Lotfi Achour, director de cine: “La violencia que yo siento en la sociedad tunecina tiene su origen en los años de la dictadura”
‘Les Enfants rouges’, la última película del cineasta tunecino, es un ejercicio de memoria colectiva, que retrata cómo un niño enfrenta el duelo tras la muerte, con el telón de fondo de un atentado terrorista
En noviembre de 2015, un ataque perpetrado por un grupo terrorista islamista sacudía a la sociedad en Túnez. En la montaña de Mghila, un joven pastor era degollado y su primo obligado a transportar la cabeza hasta su aldea. El cuerpo quedó abandonado en la sierra y, mientras intentaban encontrarlo, la familia conservó la cabeza en el frigorífico de su casa.
El suceso, documentado de forma macabra por los medios locales que se trasladaron a la zona, quedó marcado en la memoria colectiva del país. Mientras el mundo entero miraba a París, donde por esas fechas se había producido el atentado terrorista en la sala Bataclan, en Túnez el horror del terrorismo yihadista se encarnaba en un cuerpo mutilado perdido en la montaña y en un cráneo guardado en el refrigerador. Esta historia obsesionó al cineasta, productor y guionista tunecino Lotfi Achour (Túnez, 58 años), que decidió canalizar el dolor de sus compatriotas y el suyo propio a través de la ficción. El resultado es Les Enfants rouges (2024) (Los niños rojos, en español), una película onírica que aborda el duelo y el trauma desde la mirada de un niño.
Achour explica que el filme, aunque esté basado en un atentado terrorista real, no trata sobre el terrorismo. “No lo vemos, tampoco al Estado. Lo que sí vemos es la violencia”, añade, e incide en que él quería representar el camino que recorre un niño que está viviendo un evento postraumático. “Pero también el camino [que recorre] toda esta comunidad, por algo que puede parecer tan obvio como es que una madre diga que quiere que su hijo sea enterrado entero. Porque ese también es un hecho de gran violencia”, indica el director en una entrevista con este diario durante el Festival de Cine Africano de Tarifa-Tánger (FCAT).
A la hora de escribir el guion, el cineasta y su equipo aprovecharon la información existente en las redes sociales, la televisión y el testimonio de los familiares que acudieron en su momento a hablar a los medios. “Conocí a la madre después de escribir la historia, porque no quería y no me sentía capaz de asumir la responsabilidad de convertirme en su portavoz”, explica el director. “Podía sentir y expresarme como ciudadano [ante el suceso], pero no como portavoz de la madre”, remacha.
Creo que la violencia que yo siento en la sociedad tunecina, en las relaciones entre nosotros hoy en día, también tiene su origen en todos los años de dictadura que vivimos, aunque la gente no quiera verloLotfi Achour, director de 'Les Enfants rouges'
Para él, rodar esta historia era una forma de hacer memoria colectiva. Recuerda que, tras ver la película, muchos tunecinos le contaban que se habían transportado a la noche en la que todo sucedió. “Cada uno de nosotros se preguntaba: ¿Cómo pudimos vivir en la negación? ¿Cómo pudimos mirar al otro lado y hacer como si nada estuviera pasando? Somos una sociedad que vive mucho así, que ignora las cosas importantes y vive negando lo demás”, reflexiona. “Creo que la violencia que yo siento en la sociedad tunecina, en las relaciones entre nosotros hoy en día, también tiene su origen en todos los años de dictadura que vivimos, aunque la gente no quiera verlo. No hacemos [como sociedad] ese trabajo de intentar comprender nuestra historia”, añade el cineasta, que vive entre Francia y Túnez.
Es precisamente esa lucha contra la desmemoria la que ha vehiculado muchas de las obras de Achour, como Angle Mort (2021), un corto que recoge la historia real del secuestro, la tortura, el asesinato y la desaparición del cuerpo de un opositor durante la dictadura de Ben Ali. El cineasta explica que, antes de rodar Les Enfants rouges, pasó dos años siguiendo y filmando los juicios y las audiencias de la Instancia de la Verdad y la Dignidad, un organismo que se creó después de la revolución de 2011 con la misión de revisar los crímenes desde 1955 hasta 2013, después de la independencia. Cuenta que lo hizo para él, que no sabía qué iba a hacer con ese material. “Hoy en día, la instancia ya no existe y la página web ha sido cerrada por el régimen actual. Se está olvidando que hubo un retroceso”, añade.
Achour no duda en calificar la situación actual de Túnez como “muy delicada”. En los últimos meses, diversas organizaciones de derechos humanos han alertado de la persecución a la disidencia política por parte del actual presidente Kais Said, que en 2021 clausuró el Parlamento y comenzó a gobernar con sesgo autocrático. “Hay muchos periodistas y dirigentes políticos en prisión. Hay procesos judiciales sin la presencia de los acusados. Son juicios a distancia, virtuales, con los prisioneros en la cárcel, no allí, son una especie de juicios falsos”, relata Achour. El cineasta explica que esta película no le ha supuesto “ningún problema”, porque habla de una década anterior. “Pero quizá otra sobre la época actual sí que moleste”, añade. “En cualquier caso, yo no hago [mis películas] especialmente para luchar contra el régimen político. Yo lo hago por nuestra memoria, por los tunecinos. No es un panfleto político contra el poder. Es más complejo que eso y más interesante el dirigirse a la gente”.
El duelo infantil ante la muerte
A lo largo de la película, Ashraf, el niño superviviente, intenta lidiar con la muerte de su primo, que se le aparece en una mezcla entre ficción y realidad que para el cineasta funciona de forma natural. “Para mí, esas apariciones eran muy reales. No eran algo poético. Creo que puedes entrar en ese estado. Incluso cuando somos adultos y perdemos a alguien de forma inesperada, lo oímos, lo vemos, entramos en casa y tenemos la impresión de oler su olor y eso es algo que dura mucho tiempo”, reflexiona. “Yo he perdido a muchos seres queridos y sigo escuchando sus voces”, añade.
Yo he perdido a muchos seres queridos y sigo escuchando sus vocesLotfi Achour, director de 'Les enfants rouges'
Para retratar ese duelo, el cineasta partió de un episodio que vivió tras la muerte de su hermano. “Lo iban a enterrar y su hijo, que tenía 10 años, se quedó allí quieto, no se movió en todo el tiempo. No lloraba, estaba tranquilo, solo miraba. Estaba en estado de shock, creo que no entendía lo que estaba ocurriendo”, relata. Ese momento “de incomprensión total” fue el pilar sobre el que construyó el personaje de Ashraf. “Un niño se enfrenta a un muerto y no sabe qué es la muerte. No tiene ningún punto de referencia”, explica. “Es a partir de ese momento, con la niña [una amiga, otra de las protagonistas de la película], cuando inventan casi por sí mismos el camino que van a seguir. Este camino iniciático no lo crean los adultos, sino ellos mismos, que van a descubrir y tratar de comprender qué es [la muerte]. No pienso que esta sea una visión romántica, creo que los niños tienen una gran capacidad para reinventar el mundo y para inventar lo que no entienden”, reflexiona.