El refugio para burros maltratados vecino a las pirámides de Teotihuacán
Con una población en declive y la desaparición de la especie en el horizonte, este hogar de acogida en México, llamado Burrolandia, se dedica a protegerlos y rescatarlos. Los asnos siguen siendo una herramienta fundamental en el medio rural y en labores agrícolas
Pezuñas llegó convaleciente y con cicatrices en las costillas debido a los piquetes que le propinó su antiguo dueño. No se tenía en pie, ya no servía, así que lo dejaron abandonado entre escombros y basura. Copo de Nieve, en el afán de perseguir a una mula, se soltó del árbol al que vivía amarrado para escabullirse a la propiedad vecina. Como castigo, le ataron las dos patas delanteras a un poste de forma que quedó completamente inmovilizado. Indefenso ante los ataques de unos perros, lo lastimaron tanto que sus propietarios ni se molestaron en atender sus heridas.
El maltrato que durante años sufrieron ambos animales cesó cuando llegaron a Burrolandia, un refugio para los asnos en Otumba, municipio del Estado de México. Después de ser tratados y rehabilitados, Pezuñas y Copo de Nieve son hoy parte de la recua de un refugio al que el público puede acceder y visitarlos en sus instalaciones: terrenos amplios al aire libre y establos limpios y repletos de pacas de alfalfa. En este rancho de más de 2,5 hectáreas donde hacen eco los rebuznos, cada ejemplar es único y tiene un nombre al que corresponde una personalidad. “No es un burro más al que desechar tras haber trabajado y sufrido toda su vida”, afirma Germán Flores, quien dirige este paraíso equino desde 2006.
Burrolandia, a tan solo 10 kilómetros de las famosas pirámides de Teotihuacán, nació con el fin de rescatarlos del maltrato y es en la actualidad uno de los pocos santuarios que existen para esta especie en el país. “No es casualidad que el refugio se encuentre aquí, pues Otumba es considerada la cuna del asno en México”, afirma Flores orgulloso. Durante el siglo XVI, el municipio se convirtió en paraje de reposo para el transporte de mercancías que cruzaba la travesía más importante de México a Veracruz, uno de los caminos más antiguos de la Nueva España. Los arrieros paraban a descansar y alimentar a sus bestias de carga, lo que dio lugar al establecimiento de un mercado regional de estos animales. Con el tiempo, el asno se volvió parte del patrimonio y de la identidad colectiva de esta región donde, desde el 1964, se celebra la feria anual de burros, festividad a la que esta localidad se entrega cada 1 de mayo.
Si en 1991 se contaban 1,5 millones de burros, hoy son menos de 300.000. Casi el 80% de la población ha desaparecido en menos de 30 años
“Si bien la feria es un orgullo para los que somos de aquí, abrimos esta granja porque nos percatamos de que cada vez había menos en la región”, explica Flores. Según el otumbense, “el burro mexicano está en extinción. Si en 1991 se contaban 1,5 millones de ejemplares, hoy son menos de 300.000. Casi el 80% de la población ha desaparecido en menos de 30 años”.
La función sustentable que los borricos prestaron a los humanos durante siglos ha ido mermando en este último debido a la modernización de la agricultura y de los medios de transporte. “Han sido desplazados como herramienta en muchos sectores. ¡Hasta una bicicleta sirve para algunos de los usos que tenían! Así que los desechan en los rastros”, afirma el director de Burrolandia mientras lanza una zanahoria a Pezuñas, al que arrojaron moribundo a un basurero.
El último censo que realizó el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), publicado en 2010, fue en el 2007 y databa medio millón de burros. El estudio anterior, llevado a cabo en 1991, señalaba que en México habitaban un millón y medio, dos tercios más que ahora. Son las últimas estadísticas disponibles en torno a la demografía de este animal en el país.
“Es innegable que su población ha disminuido, pero debemos interpretar bien ese censo, ya que se elabora reportando los animales que se encuentran en las unidades de trabajo rural. ¡Y se da cada vez más la tendencia de tener burros que no son para trabajo!”, aclara Mariano Hernández Gil, especialista de la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). A diferencia de Flores, el veterinario no considera al burro en peligro de desaparecer. “En comunidades donde antes había 500 apenas quedan unos pocos, es cierto. Pero ahora existen espacios de conservación para la especie, y todavía cumplen funciones elementales en muchos lugares. En regiones semiáridas de nuestro país, hay zonas donde sólo pueden sembrar maíz a pie o en burro”, expone el experto en equinos.
En 2020, el asno todavía se asume como animal de carga y tiro, y representa un medio de vida para muchas personas del mundo rural. Guerrero, Oaxaca, Puebla, el Estado de México, Veracruz e Hidalgo son los territorios que concentran mayor número de ellos. En estos Estados se emplean para labores agrícolas de alimentos básicos como el frijol y la calabaza. En Veracruz participan en la cosecha de la papaya y el mango; en Oaxaca acompañan en la extracción de miel; y son los responsables de tirar de la rueda que tritura las piñas de maguey para conseguir el licor en la producción del mezcal artesanal. En municipios de bajo estrato económico que colindan la capital con el Estado de México, como en Coacalco y Tultitlán, permanece la figura del burrero, carreteras tiradas por animales que recolectan basura y que pueden llegar a amontar más de 100 toneladas de desperdicios en un día.
