija persiguieron corriendo la caravana para intentar conseguir un sitio. Ante esta situación, decidieron detenerse y habilitar un lugar para ellas.
Desde España, los taxistas se organizaron de forma independiente, sufragando los gastos de la marcha a través de una caja de resistencia y una cuenta solidaria. Mediante el contacto con varias ONG en el terreno, se distribuía a las personas en los taxis o en autobuses que cruzaban la frontera. Olga Zelinska se enteró de esta opción apenas un día antes de entregar su documentación y la de su familia. A través de una videollamada y con la ayuda de Inna, su excuñada que hace de traductora, cuenta que la Península Ibérica era un destino posible para ella y sus hijos porque su madre trabaja en Marbella. Gracias a su madre, que sufraga los gastos, ellas y sus hijos viven en una habitación.
Empezar de cero por segunda vez
“Volver a pasar por eso es dificilísimo y psicológicamente no lo podría soportar”, suspira Zelinska, ante la idea de regresar y volver a vivir un viaje que le ha agotado. No es la primera vez que tiene que abandonar su casa. Hasta 2014 residía en la provincia de Lugansk, al noreste de Ucrania. Pero decidió mudarse a Kiev cuando el conflicto se recrudeció tras la declaración de una “República Popular” a través de un referéndum no vinculante para la sociedad internacional. En esta ocasión ha tenido que dejar a su marido y a su hermano allí, junto con otros miembros de la familia. “Mi padre estaba incomunicado, en territorio bloqueado por Rusia, y aunque hemos estado tres semanas sin poder hablar, hace poco pudo salir y charlamos”, añade.
Pese a que el Gobierno impulsó de manera exprés una orden para que las solicitudes de asilo de los refugiados ucranios se resolvieran de urgencia, Zelinska aún no cuenta con la documentación en regla porque ha tardado en conseguir su cita en la comisaría, que tiene para finales de mes. Otro asunto que le preocupa es la escolarización de su hijo; tras presentar los documentos en un centro educativo recientemente, no han recibido respuesta.
José David Grisales habla con Zelinska siempre que puede, a través de WhatsApp, con ayuda de traductores de internet. Él también sabe lo que es abandonar su país porque corre peligro su vida y la de las personas que quiere. Gracias a esta iniciativa, que comenzó cuando el conflicto apenas llevaba diez días activo, “hay 135 vidas que han salido del infierno”, dice con determinación. En una guerra, muchas veces la distancia que separa la vida de la muerte se reduce con la voluntad de personas lejanas, con las que se crea un vínculo imborrable.