La escuela como lugar seguro
Los centros educativos son, en general, un refugio para la infancia vulnerable. Pero tienen grietas que solo pueden solucionarse arreglando el déficit de financiación de la enseñanza mundial, que supera los 90.000 millones de euros
La violencia, visible o no, nos rodea y nos afecta, a las personas adultas y a la infancia, especialmente a la más vulnerable. Millones de niños y de niñas en todo el planeta son víctimas del matrimonio infantil, el embarazo precoz, el trabajo infantil, la trata, la esclavitud u otra de las múltiples caras que tiene la violencia. Ni siquiera son conscientes de que lo que les pasa está mal, de que no debería ser así, porque es algo normalizado en su contexto. Aunque la Convención sobre los Derechos del Niño, ratificada por 196 Estados, dice que deben ser protegidos, que es su derecho, este derecho se les ha robado.
Cada año, 12 millones de niñas son obligadas a casarse. Actualmente, 160 millones de niños y niñas trabajan, de los cuales la mitad lo hace en empleos que ponen en riesgo su vida. Hay 2,5 millones de personas identificadas como víctimas de trata, aunque se estima que por cada una de ellas hay 20 más que desconocemos. La mitad de estas víctimas tienen menos de 18 años. Al menos uno de cada ocho niños y niñas en todo el mundo ha sufrido abusos sexuales antes de cumplir los 18 años, y una de cada 20 niñas de entre 15 y 19 años ha sido forzada a mantener relaciones sexuales. Podríamos seguir dando datos y más datos, que mostrarían solo la punta del iceberg de la violencia hacia la infancia. Hoy, Día Internacional de la Educación, debemos recordar que la educación es la mejor herramienta para revertir esta situación.
Poder ir a la escuela, acceder a una educación equitativa y de calidad son factores clave que permiten alejar a la infancia de la violencia. Mientras los niños están en el aula aprendiendo y formándose, son más conscientes de sus capacidades, de sus derechos, de que pueden tener un futuro mejor. En el colegio no trabajan, ni las niñas son captadas por las redes de trata, ni casadas con hombres mayores que ellas, que las embarazan y obligan a ser madres a los 14 años.
Las escuelas son, en general, un lugar seguro en el que la infancia está protegida. Sin embargo, la violencia siempre encuentra grietas por las que colarse y, a veces, entra dentro de las aulas. En España, los últimos datos del informe PISA recogen que el 16% del alumnado de 15 años es víctima de acoso escolar alguna vez durante el mes. A nivel mundial, un tercio de los niños, niñas y adolescentes sufren bullying, un porcentaje que llega a la mitad en el continente africano (48,2%) y Oriente Medio (41,1%) según la Unesco.
La violencia de las personas adultas hacia el alumnado también está presente a través del castigo corporal. Está legalmente prohibido en los centros educativos de 132 países, pero aún se permite como método punitivo y correctivo en 63 países.
Entre 2020 y 2021 hubo más de 5.000 ataques a colegios y universidades, incluyendo el uso militar de las instalaciones. La educación y el poder ir a la escuela es una de las primeras cosas que se pierden cuando hay guerras o catástrofes naturales y una de las últimas que se recuperan.
Hay que trabajar para que estas grietas vayan desapareciendo. En primer lugar, el trabajo en red entre las escuelas, la comunidad o el barrio, las familias y los gobiernos es clave para que tanto los colegios como el entorno que los rodea sean un espacio seguro. Ello implica que la legislación castigue la violencia hacia niños y niñas a la par que promueve el buen trato hacia la infancia.
La formación tanto del profesorado como de otros agentes implicados en la educación es otra de las bases que sostienen la escuela segura. Si las personas adultas no saben que los niños y niñas tienen derecho a estudiar o que golpearles está mal, seguirán perpetuándose la vulneración de derechos que están sufriendo. No solo se trata de formarse, sino también de aprender a escuchar activamente.
La infancia tiene derecho a ser escuchada y a que sus opiniones se tengan en cuenta en aquellos asuntos que les afectan directamente. Hablamos de escuchar, que no oír. De que puedan abrirse, explicar sus preocupaciones sin miedo, saber que les ayudaremos si nos necesitan, también dentro de la escuela.
Además, una escuela que debe ser una instalación segura. Es decir, en caso de guerra, las escuelas no pueden ser blanco de ataque. Tampoco tiene que tener lugares y rincones alejados o poco accesibles en los que se puedan cometer agresiones sin que nadie lo vea.
Todos estos avances no serán posibles sin el apoyo de las autoridades competentes, que no hacen la inversión económica necesaria. La educación tiene un déficit de financiación de más de 90.000 millones de euros, según cálculos de la Unesco.