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Si Pedro Sánchez gana las elecciones de 2027

El Gobierno cree que su mayor baza en lo que queda de legislatura no es aprobar unos presupuestos sino lanzarse a la batalla cultural. De eso han ido las últimas semanas

Pedro Sánchez quiere ganar las elecciones de 2027. No es tan descabellado pensar que eso pudiera ocurrir, viendo el estancamiento del Partido Popular en varias encuestas. La actualidad judicial se recrudece, pero aún queda mucho tiempo por delante. El Gobierno ha llegado a la conclusión de que s...

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Pedro Sánchez quiere ganar las elecciones de 2027. No es tan descabellado pensar que eso pudiera ocurrir, viendo el estancamiento del Partido Popular en varias encuestas. La actualidad judicial se recrudece, pero aún queda mucho tiempo por delante. El Gobierno ha llegado a la conclusión de que su mayor baza en lo que queda de legislatura no será aprobar unos presupuestos ni exhibir músculo de gestión, sino lanzarse a la batalla cultural, a izquierda y derecha. De eso han ido las últimas semanas. La Moncloa ha sacado del cajón la propuesta de Sumar sobre incluir el derecho al aborto en la Constitución, tras los últimos envites de Vox. Sin embargo, cabe sospechar que el objetivo del Gobierno no pasa tanto por blindar ese derecho como por arrinconar a un PP timorato ante el auge de la ultraderecha. Si la reforma se llevara a cabo mediante el procedimiento que publicó EL PAÍS, el derecho a la interrupción del embarazo podría quedar incluso menos protegido que ahora. Así lo explican catedráticos de Derecho Constitucional como Miguel Presno Linera. Al incluirlo en el artículo 43 de la Carta Magna —en lugar del artículo 15, para evitar la reforma agravada del texto constitucional, que implicaría convocar elecciones y celebrar un referéndum—, el aborto podría perder su actual estatus de derecho fundamental. Se podría regular —a la baja— por ley, y quizás no podría ser protegido por el Tribunal Constitucional. Sánchez ha encontrado así un filón para dejar fuera de juego a Alberto Núñez Feijóo, aunque sea a costa de alimentar a la derecha más desacomplejada. Isabel Díaz Ayuso ya ha entrado en la polémica.

Cada vez resulta más difícil imaginar cuál será la correlación de fuerzas en la derecha de aquí a las elecciones, ante el posible crecimiento del partido de Santiago Abascal. Hay quien se pregunta si en Génova 13 acabará cundiendo el pánico, hasta el punto de que alguien se amotine contra Feijóo, o si los altavoces conservadores de la M-30 terminarán cuestionando al líder popular antes de que se abran las urnas. No es la primera vez que el Gobierno deja al PP nacional en tierra de nadie. Ocurrió antes con la guerra en Gaza: mientras Ayuso se mostraba más cercana a la defensa de Israel, la izquierda insistía en que Feijóo pronunciara la palabra “genocidio”. Algunos barones lo hicieron, pero fue otro ejemplo más de cómo coger al líder popular con el pie cambiado.

El caso es que, para ganar las elecciones, el presidente del Gobierno también necesita fulminar a los partidos a su izquierda. Estos parecen ya más una serie de grupúsculos basados en filias y fobias personales que proyectos con vocación transversal o de transformación real de España. El ejemplo es Podemos: cada vez habla a un nicho más escorado a la izquierda, y sus dirigentes parecen ansiar últimamente más escandalizar y ser noticia que lograr mejoras políticas. Hablan de expropiar en materia de vivienda, se opusieron a la cesión de competencias migratorias a Cataluña —y eso que venían de ser el partido de la plurinacionalidad—; ahora, incluso, el acuerdo de alto al fuego en Gaza parece hasta saberles a poco. Da la impresión de que con obtener cinco escaños ya se conforman: lo suficiente para tener altavoz y sitio en el Congreso. Sumar, además, apenas se distingue ya del PSOE en la mayoría de sus planteamientos.

Ante ese escenario, Sánchez es hoy el líder indiscutible de su espacio. Se puso al frente de la defensa de Palestina, hasta celebrando la movilización callejera, y dejó con ello fuera de juego a sus competidores más activistas. Ahora enarbola la bandera del aborto y del feminismo más alto que Irene Montero: el PSOE teme flaquear con el voto femenino, viendo la doble moral de algunos de sus exmiembros en torno a la prostitución. Incluso, no sería tan raro pensar que el Ejecutivo ha evitado felicitar a María Corina Machado por su Nobel de la Paz para no darle oxígeno ni a Sumar ni a Podemos, después de que estos últimos calificaran a la opositora venezolana de “golpista”.

Sin embargo, algunos creen que es imposible que el PSOE gane las elecciones, viendo cómo arrecia el panorama judicial. La realidad es que el Gobierno ha instaurado una suerte de “nueva normalidad”, en la que tener al fiscal general, a la esposa del presidente o a su hermano en procedimientos judiciales —aderezado con críticas a los jueces— no produce ya ningún escándalo entre las propias filas. En esa “nueva normalidad”, tener a un ex secretario de Organización como Santos Cerdán en prisión provisional pasa incluso por una anécdota. Y es que la polarización se caracteriza por un factor clave: los del propio bando están cada vez menos dispuestos a pedir explicaciones a sus líderes o a fiscalizarlos. Es preferible transigir con lo que haga falta, y mantener las filas prietas, antes que ver perder el poder a los propios. Se considera más aceptable no convocar elecciones, pese a la parálisis legislativa, que permitir la llegada de otro Gobierno. Si Pedro Sánchez gana en 2027, será porque esa premisa le habrá funcionado: laminando a Sumar, alimentando la pujanza de Vox y dejando al PP de Feijóo ante una gobernabilidad muy complicada.

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