La doctrina Trump contra Europa
La Casa Blanca pone por escrito una siniestra visión del mundo que desprecia el atlantismo y proyecta una América Latina sometida
La nueva Estrategia de Seguridad Nacional que acaba de publicar la Casa Blanca ha disipado las últimas dudas respecto a la temida ruptura del lazo transatlántico que tan estrechamente ha vinculado a los europeos con Estados Unidos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. El enemigo declarado por el trumpismo no es Rusia, ni siquiera China, sino la potencia normativa y receptora de inmigrantes que es la Unión Europea, junto con las instituciones y países solidarios con Ucrania frente a la invasión rusa.
Con este documento, hecho público el viernes, el Gobierno de Donald Trump rompe radicalmente con la estrategia aprobada por él mismo hace ocho años, durante su primer mandato, cuando todavía consideraba que una “Europa fuerte y libre es de vital importancia para Estados Unidos” y se reafirmaba “en el compromiso compartido con los principios de la democracia, la libertad individual y el Estado de derecho”. El nuevo programa exterior para los tres años que le quedan de presidencia ensalza las ideas y principios iliberales y autoritarios de las extremas derechas populistas y hace suyos los argumentos de Vladímir Putin respecto al futuro de Ucrania. Constituye a la vez una injerencia en la política interna de los países europeos y una neutralización de los esfuerzos europeos por evitar la derrota y humillación de Ucrania.
Se articula así de forma explícita la estrategia de permanente sometimiento de Europa, tras la imposición a la Comisión de aranceles unilaterales, la sumisa aceptación del incremento del 5% en los gastos de la OTAN y la marginación europea en los planes de futuro para Gaza y Ucrania. Es también la respuesta desafiante e irrespetuosa a la diplomacia aduladora adoptada por muchos dirigentes, como el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, y la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen. El propósito es seguir torciendo el brazo a los europeos y abandonar más pronto que tarde los compromisos de seguridad y defensa en vigor desde hace 80 años. Da así por amortizadas tanto a la UE como a la OTAN, a la primera con el desarme normativo que exige para las empresas tecnológicas y a la segunda con la paralización de la política de ampliación de la Alianza para satisfacer a Putin.
Estados Unidos hace también oficial una mirada a América Latina como su patio trasero, una región a su servicio. Le pone nombre: corolario Trump a la doctrina Monroe, aquella definida hace 200 años por el lema “América para los americanos”. Se propone “restaurar la preeminencia de Estados Unidos en el Hemisferio Occidental” y cuenta para ello como aliados con gobiernos alineados con su populismo nacionalista, como El Salvador o Argentina. El asesinato a sangre fría con misiles contra lanchas en el Caribe es solo la expresión de una estrategia en la que Estados Unidos pretende imponer su poder hasta donde haga falta para defenderse de las obsesiones del trumpismo: las drogas y la migración, las únicas características que en la mente de esta Administración comparten todos los países latinoamericanos.
Del lenguaje utilizado por la Casa Blanca destaca el carácter depredador de sus objetivos, en un nuevo reparto del mundo en competencia con Rusia y China, donde no cuentan los sistemas políticos ni los valores democráticos, sino los crudos intereses económicos de la élite de los multimillonarios, sean rusos, árabes o norteamericanos, que le han catapultado al poder y apoyan sus políticas en interés propio.
Todo es hiperbólico y excepcional en el trumpismo, también esta estrategia, presentada como “la hoja de ruta para asegurar que Estados Unidos seguirán siendo la nación más grande y exitosa de la historia de la humanidad y la patria de la libertad en la Tierra”. Este es un documento que ayudará a los historiadores a comprender este momento. Pero su elocuencia también puede iluminar a los ciudadanos de las democracias europeas y latinoamericanas sobre el calibre de la amenaza, y el peligro de los líderes que no quieren darse por enterados.