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Ayuso y el invisible Ministerio de Igualdad

La pregunta no es si vivimos un retroceso inevitable, sino quién está permitiendo que ocurra

La provocación de Ayuso sobre el aborto convierte un tema de cumplimiento legal (un registro de objetores que garantice el acceso a un derecho) en otra performance moral maximalista que prioriza la visibilidad ideológica sobre la g...

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La provocación de Ayuso sobre el aborto convierte un tema de cumplimiento legal (un registro de objetores que garantice el acceso a un derecho) en otra performance moral maximalista que prioriza la visibilidad ideológica sobre la gestión sanitaria. Es la estrategia de la presidenta influencer: utilizarlo todo para confrontar. Al reformular el marco del debate desde el acceso a un derecho hacia una supuesta defensa de la vida, hablando de “106.000 personas abortadas”, el resultado es que las mujeres reales que quieren abortar desaparecen, sustituidas por abstracciones morales. El incumplimiento legal no es ya una negligencia administrativa sino pura valentía ética.

En Andalucía, el mismo abandono institucional tiene el disfraz contrario: un fallo técnico puntual. El Gobierno de Moreno Bonilla conocía desde hace más de un año los fallos y retrasos en los cribados de cáncer de mama, pero solo actuó al estallar el escándalo. La respuesta fue circunscribir el problema a “un área muy concreta del Hospital Virgen del Rocío”, pero los radiólogos lo desmienten. El problema es estructural y afecta a todas las pruebas diagnósticas de la región.

La salud de las mujeres sigue estando políticamente instrumentalizada y administrativamente desatendida, y todo esto sucede cuando el Gobierno ha desactivado el Ministerio de Igualdad como espacio de conflicto, convirtiéndolo en un espacio de inacción o de mera gestión reactiva de las mujeres en riesgo. Así sucedió con la crisis de las pulseras antiviolencia. En lugar de plantear un proyecto político audible, Igualdad se dedica a la gestión burocrática, abandonado un marco interpretativo propio y abriendo la puerta a los discursos de ultraderecha. Mientras Ayuso grita “¡Váyanse a abortar a otro lado!”, es Sánchez quien responde desde Moncloa. ¿Pero dónde está la voz institucional específica que debería estar defendiendo estos derechos? Si el gobierno progresista tiene un Ministerio de Igualdad invisible mientras las mujeres esperan un año para un diagnóstico o no pueden abortar, ¿qué diferencia hay con que el ministerio no exista?

Mientras las políticas de igualdad no se implementan efectivamente (pulseras que fallan, cribados colapsados, aborto obstaculizado), el discurso identitario cala en sectores juveniles, más como amenaza percibida que como transformación vivida. Los jóvenes varones que votan a la extrema derecha no han experimentado una opresión real por las políticas de igualdad, pero sí perciben un discurso omnipresente sobre el privilegio masculino mientras no ven mejoras materiales en sus vidas, regidas por la precariedad, el paro y la imposibilidad de emancipación. La extrema derecha les ofrece una narrativa que lo vincula todo: “Estás jodido porque se preocupan de las mujeres, los migrantes y las minorías, olvidándose de ti”.

Pero las mujeres tampoco vemos mejoras materiales. Seguimos esperando diagnósticos, siendo asesinadas y luchando para abortar, pero esto no genera un marco interpretativo movilizador porque el Ministerio de Igualdad no está articulando ese relato. El feminismo institucional ha logrado algo paradójico: ser percibido como hegemónico sin serlo, así que la pregunta no es si vivimos un retroceso inevitable, sino quién está permitiendo que ocurra. Porque mientras la izquierda gestiona el feminismo como si fuera un departamento de recursos humanos, la derecha lo combate como si fuera una guerra cultural. Y en medio de esta batalla de gestos, las mujeres siguen sufriendo (y muriendo) en silencio.

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