Europa arrastra los pies
Putin aprieta. Más que por poner a prueba nuestras defensas, por verificar hasta dónde estamos dispuestos a implicarnos
El aeropuerto de Múnich estuvo dos días cerrado por el avistamiento de drones; unos días antes les tocó a otros como los de Copenhague o Bruselas; en Polonia se interceptaron algunos de la veintena que penetraron en el país; dos aviones de combate rusos invadieron el espacio aéreo de Est...
El aeropuerto de Múnich estuvo dos días cerrado por el avistamiento de drones; unos días antes les tocó a otros como los de Copenhague o Bruselas; en Polonia se interceptaron algunos de la veintena que penetraron en el país; dos aviones de combate rusos invadieron el espacio aéreo de Estonia y en el Reino Unido se quejan de constantes interferencias a los satélites militares británicos; por otro lado, los actos de sabotaje en el ciberespacio, y no solo aquí, están a la orden del día. Lo llaman guerra híbrida, que es una especie de guerra sin frente y sin autoría declarada, aunque a nadie se le escapa que Rusia está detrás de todas estas acciones. Mette Frederiksen, la primera ministra de Dinamarca, ha dicho ya que es la situación más grave desde la Segunda Guerra Mundial. ¿A qué está jugando Putin? La respuesta más generalizada es que lo que busca es poner a prueba la eficacia de las defensas de la OTAN frente a este tipo de ataques y que se generalice la sensación de miedo por parte de la población de los países afectados, amedrentar; hacer ver a los países europeos, sobre todo a los de su parte oriental, que la guerra de Ucrania también les salpica a ellos. Con la secreta esperanza, quizás, de que se presione a las autoridades para buscar una rápida solución de dicho conflicto bélico.
El caso es que nos encontramos en una curiosa situación en la que se diluye la frontera entre guerra y paz, y exige una acción inmediata. ¿Pero cuál? El miércoles pasado, en la reunión informal de los jefes de Gobierno europeos en Copenhague no se llegó a ninguna decisión, aunque sí se planteó la posibilidad de crear un “muro antidrones” en toda la frontera oriental, un espacio de unos 4.000 kilómetros. Como en casi todo lo que afecta a Europa, se quedó en mera propuesta. Como también respecto a la necesidad de liberar los activos rusos congelados para ponerlos al servicio de Ucrania u otros menesteres relacionados con la defensa. Pero el mensaje que se transmitió a Putin fue claro: puedes zurrarnos, amedrentarnos, desestabilizarnos, que seguiremos procrastinando. Como siempre suele ocurrir en la UE, solo los más directamente afectados urgen a la acción. Abundaron, desde luego, los típicos discursos del “hasta aquí hemos llegado”, pero seguimos sin plan.
Y, sin embargo, la situación es más que preocupante, casi existencial. No solo por la necesidad de que no caiga Ucrania; ahora empieza a peligrar también el normal desarrollo de nuestro modo de vida. Por eso Putin aprieta. Más que por poner a prueba nuestras defensas, por verificar hasta dónde estamos dispuestos a implicarnos. Parte de la hipótesis de que se trata de sociedades cobardes y desunidas, incapaces de hacer frente a la amenaza. Su estrategia es bien simple, si Europa reacciona y destina medios, que deberán ser ingentes, para crear el muro defensivo, son recursos que dejarán de ir a Ucrania. Por ese lado obtiene una victoria. Si no lo hace, empujará para buscar el acuerdo que le interesa para cerrar el conflicto ucranio. Bien mirado, es un juego win-win.
La parte buena, empero, es que ha conseguido ponernos ante un espejo. Y la imagen en la que nos contemplamos no es demasiado halagadora: sociedades rasgadas por conflictos internos y ensimismadas en su respectiva burbuja política y mediática, democracias en lucha por mantenerse como tales ante el desafío nacionalpopulista y ahora encima huérfanas de la protección del otrora gran amigo americano. Para reaccionar se precisa una voluntad explícita de estar dispuestos a asumir los sacrificios, solidaridad plena con los más amenazados y conciencia de la urgencia de pasar a la acción. Quienes sigan recelando, que se echen a un lado y dejen actuar a los dispuestos.