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La angustia de no poder tener un hogar

Los lectores y las lectoras escriben sobre el acceso a la vivienda, la desaparición de los barrios y la polarización política

Tengo 33 años, trabajo media jornada y vivo gracias a ahorros que nunca superan dos cifras. A veces siento que la vida me estrecha. Hoy supe que un piso que no superaba los 500 euros se alquila ahora por mucho más, mucho más de lo que debería ser, y me duele aún más descubrir que la propietaria prefiere evitar a familias con hijos, porque si la familia con menores no pudiese pagar, podría retrasarse o complicarse el desahucio… ¿Dónde quedaron la empatía y los valores de esa propietaria? Me invade un miedo silencioso. ¿Hasta qué punto mis sueños —tener un hogar, formar una familia— dependen de algo que parece inalcanzable? Empiezo a sentirme acorralada: no puedo comprar, el alquiler me sobrepasa, y temo que incluso el deseo de ser madre se convierta en un lujo que no puedo permitirme. Soy solo tristeza, miedo y desesperanza. Me pregunto incluso qué será de mí cuando mis padres ya no estén para avalarme o si la vida me permitirá disfrutar de algo tan natural como criar a un hijo. Observo impotente cómo las oportunidades de una vida digna se alejan, una tras otra, dejándome atrapada entre el miedo y la resignación sin poder respirar tranquila.

Mireia Carrillo. Oviedo

Las castañuelas que la ciudad olvida

Hace unos días, al llegar a casa, mi mirada se detuvo en unas castañuelas. Las tomé como quien recupera un gesto antiguo, casi olvidado, pero profundamente nuestro. Me recordaron que, bajo la prisa y el ruido, aún late una cultura que nos ha sostenido siempre. Vivo en Chamartín, junto al Bernabéu. Durante décadas, aquel estadio formó parte natural del barrio: los partidos, los domingos, las conversaciones entre vecinos. Hoy sigue habiendo fútbol, sí, pero se están realizando obras en el estadio para que pronto pueda volver a acoger espectáculos internacionales que vienen y se van, dejando calles cortadas, colas interminables y un barrio que durante horas deja de parecerse a sí mismo. La rentabilidad lo justifica todo, pero no siempre mide lo que se pierde. Cada vez veo más maletas rodando, más viviendas orientadas al turismo de paso y menos opciones reales para que un joven pueda empezar su vida aquí. No es solo un problema económico: es la sensación de que la ciudad cambia demasiado deprisa para quienes la habitamos. Sobre mi mesa siguen unas castañuelas. Sencillas, calladas. Un recordatorio de que también existe una música propia que no deberíamos olvidar.

Isaac Sanz Alonso. Madrid

Divide y vencerás

Hemos llegado al punto ridículo en que ya no discutimos ideas: pasamos exámenes de pureza ideológica. O estás conmigo o eres enemigo. Hemos sustituido el debate por un bloqueo emocional que nos impide hablar y escuchar. Y lo peor es que lo aceptamos. Estamos dando por válida la tozudez como prueba incuestionable de la verdad, como si insistir bastara para tener razón; donde gana el de mayor nivel de irritación. Pero la crispación no es algo casual: es de manual. Mientras nosotros los ciudadanos nos enfrentamos en las mesas y en las redes sociales, algunos políticos siguen con su juego. Porque lo cierto es que convertir el debate en una guerra doméstica no nos aporta nada; a ellos, sí. La jugada es vieja: divide y vencerás. Y no aprendemos… Así nos va.

Valentín Rodríguez. Huelva

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