La guerra fratricida desangra el oeste de Camerún: “Ellos no nos ven como humanos, y nosotros a ellos tampoco”

El conflicto entre el Ejército y los separatistas anglófonos iniciado en 2016 atrapa a los civiles, que sufren masacres, detenciones arbitrarias, torturas y violencia sexual por los dos bandos, ante el silencio de la comunidad internacional

Un hombre, entre los restos de un edificio arrasado por hombres armados en Mamfe, región Suroeste de Camerún, el 6 de noviembre.Colince Tanda Takam

Dos plantas de la paz, que brotan de un suelo rojo óxido, ayudan hoy a Morine Ngum a localizar la tumba de su marido, Calistus Nche. La sepultura, situada detrás de su casa de adobe aún sin terminar, en el barrio de Mokwebu, en Bamenda —capital de la asediada región Noroeste de Camerún—, está cubierta de pequeños manojos de hierba y de hojas secas de plátano.

Nche fue tiroteado en 2022 en la calle Longla de Bamenda, mientras luchaba contra los soldados del Ejército de Camerún en la guerra civil entre los separatistas de las regiones de habla inglesa y el Gobierno, dominado por los francófonos. Había dejado su trabajo de conductor para unirse a la lucha anglófona en 2018. Tenía 32 años.

“Yo no quería que se uniera, pero lo hizo a la fuerza después de que los combatientes separatistas amenazaran con matarlo a él y a toda su familia si no lo hacía”, cuenta Ngum, de 30 años, con la voz quebrada. Desde que a finales de 2016 estalló el conflicto en las regiones Noroeste y Suroeste de Camerún, donde predomina el habla inglesa, a diferencia de las otras ocho regiones del país, de habla francesa, más de 6.000 personas han muerto y 765.000 personas han huido de sus hogares, 70.000 de ellas a la vecina Nigeria, según el International Crisis Group (ICG). Según la ONU, 2,2 de los 4 millones de habitantes de las regiones en guerra necesitan ayuda humanitaria.

“Todavía se aparece en mis sueños, llorando, disculpándose y diciendo que se unió a la lucha por nuestro bien. Mi hija pequeña, que estaba muy unida a él, enferma a menudo y se despierta por la noche gritando: ‘Papá, por favor, llévame contigo”, relata con pesar esta madre de tres hijos, refiriéndose a su niña de seis años.

La violencia desgarra las dos regiones de habla inglesa de Camerún desde 2016, después de que el Gobierno impusiera profesores y magistrados de habla francesa en las escuelas y tribunales anglófonos. Las protestas pacíficas fueron respondidas con la fuerza militar y la detención de los líderes, tras lo que surgió un movimiento separatista que reclama la independencia del territorio, que los activistas anglófonos denominan Ambazonia.

Además de los muertos y los desplazados, cientos de miles de niños han sido privados de sus estudios como consecuencia de la violencia, especialmente debido a la prohibición impuesta por las fuerzas separatistas, que rechazan el sistema educativo dirigido por el Gobierno de Yaundé, que consideran una potencia anexionista. El conflicto también ha llevado a la economía local a la caída libre.

A pocos kilómetros de allí, Sonita Kum llora a su marido de 34 años, Nelson Afuh, guardia de prisiones asesinado en una emboscada en la lejana zona de Nso el 12 de abril de 2022. Afuh era camerunés anglófono de nacimiento, como Nche, pero estaba en el punto de mira por ser miembro del Ejército camerunés enviado por el presidente, el francófono Paul Biya, para sofocar la revuelta secesionista.

“Cuando murió mi marido, sentí como si mi mundo se hubiera derrumbado a mi alrededor”, recuerda la viuda, con amargura en la voz. “Apenas podía reconocer sus piernas en el ataúd; el resto de su cuerpo estaba destrozado. La vida no tiene sentido sin él”, se lamenta esta mujer de 34 años, madre de tres hijos.

Guerra de desgaste

En la zona montañosa de Menchum, en la región Noroeste de Camerún, conocida por sus ondulantes colinas y su sabana de arbustos, el general Stone tiene bajo su mando a 78 combatientes separatistas. Stone afirma que tenía motivos de sobra para abandonar la agricultura y unirse a la lucha: “El Gobierno francófono nos ha esclavizado durante demasiado tiempo: tenemos muchos graduados universitarios vagando por las calles; la gente tarda hasta seis años en obtener un simple documento de identidad; las elecciones están a la vuelta de la esquina, pero ya sabemos quién ganará... Luchamos por nuestros derechos”.

