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Los sudaneses regresan a la devastada Jartum para reconstruirla en medio de la guerra y el miedo

El centro de la asediada capital de Sudán no es más que un vestigio de la metrópoli que fue. Aunque el Gobierno sudanés quiere reconstruirla tras haberla recuperado, la violencia y el trauma frenan a los ciudadanos

Quienes llegan a Jartum por la calle Madani, en el sureste, pueden ver sin dificultad la devastación que casi dos años de guerra civil han dejado en Sudán. La línea del frente atravesó la capital y la ciudad es hoy una sombra de la metrópolis que fue. Torres de oficinas icónicas y hoteles de lujo han quedado reducidos a ruinas y en las calles, donde no hay ningún edificio intacto, sobran los recuerdos de meses y meses de combates: coches calcinados, paredes plagadas de agujeros, maletas rotas y un mosaico de fragmentos y casquillos de bala.

Cuando la guerra estalló en abril de 2023, millones de personas huyeron. La disputa entre ejército gubernamental de Abdelfah al Burhan (SAF) y las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF, por sus siglas en inglés), el grupo paramilitar de Mohamed Hamdan Dagalo, sumió al país en el abismo. Según Naciones Unidas, el conflicto ya ha desplazado a casi 12 millones de personas y ha provocado la peor crisis humanitaria en décadas. Aunque no existe un recuento consolidado, se estima que la guerra ha dejado un saldo de cientos de miles de muertos.

Torres de oficinas icónicas y hoteles de lujo han quedado reducidos a ruinas y en las calles, donde no hay ningún edificio intacto, sobran los recuerdos de meses y meses de combates

El ejército gubernamental consiguió expulsar esta primavera a las RSF de Jartum y el Ejecutivo, que se había trasladado a Port Sudan tras el inicio de la guerra, anima ahora a los civiles a regresar y sumarse a la reconstrucción. Un millón de personas ya ha vuelto a la capital, en cuyo corazón vivían 2,5 millones de ciudadanos antes de la guerra. En Jartum y su área metropolitana, el número de habitantes superaba los seis millones en 2023.

Los edificios oficiales han comenzado a ser reconstruidos y el aeropuerto internacional reabrió a mediados de octubre con una fiesta. La celebración, sin embargo, fue breve: ese mismo día, las RSF lanzaron drones kamikazes sobre Jartum y forzaron el cierre del terminal. El 7 de noviembre volvieron a bombardear la ciudad.

Los recientes ataques con drones indican que Jartum podría verse arrastrada de nuevo a la guerra en cualquier momento. Muchos de los civiles que han regresado a la capital temen que los paramilitares vuelvan, sobre todo después de que las RSF tomaran la ciudad occidental de El Fasher a finales de octubre. “Son niños”, dice Khalil Hariri, un guardia de seguridad de 55 años, refiriéndose a los combatientes de las RSF que vio en las calles de Jartum. “No son más que niños”, repite.

Hariri, un hombre alto y de voz suave, custodia junto a un compañero los restos de un banco saqueado. Se sienta en lo que queda de una silla de oficina, arrastrada bajo un cobertizo destrozado junto a unos pocos electrodomésticos. Era el lugar donde antes aparcaban sus todoterrenos los ejecutivos del banco. Cuenta que los paramilitares se atrincheraron en edificios de oficinas y centros comerciales, armados con fusiles y granadas, y que desde las azoteas disparaban con rifles de francotirador. “Abrían fuego contra civiles”, dice Hariri en voz baja. “Algunos fueron perseguidos, otros estaban aletargados por las drogas”, agrega.

Tanto las RSF como el ejército han sido acusados de matar a civiles, pero investigadores internacionales atribuyen principalmente a las fuerzas paramilitares las masacres a gran escala. En la región de Darfur se teme que estén perpetrando un genocidio contra poblaciones no árabes.

Hariri recuerda el ataque contra su colega Mohamed, a quien ataron de pies y manos, antes de asesinarlo. Detrás de él, su compañero, Yousif Abdul, fríe una cebolla en una estufa improvisada. Cuando Hariri cuenta lo que le pasó a Mohamed, los ojos se le humedecen.

“Mohamed no dejaba de rezar en voz alta”, dice Hariri conmovido. “Temía por su vida. Un soldado gritó: ‘¿Por qué estás rezando a Alá? ¿Crees que nosotros no somos musulmanes?’ Él siguió rezando. El soldado le disparó dos veces en la nuca a quemarropa”.

“Aquí vivía gente”

A solo unas calles, Nafisa Souleyman, de 55 años, sirve té azucarado en dos pequeños vasos. “Esta solía ser una de las calles más concurridas del centro”, explica la mujer. Los dueños griegos del Hotel Acrópole, el más antiguo de Jartum, situado en la cercana calle Babiker Badri, llevaban a sus huéspedes a su puesto de té. “Ahora, casi nadie viene a mi esquina”.

A su alrededor hay algunos clientes; todos son guardias de seguridad, que, al igual que Hariri, cobran por asegurarse de que los edificios no sean saqueados más de lo que ya han sido. Un hombre, que prefiere mantener su identidad en el anonimato, dice que todavía hay personas que vienen a los edificios en ruinas para robar aparatos de aire acondicionado o cables de cobre. “Algunos llevan uniformes militares”, susurra.

Abrían fuego contra civiles. Algunos fueron perseguidos, otros estaban aletargados por las drogas
Hariri

Souleyman sirve otra taza de té. Desde su puesto se puede observar decenas de edificios marcados por los combates: fachadas perforadas, pisos enteros con huecos abiertos por cohetes y granadas. “Aquí vivía gente. Pero cuando empezaron los combates, todos huyeron”, dice, lacónicamente, señalando una casa con múltiples agujeros en la fachada.

Se gira hacia lo que queda de un cartel que pertenecía a la empresa que ocupaba el edificio frente al que se sienta, y toma con cuidado un pasaporte sudanés que alguien dejó allí y que ella decide conservar. Cuando abre el pasaporte por la página de datos personales, aparece la foto de un niño pequeño con el pelo negro y desaliñado. “Nació en 2022”, dice, mientras niega con la cabeza: “No lo conozco, pero si su familia regresa para reconstruir su ciudad, les daré el pasaporte de su hijo”. Suspira, cierra los ojos y susurra: “Espero que siga vivo”.

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