Ir al contenido

Espaguetis que pegan

Nadie sabe cuándo serán las próximas elecciones, pero a todo el mundo se le ha metido el runrún en el cuerpo, y en los partidos andan afinando el oído

No conozco a demasiados asesores políticos fiables. En general, el gremio lo pueblan conseguidores de desigual fortuna, espídicos gabineteros y chavales que dicen cosas que parecen inglés, pero que no son exactamente inglés. También hay algunas excepciones y, entre los pocos asesores honestos con los que he coincidido, uno me confió la que puede que sea la verdad del oficio: en el ...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

No conozco a demasiados asesores políticos fiables. En general, el gremio lo pueblan conseguidores de desigual fortuna, espídicos gabineteros y chavales que dicen cosas que parecen inglés, pero que no son exactamente inglés. También hay algunas excepciones y, entre los pocos asesores honestos con los que he coincidido, uno me confió la que puede que sea la verdad del oficio: en el fondo no sabemos nada, me dijo. Nos limitamos a tirar espaguetis contra los azulejos de la pared de la cocina y, en ocasiones, hay alguno que va y se pega. A partir de ese accidente, después, hacia atrás, reconstruimos la teoría. Así describe la cosa uno de los buenos.

El consejo político es como la alineación de la selección: todo español que se precie tiene alguna propuesta, cuando no una estrategia definitiva. Lo que habría que hacer se antoja sencillo, y un José Luis medio te puede explicar, en el trayecto del ascensor, una genealogía probable del conflicto en Oriente Medio o la causa del colapso de las democracias liberales.

Nadie sabe cuándo serán las próximas elecciones, pero a todo el mundo se le ha metido el runrún en el cuerpo, y en los partidos andan afinando el oído y haciendo preguntas. En el PP se afanan por encontrar una relación no suicida con Vox, y en el PSOE confían, con sonrisa nerviosa, en que el adversario vuelva a pegarse un tiro en el pie. En Sumar no quieren molestar a los hermanos mayores, pero saben que o se distinguen de los socialistas o desaparecerán. Todas las siglas tienen su asiento en el festín de la inquietud y, si en Junts andan preocupados con Sílvia Orriols, en el PNV algunos sacan el metro para calcular cuándo debería comenzar la frenada para que el ascenso de Bildu no sea letal. Todos andan haciendo cálculos y recabando intuiciones para trazar una estrategia que, a la fuerza, deberá su éxito a variables no tangibles y al concurso del azar.

En escenarios tan volátiles, me pregunto si no merecería la pena recuperar algún principio como hoja de ruta, y si no sería más fácil —y acaso más noble— desempolvar alguna idea de deber. De hecho, ninguna opción ideológica triunfa renunciando a sus propias utopías. Cuando nadie sabe qué demonios hacer, tal vez sería útil recuperar, así sea como hipótesis de trabajo alternativa, la opción de las convicciones. Caben peor en los colorines del PowerPoint y, a lo mejor, no inspiran gráficas dinámicas ni efectistas. Pero un criterio moral sincero puede acabar siendo el mejor patrimonio que cualquier político pueda tener.

Sobre la firma

Más información

Archivado En