El Gobierno francófono nos ha esclavizado durante demasiado tiempo (...). Luchamos por nuestros derechos
'General' Stone, jefe separatista

El general Stone rechaza las peticiones de su familia para que deponga las armas, y expresa su voluntad de morir como un “mártir”, al igual que cerca de 30 combatientes a sus órdenes. La vida en el monte, explica en entrevista telefónica, es difícil y, a veces, es necesario recurrir a hierbas para curar las heridas, como ocurrió cuando una bala le desgarró un dedo del pie. Cada nuevo día comienza con una oración, seguida del desayuno, tras el cual se pone en marcha un plan para atacar a los enemigos. “Nuestro objetivo es siempre matar al mayor número posible de soldados cameruneses”, explica Stone. “Ellos no nos ven como humanos, y nosotros a ellos tampoco. Sé que algún día los derrotaremos militarmente y, cuando suceda, Ambazonia será un paraíso”, afirma.

Un agricultor de 27 años, autodenominado comandante de la misión y bautizado como Striker, lleva la voz cantante en Alabukam, otra zona partidaria de la separación en las afueras de Bamenda. Al igual que el general Stone, el comandante Striker justifica su rebelión por varias razones: los francófonos “manipulan” los cerebros de los anglófonos; exprimen sus regiones “hasta dejarlas secas” económicamente; y les privan de “trabajos lucrativos”. Striker se muestra dispuesto a morir por la causa.

“Lo que queremos es la separación y nada más”, dice durante una conversación telefónica. “Atrapamos a soldados cameruneses con las bombas que fabricamos. Han muerto muchísimos de ellos”, afirma Striker, aunque admite que varios de sus compañeros también han perdido la vida.

Mientras que los combatientes separatistas creen que la balanza de esta guerra de ocho años se inclina actualmente a su favor, los militares cameruneses en el frente de guerra piensan lo contrario. Uno de ellos, que se expresa por WhatsApp y exige que su nombre no sea publicado, insiste en que el Ejército tiene una “ventaja significativa” sobre los separatistas. Camerunés anglófono, reconoce con remordimiento que lucha contra sus hermanos, pero sostiene que “el Ejército está ahí para hacer el trabajo, eso es todo”.

“El Ejército cuenta con la colaboración de la población para acabar con los combatientes separatistas”, afirma el suboficial. Otro militar camerunés que lucha en Tiko, en la región Suroeste, afirma que los soldados derrotan a menudo a los combatientes separatistas en sus numerosos enfrentamientos. “Están mal adiestrados”, afirma, también por mensaje. “Para nosotros [los soldados anglófonos] no es una guerra, sino un malentendido entre hermanos”.

Un conflicto con raíces coloniales

El conflicto en las dos regiones anglófonas de Camerún tiene su origen en el pasado colonial del país: conquistado primero por Alemania (1884-1916), Francia y Gran Bretaña se lo repartieron tras la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial.

El Camerún francés obtuvo la independencia en 1960 y, un año más tarde, se le unió el Camerún anglófono en forma de federación, tras un plebiscito organizado por la ONU. La sección francófona constituye alrededor del 80%, y la anglófona el 20%, tanto en territorio como en población. Pero un controvertido referéndum celebrado en 1972 derogó la estructura federal del país, que garantizaba los derechos y aseguraba los sistemas educativos, judiciales y políticos diferenciados de la sección anglófona minoritaria.

Simon Munzu, presidente jubilado del Comité Directivo de la Coalición de Grupos y Activistas Federalistas de Camerún (CCFGA, por sus siglas en inglés) y ex subsecretario General de Naciones Unidas, identifica dos causas principales del actual conflicto: la “dominación, marginación, asimilación y absorción sistemáticas” del Camerún anglófono por los sucesivos regímenes francófonos de Yaundé; y “la excesiva concentración de poder, autoridad y recursos gubernamentales en el centro”.

El Gobierno camerunés no se ha enfrentado a ninguna presión internacional significativa para que aborde en serio un proceso de paz
Chris W J Roberts, politólogo de la Universidad de Calgary (Canadá)

“Solo mediante el federalismo se pueden abordar estas dos causas profundas y allanar el camino hacia una paz duradera (...). Ni un Estado unitario descentralizado ni la escisión de partes de Camerún pueden responder adecuadamente a estas causas profundas”, opina.

