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Opinión

El asalto fascista y la metamorfosis ovidiana del mundo

La amenaza existencial que se cierne sobre la democracia en este tiempo de transformaciones reclama sepultar la miope polarización y abrazar la discorde concordia del poeta romano

El mundo se halla en una época de asombrosa, inquietante metamorfosis. El cambio es, por supuesto, un atributo constante de la vida, pero en algunas fases se manifiesta con intensidad especial. Esta es una de ellas, con un calentamiento global pavoroso, revoluciones tecnológicas portador...

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El mundo se halla en una época de asombrosa, inquietante metamorfosis. El cambio es, por supuesto, un atributo constante de la vida, pero en algunas fases se manifiesta con intensidad especial. Esta es una de ellas, con un calentamiento global pavoroso, revoluciones tecnológicas portadoras de transformaciones que cuesta hasta imaginar y una agitación geopolítica mayúscula en la cual el orden anterior se desmorona. En medio de todas estas convulsiones, se libra un feroz asalto contra la democracia y los derechos humanos, que ya ha generado una grave involución en muchas sociedades, y más estragos promete para el futuro próximo.

Avanzamos a velocidad extraordinaria en la oscuridad, cargados de incertidumbres. En estas circunstancias, a veces, luces del pasado ayudan a alumbrar el camino del presente. Una de ellas tal vez sea las ‘Metamorfosis’ de Ovidio, que dos milenios después siguen arrojando manantiales de sentido para interpretar el mundo.

Las historias mitológicas recogidas en el poema son, por sí mismas, envoltorios de mensajes poderosamente vigentes y elocuentes. La loca, arrogante osadía de Faetón que quiso conducir el carro del sol sin conocimiento, y en su desvío abrasó parte de la tierra -símbolo del cambio climático causado por la ciega estupidez del ser humano-; la célebre vicisitud de la Medusa, que petrificaba a quienes la miraban en los ojos -horrible estandarte de la fuerza hipnótica e imbecilizadora de las redes sociales-; las pulsiones depredadoras de dioses y semidioses -que hacen pensar tanto en la violencia de género como en los abusos de ciertos tecnoemperadores-.

Pero con su arrolladora narración de mundos que interactúan, dioses, seres humanos, otros animales, mundo vegetal, mundo mineral, Ovidio acompaña nuestra mirada hacia un nivel superior de reflexión, hacia la dicotomía entre el engendro monstruoso de la interacción abusiva, y la bella generación de vida del encuentro respetuoso. Unos versos del primer libro (430-433) encierran cristalinamente esa lección: “Cuando la humedad y el calor han conseguido un equilibrio, conciben, y de estos dos nacen todas las cosas; y aunque el fuego lucha con el agua, el vapor húmedo crea todas las cosas, y la discorde concordia es fecunda”. Fuego y agua son una polarización estéril, mientras la discorde concordia, el vapor húmedo, son la fertilidad. Ellas son la mejor esperanza para dar a luz una defensa eficaz de democracia y derechos humanos.

La democracia está en retroceso en el mundo desde hace años según recogen los principales estudios internacionales. Ese retroceso tiene ahora visos de convertirse en colapso. No todas las fuerzas nacionalpopulistas son abiertamente antidemocráticas, pero muchas lo son -véanse Trump, Bolsonaro, Orban, el PiS en Polonia, Bukele, etc.-.

A pesar de la evidencia de estos síntomas, abundan los líderes que ante la alerta no ven o prefieren no ver, entregándose cuerpo y alma a tácticas polarizadoras que tal vez les permitan ganar la siguiente elección, pero por el camino destrozan los puentes necesarios para la defensa de la democracia y de los derechos humanos. Tristemente aplatanados en el eje horizontal derecha/izquierda olvidan el crucial eje vertical, democracia/autoritarismo.

El asalto carga con un vigor sin antecedentes en décadas. Las palabras deben utilizarse con mesura -de otra forma pierden sentido- pero ya disponemos de pruebas suficientes para decirlo: hay una ola fascista que se está desplegando, en el sentido del fascismo eterno descrito por Umberto Eco hace justo 40 años, que no es un sistema dogmático rígido, sino un modo de pensar, una nebulosa de instintos. Se ven muchos de los rasgos que Eco señaló: el culto de la tradición, la estigmatización del desacuerdo como traición, la apelación a las clases medias frustradas, la obsesión por los complots, el uso de un léxico pobre para inhibir razonamientos complejos.

