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Los somalíes que regresaron a casa: “No planeo otro viaje a Europa, no quiero sufrir hambre y torturas”

Centenares de migrantes atrapados en Libia consiguen volver a sus hogares de manera segura con un programa de la Organización Internacional para las Migraciones

Claudia Rosel (Texto) Yonas Tadesse (Fotografía)
Hargeisa (Somalia) -
Abdijabar abandonó su pueblo, en Somalilandia, una república autoproclamada en el noroeste de Somalia sin reconocimiento internacional, con cinco amigos a los 17 años. La intención: perseguir su sueño de estudiar ingeniería en Europa. Después de dejar su país, pasó por Yemen, Sudán y Libia, donde se enfrentó a torturas, hambre y la muerte de dos amigos en los centros de detención libios. “Los traficantes me golpeaban con una barra de hierro y me obligaban a comer comida salada. Dos de mis amigos murieron por falta de comida”, recuerda durante una entrevista en un restaurante etíope del centro de la ciudad de Borama. Abdijabar fue uno de los miles de hombres, mujeres y niños somalíes que han emprendido peligrosos viajes migratorios a través del continente africano con la esperanza de alcanzar otros países del continente, Europa u Oriente Próximo. Cruzan desiertos, mares y regiones controladas por grupos armados donde se enfrentan a un alto riesgo de sufrir torturas, secuestros, detenciones arbitrarias, violencia y extorsión por parte de traficantes, autoridades y oportunistas.Yonas Tadesse
No todos aquellos que emigran logran llegar a su destino o siquiera salir del continente. Mientras esperan su suerte en países de tránsito, muchos migrantes quedan atrapados sin posibilidades de continuar su viaje o volver a casa. La madre de Abdijabar pagó 12.000 dólares (casi 11.000 euros) a los traficantes para que liberasen a su hijo, lo que afectó negativamente la economía familiar. “Tuvo que pedir un préstamo al banco y todavía lo está pagando. Esto ahora perjudica a mi hermano pequeño porque no podemos permitirnos pagar su educación”, continúa. Después de su regreso, Abdijabar recibió una beca para empezar de nuevo. “La mejor parte para mí ha sido ver a mi madre de nuevo y pasar tiempo juntos”, dice. “Con el dinero que recibí, compré un tuktuk [pequeño vehículo de tres ruedas que puede funcionar como taxi] para ayudarle a pagar el préstamo que tomó. Todavía no he podido permitirme pagar las tasas para empezar la universidad”. Yonas Tadesse
Samater, de 20 años, decidió dejar su hogar junto con cuatro amigos en busca de una vida mejor en Francia. “Algunos amigos me dijeron que podría conseguir una residencia permanente y trabajo en Francia. No sabíamos nada, así que fuimos a Libia para cruzar el mar”, explica mientras muestra el vehículo que está arreglando en un taller al aire libre. Después de un año detenido en Libia, su familia tuvo que pagar 9.000 dólares (más de 8.200 euros) para que lo dejaran en libertad. “Tuve suerte de sobrevivir. Tres de nuestros amigos fallecieron a causa de enfermedades. Tenían 24, 22 y 20 años”, lamenta. Samater fue uno de los muchos migrantes que se quedan atrapados sin posibilidad de continuar el viaje. A finales de 2022, había al menos 650.000 migrantes viviendo en Libia, la mayoría procedentes de Níger, Egipto o Sudán, y otros 43.000 en Yemen, mayoritariamente etíopes o somalíes, viviendo en condiciones extremadamente difíciles.Yonas Tadesse
Samater intentó subir a un barco para cruzar el Mediterráneo, pero las autoridades les detuvieron antes de que pudiesen partir. Fue entonces cuando escuchó hablar del programa de la Organización Mundial para las Migraciones (OIM) y se registró para volver a casa. “Gracias a la ayuda de la OIM y algunas contribuciones financieras de mi familia, compré un minibús con mi hermano y empezamos un negocio de transporte. El negocio iba bien y podíamos vivir”, recuerda. Desafortunadamente, un accidente de tráfico destruyó el autobús, que se encuentra ahora en el mismo taller donde está trabajando Samater. Dice que está ahorrando el dinero que gana reparando coches de otras personas para volver a impulsar su negocio. A pesar de las dificultades, Samater se despide diciendo que no se rinde y mantiene la esperanza en su futuro. Desde 2017, la OIM asiste a migrantes somalíes atrapados en Libia para que puedan volver a sus hogares de manera segura y voluntaria. Gracias a un programa financiado por la Unión Europea, la ha logrado apoyar a más de 800 migrantes somalíes en su retorno. Yonas Tadesse
La falta de oportunidades laborales empujó al joven Mohammed a abandonar su ciudad sin contárselo a sus padres. “Viajé a Libia en enero de 2021. Quería ir a Suecia para conseguir trabajo y mejorar nuestra situación familiar”, cuenta desde la tienda de alimentos que ahora regenta en Borama (Somalilandia), su ciudad natal. Mohammed no tenía dinero para pagarse el viaje, lo cual no supuso un problema en un principio. Los traficantes generalmente ofrecen el pasaje a Libia gratis. Es una vez en Libia cuando demandan el pago que puede llegar a cifras tan desorbitadas como los 20.000 dólares (18.200 euros). “Sabía que quienes me trajeron a Libia me pedirían dinero, pero aun así decidí ir. No tenía otra alternativa en ese momento”, explica Mohammed, que vivió durante más de un año en diferentes centros de detención libios, donde se enfrentó diariamente al hambre.Claudia Rosel