El Gobierno de Camerún puso en marcha algunas iniciativas para poner fin a los combates. Durante un mes en 2019, las partes participaron en unas negociaciones conocidas como Gran Diálogo Nacional. Pero esas conversaciones, en las que no participaron líderes esenciales de la revuelta anglófona, fracasaron.

En septiembre de 2022, el presidente Biya interrumpió un diálogo de paz dirigido por Suiza. En otro esfuerzo por poner fin al conflicto, Canadá dirigió unas “conversaciones previas” secretas para ayudar a las dos partes a iniciar un diálogo formal. Los líderes anglófonos emitieron una declaración conjunta en la que afirmaban su compromiso de participar en las negociaciones, pero tres días después, el Gobierno camerunés rechazó la iniciativa de Canadá, negando que hubiera pedido a una parte extranjera que resolviera el conflicto.

“El Gobierno camerunés no se ha enfrentado a ninguna presión internacional significativa para que aborde en serio un proceso de paz”, declaraba Chris W J Roberts, politólogo de la Universidad de Calgary (Canadá), por correo electrónico. Roberts cree que el Gobierno camerunés quiere aplazar cualquier compromiso internacional serio mientras sigue una estrategia de “martillo y mentiras” (fuerza militar y desinformación) para agotar a los anglófonos.

Asesinatos recíprocos

En la noche del 24 de agosto, unos combatientes separatistas mataron a tiros a tres policías que estaban de servicio en un puesto de seguridad improvisado en Buea, capital de la región Suroeste. Cuatro días antes, unos soldados cameruneses habían tendido una emboscada y asesinado a un conocido combatiente separatista llamado general Robosco, en el distrito de Menchum.

En las regiones anglófonas se producen este tipo de asesinatos casi a diario, atrapadas en un círculo vicioso de violencia que, en la mayoría de los casos, se salda con muertos, heridos y traumas entre la población civil. Tanto los soldados como los separatistas han sido acusados en repetidas ocasiones de participar en incursiones en aldeas, masacres, homicidios ilegítimos, saqueos, detenciones arbitrarias, de usar la tortura, la violencia sexual y los ataques incendiarios. Los supervivientes acusan al Gobierno y a los líderes separatistas de no investigar las denuncias de daños a civiles, de no impedir que se repitan y de no castigar a los autores.

Mientras, los recuerdos de las brutales matanzas cometidas durante la guerra siguen atormentando a la población local. Cada 14 de febrero, los habitantes de Ngarbuh, en la lejana región Noroeste, se reúnen para rezar alrededor de las tumbas de los 21 civiles asesinados en 2020 por soldados.

En las regiones anglófonas de Camerún, las familias de los combatientes separatistas muertos mantienen las tumbas en secreto por miedo a las autoridades.Nalova Akua

“Lloro cada vez que veo las fosas comunes de los inocentes”, comenta Ma-Shey Margaret, de 49 años, quien sobrevivió a una matanza, pero perdió a su tío y a toda la familia de este. “Todos mis vecinos fueron asesinados”, afirma en una conversación telefónica. “Seguimos sin estar seguros: los militares quieren que les informemos de la presencia de combatientes separatistas, lo que es arriesgado. Vivimos con miedo constante”.

En Mamfe, en la región Suroeste, donde se produjo una matanza masiva el 6 de noviembre, una superviviente, Ojong Franca, sigue lidiando con la pérdida, el trauma y las preguntas sin respuesta. Esta madre de cuatro hijos recuerda vívidamente cómo unos hombres armados irrumpieron en su casa hacia las 3 de la madrugada y ordenaron a sus ocupantes que se tumbaran antes de desatar el terror.

“Antes de marcharse, dispararon a mi marido en la cabeza e incendiaron la casa. Esa experiencia me persigue hasta hoy”, relata Ojong, todavía traspasada por el dolor. El ataque fue cometido, supuestamente, por un grupo armado independiente.

