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Los muertos del cambio climático

La falta de acciones contundentes contra el calentamiento global pone en riesgo la vida de millones de personas

El cambio climático ya mata por millares. A esta trágica evidencia han puesto de nuevo números incontestables los científicos. El noveno informe Lancet Countdown, que desde 2016 estudia la relación entre el calentamiento global causado por el ser humano y la salud, calcula que solo las muertes vinculadas al calor han aumentado un 23% desde los años noventa. Entre 2012 y 2021 se registraron anualmente de media en el mundo 546.000 muertes asociadas a las altas temperaturas. 1.500 muertos cada día. El estudio detalla que en España los fallecimientos anuales por esa misma causa ascienden a 5.800, el doble que en los noventa. En lo que va de año, el sistema de monitorización de la mortalidad diaria por todas las causas del Instituto de Salud Carlos III cifra ya en 5.623 el exceso de fallecimientos atribuibles a las temperaturas, fundamentalmente por las olas de calor que se encadenaron desde el final de la primavera y durante el verano.

Cualquier otro acontecimiento que estuviese causando una mortandad así hubiese suscitado una reacción contundente de la comunidad internacional. En cambio, la respuesta al calentamiento impulsado por las emisiones de gases de efecto invernadero ya no es solo el negacionismo ultra: tanto o más peligroso resulta el repliegue global de las políticas para hacerle frente, que lamentablemente ha arraigado entre algunos socios de la UE. El informe de Lancet es contundente: “El retroceso político en la acción climática y sanitaria amenaza con condenar a millones de personas a un futuro de enfermedades, desastres y muerte prematura”. El negacionismo climático mata; la inacción, también.

Hace 10 años, el Acuerdo de París estableció que el incremento de la temperatura global no debería rebasar los 2 grados con respecto a los niveles preindustriales. Y, en lo posible, quedar por debajo de los 1,5, barrera que por vez primera se rebasó el año pasado. Ambos objetivos resultan cada vez más difíciles de conseguir porque, lejos de reducirse, la quema de combustibles fósiles, principal causa del calentamiento, sigue su marcha.

Pese a la situación de alarma que refleja la avalancha de datos y estudios científicos, la acción de los Gobiernos va en muchos casos en dirección contraria. Por ejemplo, a la hora de invertir fondos públicos: al dispararse los precios de los combustibles fósiles, los gobiernos gastaron 956.000 millones de dólares en ayudas públicas al petróleo, el gas y el carbón en 2023, tras la crisis provocada por la invasión de Ucrania. En el caso de España, ascendieron a 6.810 millones de dólares. En ese escenario, todos y cada uno de los años desde la firma del Acuerdo de París han sido, sucesivamente, los más calurosos desde que hay registros. Pese a los llamamientos para hacer frente con decisión a la emergencia climática, las emisiones de gases de efecto invernadero alcanzaron niveles récord también en 2024.

Además de las olas de calor, los fenómenos meteorológicos extremos cebados por la crisis climática van a ser cada vez más frecuentes y peligrosos, cobrándose miles de vidas y miles de millones en pérdidas económicas. La evidencia científica es ya irrefutable. Negarlo es suicida; no actuar en consecuencia, también. Muestras dramáticas hemos tenido en España el último año, con la dana de 2024 y los explosivos incendios del verano pasado. A una semana de que empiece en Brasil la COP30, hay que insistir en que el cambio climático está desestabilizando más rápido de lo previsto las condiciones ambientales de las que depende la vida humana. Y dejando como prueba miles de muertes.

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