La importancia de vivir en comunidad
Los lectores y las lectoras escriben sobre los lazos vecinales, la polarización sociopolítica y la presión estética que soportan las mujeres
Ayer me acordé de Ana. Era la bondad y generosidad encarnadas en la vecina de arriba. La puerta abierta y un plato caliente en la mesa siempre tenía. Más que la abuela de mi amigo era la amiga de mi familia. Incluso nos preparó una habitación con la esperanza de que reformásemos nuestro piso y no nos mudásemos. Hoy, Ana no está, y yo vivo en una gran ciudad. No conozco el nombre de ninguno de mis vecinos —salvo el de la dueña de todos los inmuebles del edificio—. Con mucho esfuerzo intercambio una tímida conversación con los más mayores del portal; solo con quienes se preguntan quiénes serán las caras nuevas que tan pronto como vienen se van. Y es que esa curiosidad es normal: mi compañero de piso y yo también comentamos los rostros desconocidos al pasar. Me dicen que las redes de cuidados entre extraños en un mundo tan desconectado no son lo normal. Y yo me pregunto cómo se puede soportar la carga existencial sin un mínimo sentimiento de comunidad. ¿Hoy alguien más se acuerda de la vecina de arriba?
Unai Sarriés Serrano. Barcelona
Una sociedad binaria
Inmersos en un proceso reduccionista, nuestra sociedad se está polarizando cada vez más, de manera que obliga a sus ciudadanos a situarse ideológicamente de una forma matemáticamente binaria, en dos únicos compartimentos estancos opuestos sin margen al mínimo matiz o discrepancia. Está mal visto que alguien se salga mínimamente de la ideología predefinida, porque en caso contrario se le cataloga, de una manera peligrosamente tribal, de enemigo extremista (se pueden adivinar infinidad de calificativos actualmente en auge). Esto está dando lugar a que seamos cada vez más intransigentes con aquellos que se desvíen mínimamente de la doctrina preestablecida, creando individuos menos críticos, más pobres intelectualmente y tremendamente amorfos y planos; y a que se genere el caldo de cultivo propicio para la expansión de todo tipo de totalitarismos o fanatismos.
Carlos Rivas Martínez. Madrid
De la balanza al poro
Durante años, el ideal fue entrar en una talla. Hoy, para la generación Z, el objetivo es la piel perfecta. Cambió el escenario (del cuerpo al rostro), pero no la presión. Ya no se cuentan calorías: se cuentan pasos de skincare, capas de sérums y gadgets “imprescindibles”. El eslogan también mutó. Antes: “Adelgaza para gustar”. Ahora: “Cuídate para quererte”. Bajo la suavidad, la misma lógica: controlar el cuerpo como medida de valor. Y una industria que capitaliza inseguridades vende la perfección como posible… siempre con un producto más. Hay un silencio incómodo: envases que se acumulan, ingredientes que arrasan ecosistemas, químicos que acaban en el mar. La industria que promete pureza deja huellas sucias. No se trata de demonizar cremas. El problema empieza cuando el cuidado se vuelve vigilancia y el neceser crece más que la autoestima. La delgadez de las mileniales y la piel cristalina de la gen Z: distinto traje, misma jaula. ¿Es libertad si solo cambiamos de obsesión?
Fiona Dobal. Madrid