La polémica asociada a las actividades para las que se sigue empleando este animal, se centra en el maltrato que se les infringe de forma frecuente: sobrexplotación, desnutrición severa, agotamiento, huesos partidos, piel en carne viva. Las historias de abuso se narran a través de los ejemplares que llegan a Burrolandia. “El problema no es que se usen como trabajo, sino el trato denigrante que reciben”, explica Flores. “Los burros que han nacido aquí están sanos física y mentalmente. Los que rescatamos, no. No llegan emocionalmente bien, quieren morder y patear. ¿Cómo va a reaccionar un animal que ha pasado 23 años de sus 25 siendo brutalmente azotado?”, se pregunta el director de la granja.
Hace tan solo unas semanas un diputado del partido de Morena presentó una iniciativa para reformar el Código para la Biodiversidad del Estado de México y prohibir el uso de animales como medio de transporte y su tránsito por vialidades asfaltadas que no estén hechas para ese fin. El objetivo de esta iniciativa es proteger a burros, mulas y caballos, del abuso y maltrato al que acostumbran en este estado de la república mexicana.
En opinión del veterinario, no se debe prohibir la utilización de los animales como herramienta de trabajo, sino promover una legislación que contemple y obligue al bienestar animal con métodos objetivos. “Existen referencias científicas que convierten el bienestar en algo medible, pero no se utilizan. Hay que procurar y garantizar el bienestar el animal en las condiciones en las que trabajan, pero no quitar a la gente la posibilidad de emplearlos en sus tareas. Existen comunidades aisladas muy pobres donde mujeres, niños y adultos mayores dependen completamente del burro para el abastecimiento de agua, leña y forraje. ¡Dile tú a una señora de edad que camina 15 kilómetros diarios para almacenar 80 litros de agua para toda la semana que ya no puede cargar su burro!”, defiende Hernández, quien coordina el Programa Donkey Sanctuary-UNAM de la FMVZ. Este proyecto, que promueve el bienestar en las comunidades que dependen de equinos, empezó en 1984 y desde esa fecha ha atendido a un promedio de 30.000 animales por año en más de 500 comunidades.
La polémica asociada a las actividades para las que se sigue empleando este animal, se centra en el maltrato que se les infringe de forma frecuente: sobrexplotación, desnutrición severa, agotamiento, huesos partidos, piel en carne viva
“También hay que considerar el fuerte vínculo que estos animales crean con las personas y otros animales, como borregos y perros. Los burros son tremendamente leales. ¡Es un compañero de vida!”, exclama Hernández, quien lleva más de dos décadas trabajando con ellos. Inteligente, noble, de buena memoria… Así se describe a este animal: “Tierno y mimoso igual que un niño, que una niña; pero fuerte y seco como de piedra”, se dice también del asno más icónico de la literatura. “El burro es un animal fantástico. Y lo mejor de convivir con ellos es ver cómo van cambiando sus conductas, perdiendo los miedos y los traumas, cómo sacan su propia personalidad”, afirma Flores mientras acaricia el lomo de Valentín, uno de los favoritos del público. “En cuanto distingue personas a lo lejos se acerca trotando a saludar”.
Burrolandia tuvo que cerrar sus establos a las visitas por la pandemia, pero ha vuelto a abrir sus instalaciones este octubre. De los 50 ejemplares que habitan sus terrenos, la mayoría fueron rescatados, otros nacieron aquí y al resto los abandonaron. “Sus dueños nos dijeron que se iban de vacaciones y que nos los dejaban por un mes, pero nunca regresaron ni se pusieron en contacto con nosotros”, cuenta el responsable de este santuario que no recibe ayudas de ninguna institución privada ni del Gobierno, y se sostiene de las donaciones de los visitantes. “Quisiéramos rescatar a todos los que lo necesitan, pero no está en nuestras posibilidades. ¡Menos con la llegada de la pandemia!”, añade.
De las 18 razas más conocidas de este animal, aquí conviven tres. Yamak, de los más confiados del rancho, es un burro mamut, originario de Estados Unidos y uno de los más grandes del mundo. Florencio, marrón oscuro con el hocico y la barriga de color blanco, y también de gran tamaño, es descendente de los pirineos catalanes, una de las razas más antiguas que se conocen. Y Pistache, tamaño miniatura y de apariencia muy tierna, es siciliano. El resto son burritos mexicanos comunes, de color gris oscuro con rayas negras que se dibujan del cuello a la cola y en las patas. “No olvidemos que el mexicano no es una raza. ¡Y por eso no se puede extinguir!”, aclara Hernández. El asno mexicano es el mismo que habita en Etiopía, Egipto, Ecuador, Colombia y tantos otros países. “Si de veras desaparece este animal en México, que no va a pasar, solo habría que traer uno de Honduras”, dice con ironía el veterinario.
Lo más parecido a un burro mexicano que existió fue el Onagro americano, Equus Convirsidens, el más pequeño de los equinos pleistocénicos. Habitó Norteamérica y se extinguió hace 8.000 años. De él sólo quedan algunos fósiles que concluyeron su existencia. “Pero lo trajeron los españoles, que a su vez lo importaron de África. Y gracias a este animal se sustituyó la energía humana por la animal”, concluye el experto. A México llegó para suplir la función de los tamemes, pobladores que eran utilizados como transportadores. Una de las tantas crueldades ejercidas contra los pueblos originarios durante la Conquista. Lo contó José Vasconcelos en su obra Breve historia de México: “El burrito africano, el asno español, llegaron a estas tierras a ofrecer su lomo paciente para alivio de los tamemes indios”. Seis siglos después, el municipio donde se libró una de las batallas más épicas y sangrientas de la historia del Nuevo Mundo, viene a su rescate.
Puedes seguir a PLANETA FUTURO en Twitter, Facebook e Instagram, y suscribirte aquí a nuestra ‘newsletter’.