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El resistible ascenso de Vox

Es el descontento de muchos ciudadanos ante la falta de respuestas de los partidos de gobierno lo que hace crecer a la ultraderecha

Vox ha sido el gran triunfador de las elecciones celebradas este domingo en Extremadura. En solo dos años, ha pasado del 8% al 17% de los votos y de 5 a 11 escaños, ganando 40.000 sufragios (en 2019, ni siquiera consiguió entrar en la Asamblea). El PP ha ganado un escaño, pero se ha quedado lejos de la mayoría absoluta a la que aspiraba y ha perdido 8.000 votos con respecto a mayo de 2023. Mientras, el PSOE se ha desplomado, perdiendo 10 diputados. El meritorio ascenso de Unidas por Extremadura no ha compensado por la izquierda la debacle socialista.

Resulta paradójico que el vencedor moral de unas elecciones autonómicas sea un partido que no cree en el Estado de las Autonomías y aspira a derogarlo si tiene mayoría suficiente para hacerlo. Pero aún lo es más que la estrella de la campaña de Vox haya sido su líder nacional, Santiago Abascal, quien no se presentaba a los comicios. No solo ha protagonizado más de una docena de mítines, sino que figuraba junto al candidato de su partido en los carteles electorales, en un intento de compensar que este fuera casi desconocido en su propia tierra.

Los electores saben, pese al equívoco con el que jugaba Vox, que no votaban a Abascal sino a Óscar Fernández Calle. El primero se volvería a Madrid al terminar la campaña y no podría asumir la responsabilidad de gestionar los asuntos de los extremeños, en el caso de que estos se la encomendaran. Tampoco parece que hayan votado al candidato de Vox por su capacidad de gestión, hasta ahora ignota.

Lo cierto es que el partido ultra ha demostrado estar muy poco interesado en asumir la responsabilidad que implica administrar recursos públicos para mejorar la vida de los ciudadanos. En julio de 2024, abandonó sorpresivamente y en bloque los ejecutivos de coalición con el PP que dirigía desde un año antes en Castilla y León, la Comunidad Valenciana, Aragón, Murcia y la propia Extremadura. Para justificar aquel abandono de responsabilidades alegó el reparto de un puñado de menores inmigrantes no acompañados que en el caso extremeño no suponía ningún problema para una comunidad que sufre una severa despoblación. Antes bien, la razón de aquella espantada era eludir el desgaste que entraña toda acción de gobierno, como empezaban a reflejar las encuestas.

Si los electores no votan a Vox para que gestione su comunidad, que es el objetivo obvio con el que los partidos concurren a las elecciones, cabe preguntarse por qué lo han votado. La razón, en muchos casos, es porque no quieren que lo hagan quienes tradicionalmente lo han hecho hasta ahora. Porque están desencantados e incluso enfadados con ellos. Hay asuntos de fondo que los respectivos gobiernos del PSOE y el PP no han sabido resolver, y Vox ha sabido explotar.

Para entender el ascenso de la ultraderecha no hay que mirar a sus aciertos sino a los errores de los otros partidos. Asumir el ideario ultra como hizo el popular Juan Francisco Pérez Llorca en la Comunidad Valenciana solo contribuye a profundizar en el error. Abascal ha proclamado el “hundimiento paulatino del bipartidismo”, pero el bipartidismo empezó a hundirse hace ya una década. Vista la ola reaccionaria que sacude el mundo, lo que se avecina, si no se evita a tiempo, es la desfiguración de las formaciones que ocupan la centralidad del espacio político, aquellas que tejen el consenso necesario para cohesionar la sociedad, dejando paso a quienes no vienen a resolver los problemas, sino a agravarlos. Y a engordar con ellos.

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