Mohammed supo del programa de asistencia al retorno voluntario de la OIM cuando miembros de la organización visitaron el centro donde se encontraba. Se registró para el programa y decidió regresar a casa. Con la ayuda que recibió, abrió una tienda de comestibles y cuenta orgulloso que ahora es autosuficiente. “Puedo controlar mi vida y eso me ayuda”, dice mientras atiende a un cliente. Los ingresos de la tienda han permitido a Mohammed comenzar a estudiar informática a tiempo parcial en la universidad. “No planeo intentar otro viaje a Europa. Viví la experiencia y no quiero volver a sufrir hambre, enfermedades y torturas”, explica.Claudia Rosel
Kalthum tenía 17 años cuando se enteró de que su familia quería casarla con un hombre más mayor. No se lo pensó dos veces y decidió ponerse en contacto con un conocido para emprender su viaje a Italia. No había cumplido la mayoría de edad cuando llegó a Libia, donde pasó tres años enfrentándose a torturas y falta de asistencia médica. Para proteger su vida y asegurar su libertad, los padres de Kalthum enviaron a los traficantes más de 17.000 dólares (unos 15.500 euros) tras meses de extorsión por teléfono.Yonas Tadesse
Kalthum sufrió un accidente de tráfico en Trípoli tras su liberación, lo que la llevó a ser hospitalizada durante casi ocho meses. “Tuve grandes dolores, muchos de mis huesos se rompieron. También contraje tuberculosis durante mi estancia en el hospital”, relata sentada en la tienda que ha abierto en el mercado central de Hargeisa, capital de la autoproclamada república de Somalilandia. Durante su estancia en el hospital, la OIM ayudó con las facturas médicas y Kalthum decidió apuntarse al programa de retorno a finales de 2021. “Empecé una pequeña tienda de ropa y espero expandirme en el futuro. Hay una gran diferencia entre mi vida de antes y ahora. La mayoría de mis problemas se han solucionado”, cuenta feliz.Yonas Tadesse
Abdullahu todavía recuerda el horror de su estancia en los centros de detención en Libia, donde muchos de sus compañeros de cautiverio perdieron la vida. Él mismo fue torturado y extorsionado por los traficantes que lo llevaron allí con la promesa de un futuro mejor en Europa. Incluso llamaron a su familia para amenazar con matarlo si no pagaban el rescate. “Fue una experiencia traumática. Pasamos hambre y recibíamos malos tratos constantemente”, dice Abdullahu. “Muchas personas murieron mientras estaban detenidas y nosotros ayudábamos a enterrarlas”, recuerda. Finalmente, sus padres pudieron reunir los 14.000 dólares (12.700 euros) necesarios para su liberación. Aun así, Abdullahu tardó mucho tiempo en recuperarse del maltrato sufrido. “Solo nos daban una comida al día, y a menudo era solo un plato de macarrones. Los traficantes incluso mezclaban gasolina con la comida para castigarnos”. Con la ayuda económica de la OIM, pudo comprar un tuktuk y ahora trabaja como conductor, ganando alrededor de 10 dólares (aproximadamente nueve euros) al día. “Mi vida ha mejorado significativamente desde que regresé. Ahora puedo pagarme la comida y la gasolina, y vivir con cierta tranquilidad”.Yonas Tadesse
“Dejé mi hogar a los 18 años, frustrado por la falta de oportunidades laborales para los jóvenes. Incluso aquellos con diploma no encuentran trabajo”, explica Usama desde la tienda de muebles que ahora regenta en Wajale, una ciudad fronteriza entre Somalilandia y Etiopía. “No tenía ni idea de lo difícil que sería el viaje. Vi cómo personas morían a mi alrededor y muchos de mis amigos contrajeron tuberculosis. Los traficantes incluso llamaban a las familias de los fallecidos exigiendo dinero. Nos trataban como si no fuésemos personas”, recuerda sobre sus experiencias en Libia.Yonas Tadesse
Usama se inscribió en el programa de asistencia al retorno voluntario de la OIM, del que se enteró en el centro de detención donde se encontraba. “Extrañaba mucho a mi familia y aprendí a valorar mi ciudad y a mis amigos. No me lo pensé dos veces. Después de mi regreso, mi padre falleció y pude asistir a su funeral. Fue muy importante para mí”, señala. Gracias a la ayuda económica que recibió a la vuelta, él y su socio abrieron un negocio de muebles. “Mis circunstancias ahora no son comparables a las de antes. Al menos tengo la capacidad de cambiar mi vida y tomar mis propias decisiones. Espero poder expandir mi negocio en el futuro”, concluye.Yonas Tadesse
Samater estaba decidido a perseguir su pasión por el fútbol y creyó que Europa sería el mejor lugar para lograrlo. Con 17 años abandonó su casa junto con otros amigos y se dirigió a Libia. “Los traficantes nos torturaban con electricidad o plástico hirviendo. No teníamos libertad para movernos, ni les importaba si vivíamos ni moríamos”, dice al describir los horrores que sufrió. Los padres de Samater no tuvieron más opción que enviar 17.000 dólares (15.500 euros) a los traficantes, que amenazaron con matar a su hijo.Yonas Tadesse
Con la ayuda de la OIM, Samater pudo regresar y utilizó la asistencia recibida para estudiar salud pública. “Ya he usado todo el dinero, pero ahora ayudo a mis padres en su tienda o reparo los coches de mis vecinos para ahorrar y pagar mis estudios”, afirma, mientras va de un lado a otro organizando productos para vender.Yonas Tadesse