El fascismo se reencarna con distintas formas. Es un monstruo que metamorfosea en el eje del tiempo, y en el del espacio. Como dijo Eco, es un juego que se puede jugar de distintas maneras. Tenemos encarnaciones fascistas de distintas índoles en Oriente y en Occidente. Pero en ambos lados, en diferentes contextos, vemos liderazgos que buscan suprimir la libertad de expresión, usar la fuerza del Estado contra los rivales políticos, debilitar o arrollar los contrapesos constitucionales. En ambos casos, las nuevas tecnologías y sus señores redoblan la peligrosidad de la amenaza antidemocrática.

Los partidarios de la democracia y de los derechos humanos se hallan en medio de este doble asalto. Pierden terreno, son cada vez menos y, desgraciadamente, muchos de ellos están más enfocados en defenestrar a su rival ideológico que en defender juntos el templo democrático. Los chamanes de la polarización encandilan tanto que se pierde de vista lo esencial.

Una vibrante dialéctica política en el eje tradicional de conservadurismo y progresía es fundamental para la democracia. Lo que no es necesario es llevarlo al extremo polarizador que dificulta el funcionamiento de la misma -dando alas al descontento- e impide que se puedan cerrar filas en su defensa cuando desde un extremo llega un asalto.

Ni la ofensiva fascista ni la polarización son fenómenos meteorológicos, tienen responsables humanos concretos, y esas responsabilidades tienen distintas graduaciones. Por supuesto hay terribles dictaduras implantadas por fuerzas sedicentes de izquierdas, como las de Cuba, Venezuela o Nicaragua. Y hay preocupantes fenómenos de erosión democrática también impulsados por fuerzas que se declaran progresistas, como con el episodio de la espantosa reforma judicial de López Obrador en México. Pero quien observe con honestidad intelectual, sabe que el reto principal de nuestro tiempo es el asalto de corte fascista del nacionalpopulismo derechista.

En cuanto a la polarización, la casuística es variada. Sin duda han tenido papel protagónico fuerzas de izquierda como Podemos o La Francia Insumisa. Pero hay un patrón fundamental recurrente. Ante el empuje de las fuerzas nacionalpopulistas, las derechas presuntamente moderadas se radicalizan y abrazan la polarización extrema como táctica para frenar la hemorragia. Por lo general, no sirve para eso, pero sí para destrozar los niveles mínimos de concordia. He aquí un nudo crucial, que no borra las graves responsabilidades de fuerzas socialdemócratas que también usan la polarización para movilizar a sus votantes, y secretamente se alegran de un auge ultraderechista que fragmenta el voto del otro polo.

La encrucijada es diabólica. La derecha presuntamente moderada se radicaliza para evitar el sorpasso de la extrema; la socialdemocracia polariza para evitar la llegada al poder de aquel inquietante conglomerado. Esas urgencias aprietan. Pero en el cálculo del presente estamos incendiando los consensos que amarran el futuro de la democracia. Nos quemamos en la furia polarizadora en vez de armar un amplio frente antifascista, antitecnoimperios.

Sería ingenuo pensar que esa deriva pueda revertirse del todo en el corto plazo. Pero es una resignación inaceptable renunciar a rebelarse ante ella, renunciar a exigir que algunos recapaciten. En la derecha moderada recae la responsabilidad fundamental de no hacer seguidismo de ciertos excesos. Los progresistas deben ser inflexibles en la defensa de principios de igualdad entre hombres y mujeres, de la cohesión social, pero deberían ahorrarse ciertas retóricas simplonas e incendiarias en X, tender la mano en políticas de Estado, abstenerse de colonizaciones institucionales y, sí, facilitar que la derecha moderada aísle la extrema, como ocurre en Alemania, mientras aquella debe facilitar -y no deslegitimar- el gobierno progresista cuando corresponde.

Hay que -y se puede- dar pasos en la dirección del vapor húmedo, de la fértil discorde concordia: ésa es la metamorfosis ovidiana del mundo que hace falta. Es de ahí que podrá brotar la capacidad de convertirnos en Perseos, y conseguir degollar -metafóricamente- el monstruo Medusa que nos petrifica. En la versión del mito que recoge Ovidio, cabe notar, las gotas de sangre que caen al agua de la cabeza cortada por el héroe generan corales, un organismo bellísimo y complejo. Coral.

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