Un último servicio, Majestad
Antes de escribir sus memorias, el rey emérito debería haber pensado en el interés de España y en el de la propia Monarquía
No se puede ser héroe y poeta. Las gestas o se cantan o se protagonizan. Pero el papel de un estadista responsable jamás puede ser ajustar cuentas ni proponer una reconciliación a través de unas memorias. Esto vale para un presidente y es obligado para un rey. Sob...
No se puede ser héroe y poeta. Las gestas o se cantan o se protagonizan. Pero el papel de un estadista responsable jamás puede ser ajustar cuentas ni proponer una reconciliación a través de unas memorias. Esto vale para un presidente y es obligado para un rey. Sobre todo, porque el pacto con la historia, en quienes han tenido biografías destacadas, no puede depender del propio testimonio. Lo elegante es que hable la vida y nunca la persona.
La publicación de las memorias de don Juan Carlos constituye una temeridad. Para muchos, el crédito del rey emérito depende de su innegable aportación a la transición democrática. Para otros, los escándalos posteriores empañan el legado juancarlista. Para casi todos ya, su trayectoria siempre será bipolar y solo podrá explicarse a partir de un endiablado claroscuro. Lo malo es que hace ya casi medio siglo de sus mejores méritos y estas memorias vuelven a situar en tiempo presente unas manchas tan injustificables como impropias.
A un rey, la dimensión personal solo debería importarle para inspirar virtud. Su compromiso con la historia, con la nación y con la institución que encarna debería situarse muy por encima de las cuitas humanas y falibles que todos habitamos. Por eso, don Juan Carlos, antes de escribir sus memorias, debería haber pensado en el interés de España y en el de la propia Monarquía. Pues para un monárquico, y es de esperar que quien fue rey lo sea, el futuro de la Corona debería prevalecer por encima de la memoria propia.
En un marco democrático, la excelencia en el ejercicio es el único argumento de legitimación para una monarquía. Cada exceso de don Juan Carlos, cada tropiezo y cada charco no hacen más que redoblar la exigencia y la vigilancia con la que se escrutan las acciones de su sucesor. El compromiso de Felipe VI y de la reina Letizia ha conseguido mantener el afecto mayoritario entre los españoles. Y la avisada madurez de la princesa Leonor también se distingue como un activo al servicio de la continuidad monárquica.
Si don Juan Carlos cree que la España de hoy es injusta al considerarlo, lo que se espera de alguien que fue rey es que haga un ejercicio de entereza y que espere a que sea la historia la que lo juzgue. Habría sido un digno último servicio pero, por algún motivo, ha renunciado a despedirse con un gesto de magnanimidad y de prudencia. Más allá de consideraciones regias o manuales de gobierno, es incomprensible, no ya que un rey, sino que un abuelo, insista en ponérselo tan difícil a su nieta.