Lidiar con el cáncer en Afganistán sin oncólogos ni radioterapia
¿Cómo sobrevives en un país aislado internacionalmente si, además, estás enfermo de cáncer? En el único hospital que atiende a estos pacientes faltan recursos y los trabajadores de la salud no cobran desde hace meses
Decenas de pacientes se amontonan en los pasillos del hospital Jamhuriat de Kabul. Hombres y mujeres llenos de documentos que se aprestan a mostrar al personal médico que se mueve a toda prisa y sin descanso. Su esfuerzo es mayúsculo: los 56 profesionales que trabajan en el hospital –y que atienden a 20.000 enfermos al año– hace ya muchos meses que no cobran, justo desde que los talibanes regresaron al poder en Afganistán en agosto del año pasado.
Caminando por los pasillos de la planta de oncología, una mujer abre la puerta unos centímetros e invita a entrar a los extranjeros. La paciente no es ella, Narghis, sino el pequeño Shuaib, que yace encima de la cama. Tiene tres años y medio y padece cáncer de riñón. Llegó al hospital hace ocho meses y, tras una quimioterapia que no logró acabar con la enfermedad, ha retomado las sesiones de este tratamiento.
“Lo mejor que pueden hacer los países extranjeros es reconocer a los talibanes como Gobierno, así todo volvería a ser normal”Narghis, madre de un niño paciente de cáncer en el hospital Jamhuriat
Al sufrimiento físico se le añade otro menos visible, pero que impacta poco a poco psicológicamente. “El servicio en el hospital no es bueno. Cualquier doctor que viene nos dice que no ha recibido el sueldo en meses. Nos dicen que por cualquier servicio que nos den deberíamos estar agradecidos porque lo hacen gratuitamente”, lamenta. Narghis solo ve una solución, polémica para muchos: “Lo mejor que pueden hacer los países extranjeros es reconocerlos como Gobierno, así se retomarían los trabajos y todo volvería a ser normal”.
Talibanes y sanidad, retos mayúsculos
Seguramente quien estaría de acuerdo con Narghis es el director general del hospital Jamhuriat, el doctor Khan Mohammad Akrami, aunque no lo sitúa como su prioridad. Es talibán y especialista en medicina interna. Hace pocos meses que ostenta el nuevo cargo, con los cambios de gobernantes tras la llegada de los talibanes al poder.
Para Akrami, las necesidades con las que se ha encontrado el hospital –el único que ofrece tratamiento contra el cáncer, con dos pequeñas sub sedes en las ciudades de Mazar-e-sharif y Herat– son enormes. Además de no disponer de las herramientas para ofrecer radioterapia, necesaria para mejorar el éxito en la curación del cáncer, asegura que no disponen de ningún oncólogo profesional en Afganistán, solo de especialistas en medicina interna. Su principal demanda es clara: “Las organizaciones de otros países deberían ayudarnos facilitando oportunidades para que nuestros médicos vayan a países extranjeros y los formen en oncología y patología”, para que luego puedan volver y aplicar los conocimientos adquiridos.
Más allá de estas demandas, lo que el hospital observa con preocupación es cómo –según el Gobierno– no dejan de aumentar las cifras de cáncer en Afganistán, sin que puedan saber por qué. “No tenemos un programa de investigación sobre los factores que están promoviendo que en los últimos años aumenten los casos”, lamenta el director del hospital. Según datos del Ministerio de Salud, citados por la revista científica The Lancet, se ha registrado un aumento “sustancial” de diagnósticos de estos tumores malignos en los centros de salud públicos, con 13.500 personas confirmadas desde enero de 2022. En total, cada año alrededor de 40.000 personas son informadas de que padecen cáncer, y entre 16.000 y 20.000 mueren de la enfermedad, según los datos que proporcionó el viceministro de Salud Pública en una rueda de prensa en Kabul a principios de febrero. De estos, el 60% eran mujeres, que mayoritariamente contrajeron un tumor de mama, y el 40% eran hombres, siendo el de esófago el más frecuente. No obstante, la cifra que proporciona la Organización Mundial de la Salud (OMS), al menos para el año 2020, es menor: 22.800 casos.
Problemas económicos y logísticos, mayores que la enfermedad
En otra de las habitaciones del hospital, Mohammad Rasool recibe su primera dosis de quimioterapia. Tiene 22 años, y hace tres meses que le diagnosticaron cáncer gingival en estadio 3. Tras la conmoción inicial, dejó las clases en la universidad donde estudia Informática para centrarse en su recuperación. A partir de hoy, cada 21 días y durante cinco sesiones deberá acudir al hospital Jamhuriat para recibir su dosis de quimioterapia. El trayecto no ayuda. Dura casi ocho horas y atraviesa en bus unos 380 kilómetros desde la provincia de Tahar, donde vive, en el noreste de Afganistán, hasta llegar a Kabul. “Es realmente difícil, especialmente el paso de Salang. Una persona que está enferma se pone todavía más enferma, en vez de mejorar”, explica, recostado en la camilla de la habitación que le han asignado.
El hospital atiende a los pacientes de forma gratuita, pero estos deben adquirir los medicamentos por su cuenta
El hospital atiende a los pacientes de forma gratuita, pero estos deben adquirir los medicamentos por su cuenta. Lo que en muchos otros países no sería más que un trámite, para los afganos es una odisea. Mohammad detalla todo el proceso: envía la prescripción médica a un primo suyo que vive en Pakistán, él lo muestra a un médico, a quien le compra la medicina, y entonces el paquete viaja por el paso fronterizo de Torkham, entre Pakistán y Afganistán, con cualquier ciudadano que posea visado para cruzarlo. Allí le esperará un familiar de Mohammad para hacerle llegar el fármaco hasta su casa. El joven afirma que se encuentra en una buena situación económica, aunque reconoce que no compra la medicina más avanzada que le convendría, sino una de rango medio, que es más asequible económicamente, pero menos efectiva.
Aislados y sin apoyo
De vuelta a los pasillos de la planta de oncología, continúan las discusiones. El gerente de enfermería a cargo de la planta, Manochehr Samadi, explica en voz baja los problemas con los que se encuentra diariamente el personal médico con los talibanes, amos y señores del país. Y también del hospital. “La situación se ha vuelto muy peligrosa. Los talibanes entran con armas diciendo que los tenemos que tratar a ellos primero porque han estado muchos años luchando en la montaña”, cuenta Samadi. De hecho, son los mismos guerrilleros quienes también controlan, armados, las entradas y salidas al recinto sanitario.
La llegada del nuevo régimen al poder no solo ha afectado a los afganos de puertas adentro, sino también a la hora de viajar al extranjero, lo que se vuelve especialmente preocupante para los enfermos. “La frontera está cerrada y algunos de nuestros pacientes necesitan radiación, especialmente en los países vecinos, como Pakistán, Irán e India”, explica Samadi.
Narghis, la madre que acompaña al pequeño Shuaib, y Mohammad, el estudiante que sueña con ser informático, no disponen de todo el tiempo que seguramente necesita Occidente para decidir sobre el desbloqueo de fondos económicos para Afganistán. Reconocer o no a los talibanes es un debate amplio y espinoso. Ellos solo esperan que la situación en el país vuelva a la normalidad. O a la relativa normalidad de antes, en un país mermado por 40 años de conflictos.
Mientras tanto, seguirán acudiendo cada 21 días al hospital Jamhuriat, confiando en recuperarse y dejar atrás los peores momentos de sus vidas.
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