De zorras a monjas
¿Dónde está lo monjil en todo lo que hace Rosalía? ¿En la riqueza en la que vive, en la hipersexualización con la que se presenta en público y en los vídeos en los que se supone expresa su recién descubierta espiritualidad?
Se vienen anunciando el regreso de Dios, la religión y, por lo que parece, las monjas. Porque Rosalía sale con el pelo cubierto en la portada de su último disco y ...
Se vienen anunciando el regreso de Dios, la religión y, por lo que parece, las monjas. Porque Rosalía sale con el pelo cubierto en la portada de su último disco y afirma practicar un celibato voluntario y está más espiritual que nunca. Como en tantos otros fenómenos de nuestra cultura posmoderna, lo importante aquí no es lo que es o deje de ser la artista sino lo que da a entender y las múltiples interpretaciones que se pueden hacer de su trabajo. Una mujer con el pelo cubierto por una pañoleta blanca y el cuerpo aprisionada por una camisa de fuerza ¿es una monja? ¿Dónde está lo monjil en todo lo que hace la catalana? ¿En la riqueza en la que vive, en la hipersexualización con la que se presenta en público y en los vídeos en los que se supone expresa su recién descubierta espiritualidad? Ni abstinencia, ni modestia, ni renuncia al cuerpo, nada de eso veo yo en la cantante, pero igual mi astigmatismo me impide ignorar todas esas contradicciones. Si en algo es buena Rosalía es en cultivar la ambivalencia, tan efectiva hoy para ampliar audiencias. Así se seduce a los más modernos mientras se atrae también a los neoconservadores que creen en criaturas superiores e invisibles. Es música, es arte, es reinterpretación de imaginarios y símbolos, es lo que tiene que hacer cualquiera que se dedique a la creación.
El problema es cuando esa reapropiación de ciertos elementos resulta tramposa al ignorar su contenido más turbio y perjudicial. Rosalía es ahora monja y a las jóvenes les va a dar por meterse en un convento pero ¿alguien sabe en realidad qué es una monja? Pues una cosa es lo que se representa a nivel audiovisual en esas fantasías animadas y otra lo que parecen ignorar de manera deliberada: que estamos hablando de unas mujeres sometidas largo tiempo por la estructura de dominación masculina que es la Iglesia. Yo trabajé unos meses con un par de hermanas mayores, de las de verdad y sus vidas no son, ni de lejos, reinterpretables: “solo teníamos dos salidas”, me dijo una de ellas, “casarnos con un hombre o casarnos con Dios”. Y casarse con el Altísimo supuso aceptar una vida al servicio de los mosens para quienes cocinaban y limpiaban incluso entonces, cuando se desplazaban cojeando agarradas a un carrito. Intuí en ellas unas vidas de abnegación y encierro y renuncia y dolorosa represión. Lo sorprendente es que quienes hace dos días nos animaban a ser zorras ahora nos dicen que nos hagamos monjas. A ver qué será lo próximo en este mundo que más que líquido parece vapor, gas evanescente.