Cuando las vecinas corrigen a los arquitectos
El documental ‘Ellas en la ciudad’ recuerda la importancia de escuchar a las personas que van a usar un espacio público antes de imponer su diseño
Cuando conspicuos urbanistas, arquitectos, políticos y demás compadres diseñaron y ejecutaron en los años setenta del siglo pasado las periferias de algunas ciudades bajo el paraguas del desarrollismo franquista (Sevilla, en el caso que nos ocupa), no tuvieron en cuenta nada de lo que realmente importa en estos casos. Parece que asuntos como la habitabilidad de las viviendas y los barrios que planificaban no tuvieran nada qu...
Cuando conspicuos urbanistas, arquitectos, políticos y demás compadres diseñaron y ejecutaron en los años setenta del siglo pasado las periferias de algunas ciudades bajo el paraguas del desarrollismo franquista (Sevilla, en el caso que nos ocupa), no tuvieron en cuenta nada de lo que realmente importa en estos casos. Parece que asuntos como la habitabilidad de las viviendas y los barrios que planificaban no tuvieran nada que ver con las vidas de las personas que iban a establecerse en ellos. Eran cuestiones de carácter menor, insignificantes, frente a la brillantez de sus proyectos. Lo importante eran los números, los miles de viviendas falocráticas e inhumanas, situadas en espacios impracticables, sin los mínimos servicios para facilitar una vida digna. Edificios de cinco plantas sin ascensor, sin agua potable. Barrios sin transporte público, calles sin asfaltar, sin sombras en esa Sevilla de fuego en verano. Sin escuelas, sin centros de salud, sin tiendas de comestibles cercanas, sin farmacias, sin bares. Estos bloques fueron jaleados, publicitados y vendidos como un trofeo, un logro. Nadie se acercó a comprobar cómo vivía día a día la gente que con inocente ilusión estrenaba lo que pensaba sería un hogar confortable. El inicio de una vida, por fin, vivible.
A esas viviendas en la no-ciudad llegaron Ellas, las que más sufrieron esta ciudad inhumana, inhabitable, imposible: las mujeres. Y de este shock salieron feministas, ecologistas, urbanistas, activistas. Ante la magnitud de la tragedia particular y colectiva se organizaron, se arremangaron (los bajos de los pantalones, también, por aquello del barro como único suelo), se manifestaron, se presentaron en todas las ventanillas necesarias para ir consiguiendo una a una las reformas imprescindibles para convertir ese fiasco urbanístico y habitacional en un barrio habitable.
Cuando terminé de ver el magnífico documental Ellas en la ciudad, de Reyes Gallegos (2025), pensé en todo esto y en que todos estos urbanistas, arquitectos y políticos, responsables de semejante desatino, deberían vivir una temporada larguita (entre enero y octubre, por ejemplo) en estos sus proyectos, para que pudieran comprobar cómo funcionan sus ideas en la práctica y arrepentirse de sus desmanes.
Estas mujeres, situadas en un territorio comanche y hostil, supieron organizarse para conseguir los colegios y las guarderías, el mercado de abastos, el centro de salud, la escuela de personas adultas, el acerado. Todo ello yendo y viniendo de ventanilla en ventanilla, donde las tenían fichadas por protestonas. Su conciencia surge de la necesidad, de la inseguridad y del aislamiento, de la fuerza animal de la maternidad cuando ven que el barrio se puso mu malo y deciden hacer turnos para ocupar los bancos en los que se instalaban los camellos y les quitamos el sitio, aseguran. El patio de la escuela no tenía rejas que lo cerraran: allí se ponían ellas a la hora del recreo haciendo una cadena humana, a modo de valla, para que las criaturas no se escaparan. No había mobiliario en el nuevo Instituto de Enseñanza Secundaria: ellas lo llevaron a cuestas desde la otra punta. No podían andar con sus carros de la compra y los de los bebés por unos caminos llenos de baches y socavones: ellas cortaban la carretera.
Esta película me hace reflexionar sobre lo trascendental que puede llegar a ser el diseño de una ciudad, de un barrio, de cualquier espacio público que va a ser utilizado por las personas. En la zona donde vivo ahora, en Barcelona, hay un amplio y muy largo paseo que transcurre delante del mar. Quienes lo diseñaron podrían haber puesto una barandilla a todo lo largo, algo que hubiera sido más que normal y nadie hubiera objetado nada al respecto. Sin embargo, dispusieron una enorme cantidad de bancos ―uno al lado del otro― desde los que se puede disfrutar de la vista del mar, descansar, cambiarse los patines o merendar, por ejemplo. Con ello tomaron una opción política a favor de las personas. Siempre que paso por ahí pienso en la diferencia que marca una ciudad que piensa en el bienestar cotidiano de las mujeres y hombres que la habitan. Decisiones no menores que ofrecen montones de asientos diversos, plazas, sombras, fuentes, papeleras, mucha limpieza y mucho verde que favorecen la vida comunitaria, la relación, el contacto, que evitan la soledad bloqueante y favorecen la soledad activa.
Alabo la lucidez y el acierto de Reyes Gallegos de haber iluminado esta realidad. De haber dado la palabra y el protagonismo en este documental impactante a estas mujeres fuertes, lúcidas, empoderadas, que sin manual de instrucciones supieron mostrar y denunciar lo que no debe hacerse en el urbanismo o en la arquitectura.
Un documental de visión obligatoria en las escuelas de arquitectura, en las facultades de historia, psicología, sociología y, ciencias políticas; en los despachos de urbanistas, arquitectos y políticos. Un tratado de feminismo práctico.
Asómense a Ellas en la ciudad y conmuévanse. Les aseguro que a partir de ahora nunca más mirarán con desdén o indiferencia esos bloques fantasmagóricos que pueblan nuestras periferias.