El luto infinito de las mujeres de Saqlauia
El 3 de junio de 2016 el pueblo iraquí de Faluya fue liberado de las garras del Estado Islámico, pero 643 hombres y niños desaparecieron durante la contienda militar. Cinco años después, no hay pistas sobre lo que ocurrió
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Lo primero que se ve al entrar a la aldea es el cementerio. Hay algunas casas destruidas, otras en construcción, fachadas con disparos de balas, campos de cultivo de bamia, muchas palmeras, vacas y ovejas que rompen el silencio de unas calles vacías. Al Buhais es una pequeña villa donde viven unas 135 personas dentro de Saqlauia, un pueblo de algo más de 20.000 habitantes situado en Faluya, en la provincia de Anbar (Irak). Es una zona de campesinos, donde las mujeres lucen grandes y redondas manos curtidas por el trabajo de la tierra mientras cuidan, en la mayoría de los casos solas, de una extensa familia de más de cinco miembros con pocos recursos. Las paredes de cada uno de los hogares de esta villa esconden guerra, pobreza, miedo y, sobre todo, tristeza. Hace cinco años que Saqlauia está de luto, pero es un duelo indefinido.
La ciudad cayó en manos del grupo terrorista Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) en 2014. Su liberación, en junio de 2016, no solo hizo añicos los edificios. La desaparición forzada de centenares de hombres y niños en extrañas circunstancias en diferentes villas del pueblo ha dejado en muchas mujeres un vacío y una ansiedad que todavía perduran. La poca implicación de las autoridades en la investigación está acabando con las esperanzas que todavía conservan las viudas de Saqlauia que aquel verano de 2016 perdieron 643 maridos y adolescentes.
El tabú rodea a todo lo que pasó. La supuesta implicación de las Fuerzas de Movilización Popular (PMU, por sus siglas en inglés) —un grupo de milicias chiíes que forman parte del aparato de seguridad del Estado iraquí— en las desapariciones lo hace todo más oscuro al ser Faluya una zona suní. En lugares de Saqlauia, como Al Buhais, que perdió casi 50 hombres y jóvenes, el miedo a hablar se palpa, pero el paso del tiempo está empujando a muchas de las mujeres a alzar la voz ante la falta de respuestas. Allá hay una regla no escrita que Fadila Kurdi, una de las viudas que perdió a su marido y a su hijo, repite varias veces: “Si quieres estar segura, no hables”.
Las pintadas sectarias aludiendo a máximas figuras del chiismo todavía invaden algunas paredes de las pocas casas que se mantuvieron en pie después de la liberación de la aldea. Muchos de los controles que dan acceso a Saqlauia están supervisados por diferentes facciones de las PMU, por lo que rara vez los habitantes de Al Buhais se atreven a salir después de lo ocurrido. Solo lo han hecho para denunciar u obtener algún avance sobre el caso, pero desde hace cinco años no han recibido ninguna respuesta del Gobierno sobre las desapariciones, según explican decenas de mujeres en el pueblo, Amnistía Internacional (AI) y diferentes organizaciones implicadas.
Las mujeres que perdieron a sus maridos e hijos no tienen un anillo, unos zapatos, chilabas u objetos que les recuerden a sus seres queridos. Algunas ni siquiera conservan fotos
Era finales de mayo de 2016 cuando el ejército iraquí y algunas milicias de las PMU comenzaron una ofensiva para liberar Faluya de ISIS. En el pueblo y varias zonas de Saqlauia llovían las bombas y los campesinos decidieron huir por un corredor que habían abierto las PMU para salir de la ciudad. Según las denuncias de varias mujeres entrevistadas por AI en una investigación todavía en curso abierta por el Gobierno iraquí y el de Anbar en esos primeros días de junio, y por este periódico ahora, hombres armados con insignias de las PMU separaron a las mujeres y niños chicos de los hombres y adolescentes que escapaban del caos y los enfrentamientos. Ellas fueron trasladadas al campamento de refugiados de Amiriyat, en Faluya. Según los informes de AI, las milicias retuvieron a 1.300 hombres, de los que 643 siguen desaparecidos cinco años después.
Fadila lleva ropa oscura y un velo negro. Lava los platos en el jardín de su casa, en una palangana de plástico con agua que recolectó la noche anterior del único canal que abastece de este líquido a Al Buhais, que por el día luce medio seco. Enfrente tiene un par de vacas que mugen mientras se refugian bajo la sombra de un toldo y, a su derecha, una montaña de escombros que le ayudaron a sacar sus vecinos después de que su casa fuera bombardeada hace cinco años durante la liberación de Faluya.
Su cara refleja cansancio; sus manos, trabajo. Aquel verano de 2016 desaparecieron su marido Rasul Kurchi y su hijo Laith. Fadila lleva los documentos de identidad de ambos, lo único que conserva de ellos, ya que una bomba destrozó todo lo que tenían en casa. Lleva un lustro intentando reconstruir su hogar, que por el momento carece de puertas. Su historia la empieza como muchas viudas en el pueblo: contando la vida antes de 2014. “Vivíamos muy felices, teníamos seguridad, animales y cultivos. Saqlauia en general era un lugar maravilloso y tranquilo”, recuerda.
