Las comunidades se organizan en Zambia para enfrentar la pobreza de la vejez
Sin pensiones ni otras prestaciones, y a menudo con la familia cercana ya fallecida, muchas de las personas mayores en África dependen de sus vecinos para alimentarse o conseguir agua para sus casas
Mirika Labson no sabe decir cuántos años tiene. Calcula que serán 85, uno arriba o uno abajo, algo que confirman las arrugas de su piel, la dificultad que arrastra al moverse y las cataratas de sus ojos. Habita una casa de adobe en Bauleni, uno de esos barrios de Lusaka, la capital de Zambia, que nació como asentamiento informal hace unas décadas y que creció al ritmo que marcaba la ciudad hasta convertirse en lo que es hoy; una amalgama de viviendas desordenadas y sin apenas pavimento en los caminos y también el hogar de más de 80.000 personas. “Vivo con mis cuatro bisnietos; su madre murió hace unos años. En realidad, todos mis hijos ya han fallecido y algunos de mis nietos, también. Por eso me ocupo yo sola de los pequeños”, afirma sentada frente al portal de su casa.
Los chavales de los que habla Labson tienen 5, 8, 12 y 13 años. Revolotean por los alrededores mientras su bisabuela cuenta su historia. Dice que fue limpiadora durante muchos años, que trabajaba en algunos edificios públicos y otros de empresas privadas cuando la llamaban, y que gracias a ese oficio pudo pagar la construcción de la casita en la que hoy vive, que apenas consta de un par de habitaciones, un saloncito equipado con lo básico y un pequeño patio exterior que comparte con algunos de sus vecinos, al igual que la letrina. “Claro, tengo un sitio para dormir, pero lo de comer es más complicado. Debo comprar muchas cosas: alimentos, carbón para cocinar, aceite… Aquí somos cinco y se hace muy difícil. Yo no recibo pensión, ni ayuda del Gobierno, ni nada. Dependo solo de mí”, explica.
El caso de Mirika Labson no dista mucho del de cientos de personas que viven en su país e incluso en esta región del mundo, África subsahariana, donde alcanzar la vejez resulta algo extraordinario. Zambia es uno de los países con menos porcentaje de personas mayores de 65 años respecto al total de su población; apenas el 2% de los zambianos, un país de casi 20 millones de habitantes, llega a esta edad. No en vano, la nación tiene una esperanza de vida de 64 años, una de las más bajas del mundo. En este contexto, y en un país donde casi el 90% de la gente trabaja en sectores informales, en oficios esporádicos o callejeros, lejos de las regulaciones legales y fiscales del gobierno, obtener una pensión cuando tus huesos dicen basta parece misión imposible. Solo alrededor del 7,5% de los ancianos la reciben, en su mayoría aquellos que se han desempeñado en la labor pública.
Zambia es uno de los países con menos porcentaje de personas mayores de 65 años respecto al total de su población
Por si fuera poco, la completa falta de recursos, mal endémico en muchas partes del continente, tampoco da un respiro aquí. Casi el 55% de la población vive bajo el umbral de la pobreza, según las cifras del Banco Mundial, y no puede gastarse más de un euro y medio al día, con las personas mayores de nuevo en la cabeza de esta cruel estadística. Así que cuando ni siquiera se puede trabajar para obtener esa ínfima cantidad y tratar de llevar alimento diario a la mesa, o cuando los 80 años te impiden siquiera moverte con soltura y las tareas cotidianas como cocinar o barrer parecen una quimera, como le ocurre a Mirika Labson, se erigen las comunidades como salvaguardia y refugio.
Cuidar a tus vecinos
“Es sencillo de entender; ella es muy mayor y yo tengo fuerza para ayudarla. ¿Cómo no voy a hacerlo? Lo intento siempre que puedo”, dice Olive Museba, una joven de 19 años que ha dedicado la mañana a llevar varios cubos de agua a Labson y a sus nietos. “La mayoría de las familias aquí ni siquiera tienen un grifo en casa, y el agua es necesaria para todo: para cocinar, para limpiar, para beber…”, agrega. A su lado escucha Julia Zulu, otra mujer de 35 años. Cuando Museba termina de hablar, Zulu añade: “Además, a la gente le suelen cobrar por todo. Por el agua también; un kwacha (unos seis céntimos de euro) por cada 20 litros. Parece poco dinero, pero en situaciones como esta no lo es en absoluto”.
Museba y Zulu, ambas nacidas, criadas y residentes en Bauleni, son voluntarias de Mi comunidad, mi responsabilidad, un proyecto que la ONG In & Out of the Guetto desarrolla en esta barriada. “La mayoría son adolescentes o jóvenes que van a cuidar a gente vulnerable; personas mayores, sobre todo que no pueden valerse por sí mismas. Permite que los chavales sientan que son importantes y también que tomen conciencia de nuestros propios problemas. No necesitamos a nadie que venga de fuera y lo haga por nosotros, sino que podemos valernos por nosotros mismos. Esa es la idea”, explica el pastelero italiano Diego Casinelli, director de la organización. Casinelli llegó a Lusaka hace ya más de una década con los misioneros combonianos y, enamorado de Bauleni y de sus habitantes, decidió quedarse. “Con estas iniciativas se fomenta el sentimiento de pertenencia, algo muy importante”, dice.
Lo cierto es que Bauleni no siempre es un buen lugar para vivir. Presenta los inconvenientes típicos de los slum o asentamientos informales, donde vive la gran mayoría de la población en Lusaka y de otras grandes ciudades zambianas e incluso africanas. Casinelli define el barrio así: “Hay problemas con las drogas, sobre todo con los jóvenes, que cada vez empiezan antes a consumirla. Los cortes de luz son constantes y solo el 10% de las casas tiene agua corriente. Además, no hay servicio de recogida de basuras y los descampados colindantes se llenan de desperdicios, que permanecen ahí durante meses y meses. Pero también es un lugar lleno de energía, de creatividad en muchos campos: música, deportes… Los niños elaboran sus propios juguetes; usan desechos como plásticos viejos o tapones de botellas para construir camiones, cometas… Aquí hay mucha belleza”.
A Special Kolepsa, estos juegos de la juventud ya le quedan lejos. Al contrario que Mirika Labson, él si sabe decir su edad perfectamente, aunque le cuesta andar y pasa los días sentado en una silla en el soportal de su casa. “Yo nací el 26 de febrero de 1936. Así de mayor soy”, afirma sin disimular cierto orgullo. A la hora de hablar de sus problemas, señala la falta de ingresos desde que finalizó su vida como agricultor. Y la dificultad de comer todos los días. Y la de llevar agua a su casa. Y la de cuidar de sus hijos; uno de ellos todavía vive con él, fruto de una discapacidad que le impide trabajar y ganarse la vida por sí mismo. “La vida se hace muy difícil para nosotros. Mira, yo apenas me puedo mover. Necesito la ayuda de mi gente. Sin ellos sería imposible”, reconoce.
Zambia tiene cada vez más Labsons y Kolepsas. Y otras naciones del continente también encaran problemas semejantes. La Organización Mundial de la Salud calcula que, para el año 2050, la población subsahariana con más de 65 años alcanzará los 163 millones, un incremento de 120 millones con respecto a los 43 millones del 2010. Los avances y las mejores de los estándares sanitarios y el acceso a una alimentación más abundantes y variada explican este incremento. Pero sin pensiones, sin apenas políticas que los tengan en cuenta y con la pobreza acechando en cada esquina, muchas de estas personas llegarán a la vejez con lo puesto. Sin nada.
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