París, 13 de noviembre de 2015: el salto a la locura
El Estado Islámico desencadenó hace diez años el horror en las calles de la capital francesa
Emmanuel Carrère explica en la primera de las crónicas que escribió sobre el juicio por el ataque terrorista del 13 de noviembre de 2015 en París que una de las cuestiones que le interesaban de aquel proceso, que tuvo lugar en el Palacio de Jus...
Emmanuel Carrère explica en la primera de las crónicas que escribió sobre el juicio por el ataque terrorista del 13 de noviembre de 2015 en París que una de las cuestiones que le interesaban de aquel proceso, que tuvo lugar en el Palacio de Justicia de la capital francesa entre 2021 y 2022, era el momento en que dentro de una religión empieza la patología. “Cuando se trata de Dios, ¿dónde empieza la locura?”, se pregunta. Y esa cuestión está presente cada vez que la violencia se desata hasta límites insoportables, y resulta incomprensible que existan personas que se comprometan en convertir la vida en un infierno. Y no siempre por creencias religiosas, también por imperativos ideológicos.
Han pasado diez años desde aquella atrocidad que se produjo en París y que conmocionó al mundo entero. Los hechos se vuelven a recordar estos días y la narración se escucha como si llegara desde lejos mientras se pasan las cuentas de un rosario y se tiene la mirada absorta en el vacío, todavía perplejos y en shock. Así que imaginen a quienes estuvieron cerca, golpeados directamente por el horror. Todo empezó a las 21.20 del viernes 13 y terminó el sábado a la 1.40. Fue una acción orquestada en la que participaron nueve hombres que llevaban armas y cinturones explosivos. Dispararon de manera obsesiva y meticulosa, mataron a 130 personas e hirieron a 350. Cerca del Estadio de Francia, cayó una; en la sala Bataclan, 90, y 39 en varias terrazas y restaurantes de los distritos 10 y 11. “Antes de desembocar en la calle Charonne, el Seat del trío que iba a ametrallar las terrazas paró en el semáforo, a la altura de los transeúntes”, cuenta Carrère. “Uno de los terroristas bajó la ventanilla y dijo: ‘Somos el Estado Islámico, que ha venido a degollaros’. Luego, al arrancar, añadió: ‘No es broma”.
No lo fue. Durante el juicio, uno de los psiquiatras que fueron interrogados explicó que “el mal se perpetra rara vez en nombre del mal, sino casi siempre en nombre del bien, y qué gran protección psíquica, qué consuelo narcisista ofrece a una personalidad débil adherirse a un sistema de creencias sin fisuras como el fanatismo político-religioso”. Carrère recoge en otra de las piezas que fue publicando este periódico, y que se reunieron en V13. Crónica judicial (Anagrama), el testimonio de uno de los jóvenes radicalizados que estuvieron de alguna forma implicados en la masacre. Explicó que yihad, en árabe, “significa simplemente el esfuerzo que hace cada quien todos los días para ser mejor”.
Así que asesinaron sin piedad para ser mejores, y luego se suicidaron para entrar como mártires en el paraíso. De eso va la locura que quiso explorar Carrère. Hubo un décimo terrorista, Salah Abdeslam, que se separó del grupo y que al final renunció a activar su cinturón de explosivos. ¿Qué le ocurrió para echarse atrás? ¿Miedo? ¿Compasión por las víctimas? Entró el primer día del juicio en el Palacio de Justicia con un punto de descaro y presumió de ser combatiente del Estado Islámico. Como no fue capaz de dar el paso, con el tiempo fue dándose cuenta de que se había convertido en un traidor. Carrère lo tiene delante y observa que no sabe quién es y que, desde el día del atentado, “oscila entre estas dos representaciones de sí mismo: el heroico combatiente que ha tenido una mala racha y el pobre diablo extraviado de Molenbeek que en un momento dado ha seguido el rumbo equivocado”. Diez años después, sigue doliendo ese enigma: ¿de qué materia estaba hecha la convicción de los otros nueve que sí fueron capaces de dar el salto a la locura?