Antes de marcharse, dispararon a mi marido en la cabeza e incendiaron la casa. Esa experiencia me persigue hasta hoy
Ojong Franca, vecina de Mamfe (región Suroeste)

Los civiles son los que sufren las arbitrariedades y la brutalidad, tanto del Ejército como de los combatientes. Florence Digha, de 43 años, una mujer enjuta, cuenta con la mirada perdida en la pared de su casa, en Buea, en la región Suroeste, cómo su hijo de 14 años, Mendi Francis, desapareció en 2018. Dice que los militares lo incriminaron como combatiente separatista y se lo llevaron. Los vecinos creen que murió hace tiempo, y que Digha simplemente no puede soportar la idea. “El dolor de su desaparición es insoportable”, afirma la mujer. “Lo he buscado en muchos centros de detención, no sé qué hacer”.

El señor Ndi, un agricultor de la región Noroeste, recuerda con tristeza haberse visto obligado a abandonar su pocilga y una plantación de cinco hectáreas por el acoso constante de los rebeldes y sus impuestos ilícitos. “Ya no nos sentimos seguros en la tierra que dicen luchar por liberar”, dice. “Son culpables de violar muchas leyes internacionales mediante ejecuciones extrajudiciales”. Ndi concluye que los combatientes separatistas y sus líderes han “desvirtuado” el propósito genuino de la lucha.

Punto muerto

La guerra civil se encuentra actualmente en un punto muerto. El Gobierno ha intensificado su búsqueda de una solución militar al conflicto, con la esperanza de aprovechar la creciente fragmentación entre los grupos separatistas armados, a los que califica de “terroristas”. Los separatistas se esfuerzan por demostrar su control llevando a cabo actos de desobediencia civil, secuestros y asesinatos.

Pero esta estrategia ha sido criticada incluso desde el propio movimiento. Christopher Fon Achobang, organizador de una asociación que aboga por el reconocimiento pacífico de la búsqueda de soberanía de Ambazonia, llamada Aspire Movement, opina que las “malas políticas” de los líderes separatistas han alejado a muchos de la guerra de “liberación”.

“Los combatientes que secuestran, piden rescates y matan a compatriotas ambazonianos han perdido el favor y el apoyo de sus compatriotas y de sus antepasados”, decía Achobang, quien dimitió como presidente del Consejo de Comunicación del Consejo de Gobierno de Ambazonia, acusando a sus dirigentes de desviarse de los objetivos centrales de la lucha.

“Estas víctimas tenían amigos y familiares que los querían. Y no pueden abrazar plenamente la lucha sabiendo que sus seres queridos fueron sometidos a un trato insensible”, afirma Achobang en una conversación por WhatsApp desde Uganda, donde vive. “Los líderes que ordenan agravar el sufrimiento de los ambazonianos no pueden estar a favor de Ambazonia”.

Esto es la guerra y, cuando hay guerras, la gente muere o es asesinada en ambos bandos. ¿Qué esperaban? ¿Una guerra incruenta?
Chris Anu, líder desde Houston (Estados Unidos) de una facción del autoproclamado Gobierno provisional de Ambazonia

Pero Chris Anu, líder desde Houston (Estados Unidos) de una facción del autoproclamado Gobierno provisional de Ambazonia, rechaza estas preocupaciones, insistiendo en que es difícil hacer una tortilla sin romper huevos en situaciones de guerra.

“Esto es la guerra y, cuando hay guerras, la gente muere o es asesinada en ambos bandos. ¿Qué esperaban? ¿Una guerra incruenta?”, pregunta retóricamente a través de WhatsApp. Anu afirma que la guerra actual es contra “la anexión, la colonización y la marginación”.

Manu Lekunze, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad de Aberdeen (Reino Unido), cree que el conflicto ha llegado a un nivel en el que el Gobierno solo podrá “gestionar”, y no “eliminar por completo”, la insurgencia separatista. “Es difícil decir quién está ganando la guerra, pero la ambición de los rebeldes de crear un nuevo Estado parece inalcanzable”, afirma a través de WhatsApp.

Los observadores atribuyen la aparente desatención de la comunidad internacional a la prolongada guerra a las distracciones de otros conflictos, por un lado, y a la diplomacia del Gobierno camerunés, por el otro.

Chris W J Roberts, de la Universidad de Calgary, afirma que el Gobierno camerunés ha esquivado a lo largo de los años la presión internacional gracias a las inversiones extranjeras directas, los préstamos y/o la cooperación militar de franceses, británicos, estadounidenses, chinos, rusos, israelíes e incluso noruegos. “El régimen de Biya tiene muchos socios internacionales importantes, lo que dificulta la creación de una presión externa sostenida que obligue al Gobierno a entablar negociaciones serias de cualquier tipo”, afirma.

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