“Esto no es vida. No me siento viva, estoy vacía desde entonces. Ya no pregunto al Gobierno. Solo le pregunto a Dios cada día”Um Omar, perdió a su marido Muntadar y a su hijo Omar
En sociedades conservadoras y tribales como las de muchos pueblos y aldeas de Irak, perder un marido e hijos en edad de trabajar para una mujer significa todo. Ellos se ocupan de conseguir dinero; ellas, de tener descendientes, educar a los pequeños y cuidar la casa. Fadila ahora se encarga de ambos. Cultiva, cuida de varias vacas y reconstruye su hogar. “Nadie nos ayuda. Ellos se fueron y ahora esta es nuestra vida. Tristeza y cansancio. Solo nos queda Dios”, suspira. Vive con sus dos hijas, Shada, de 16 años; Rasha, de 21, y con su hijo Harith, de uno. También con sus nietos Jatab, Tabarak y Harith que corretean por el jardín, ajenos a una historia que lleva años sonando en bucle. La viuda aprieta fuerte contra su pecho las identificaciones de su marido y su hijo y el llanto cede ante la entereza que ha demostrado durante la conversación. “Los necesito. Los echo mucho de menos”, lamenta.
Sin ni siquiera recuerdos
En Al Buhais no hay recuerdos. Las mujeres que perdieron a sus maridos e hijos no tienen un anillo, unos zapatos, chilabas u objetos que les recuerden a sus seres queridos. Algunas ni siquiera conservan fotos. La destrucción de muchos hogares las obligó a empezar de cero solas y amontonando deudas a lo largo de estos años. Todo ha cambiado en la villa.
Saya Ishab ha terminado de reconstruir su casa hace un mes. Atesora una foto minúscula de Nafa, su marido desaparecido. De su hijo Haiza, de entonces 16 años, ni siquiera tiene imágenes. Ahora vive con sus cuatro hijas y con el joven Nabhan, de 15 años, que juguetea con varias gallinas y una pala a cuestas. Cuando su marido estaba en casa se pasaba todo el día trasladando a gente de pueblo en pueblo con un minibús que compraron con mucho esfuerzo y del que no saben su paradero desde 2016. Mientras, Saya y Haiza trabajaban en los cultivos de bamia y almacenaban litros de leche de las vacas con los que conseguían algo más de dos euros a la semana. Saya ahora se levanta temprano, las ordeña y recoge algún huevo de las gallinas y prepara el desayuno. Agarra la pala y se va a trabajar las tierras. “Después me siento y espero. Espero a que pase el tiempo”.
Amnistía Internacional ha denunciado desde 2016 lo sucedido en Saqlauia. Exigió a las autoridades iraquíes mediante un memorando unas investigaciones imparciales, justas y públicas para revelar el paradero de los desaparecidos. A pesar de los reclamos nunca ha habido una respuesta sobre lo que sucedió aquel día en el que centenares de mujeres de las villas de Saqlauia se quedaron solas o perdieron a muchos de sus hijos y maridos.
Razaw Salihy, coordinador de AI en Oriente Medio, destaca uno de los puntos por los que muchas familias se han quejado de la comisión de investigación del caso. “Según la información que tenemos, un comité que habló con las familias estaba formado por miembros de las PMU. Después de eso, las familias sintieron miedo y se negaron a colaborar”, afirma. Saya Ishab lo corrobora. “Fui a denunciar varias ocasiones, pero ellos [las milicias] forman parte de la investigación, por eso no obtenemos respuesta”, argumenta. Saya es de las pocas mujeres que aseguran, delante de varios hombres mayores del pueblo, tener pocas esperanzas de encontrar a sus seres queridos. “Cada año sube la tristeza y baja la esperanza. Ahora mismo diría que tengo un 25% de posibilidades de volverlos a ver”, concluye.
La liberación de ISIS en ciertos lugares de mayoría suní por parte de algunas facciones dentro de las PMU trajo consigo una oleada de desapariciones de hombres y jóvenes. En Saqlauia son las historias de los familiares de Fadila, Sabiha, Doha, Um Wissam, Hadia, Saya o Aljam... En total 643 hombres y niños. El Alto Comisionado de las Naciones Unidas en Irak ha denunciado recientemente la desaparición forzada de al menos 8.615 personas entre 2015 y 2020 y un total de 12.000 iraquíes en paradero desconocido en lugares como Samarra, Jurf al Sahar o la provincia de Nínive, donde hay al menos 9.000 casos, según presentaron en la reconocida cadena de televisión iraquí UTV.
Las PMU cuentan con un determinado número de milicias sectarias que a menudo ven a los civiles de las zonas suníes como terroristas, ya que en algunas provincias como Mosul o Anbar siempre ha habido cierto apoyo popular a grupos salafistas como Al Qaeda o ISIS. “Desde 2014 las desapariciones continúan en Irak, causando efectos profundamente adversos en las familias que siguen buscando a sus seres queridos. Es un tema muy importante que el Gobierno debe abordar”, asegura Salihy.
Tras las puertas de cada uno de los hogares de Al Buhais hay una historia de terror. Las mujeres no lloran en el cementerio, sino en la soledad de sus casas después de largas y duras jornadas de trabajo. Um Omar vive sola con su hijo Bilal de 12 años y su hija, de 18. Está trabajando la tierra a unos 40 grados y tapada hasta los ojos. La ira y desesperación que transmite en sus palabras las transforma en fuerza para usar la pala en los cultivos. Perdió a su marido, Muntadar, y a su hijo Omar. Desde entonces comenzó su luto, que sigue a día de hoy. Pero conserva esperanzas de encontrarlos. “Esto no es vida. No me siento viva, estoy vacía desde entonces. Ya no pregunto al Gobierno. Solo le pregunto a Dios cada día”. Um Omar se destapa la cara y va decidida en busca del recuerdo que tiene de sus desaparecidos. Después de unos minutos aparece con un cuadro, de talla mediana y bordes dorados, con dos fotos estampadas: la de Muntadar y la de su difunto padre.
— Aquí están su marido y su padre. ¿Dónde está su hijo Omar?
— No, de Omar no tengo recuerdos. Los perdí todos.
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