Pulseras, eslóganes y chapuzas
Desde el punto de vista de la credibilidad, las excusas vacilantes o tramposas son tan graves como los fallos en sí
El verdadero pánico que el Gobierno pretendía evitar cuando ocultó durante meses los fallos en las pulseras de los maltratadores era el que podía cundir entre sus propias filas. Si el error ha sido lamentable, las explicaciones no han mejorado las cosas: como suele ocurrir, la gestión de la crisis sirve sobre todo para profundizarla. Cada excusa se autodestruía rápidamente, siguiendo los caminos más frecuentados: la noticia era un bulo hasta que se vio que no lo era, afectaría a un 1% de los casos según la ministra de Igualdad y a un número indeterminado según la misma ministra, ...
El verdadero pánico que el Gobierno pretendía evitar cuando ocultó durante meses los fallos en las pulseras de los maltratadores era el que podía cundir entre sus propias filas. Si el error ha sido lamentable, las explicaciones no han mejorado las cosas: como suele ocurrir, la gestión de la crisis sirve sobre todo para profundizarla. Cada excusa se autodestruía rápidamente, siguiendo los caminos más frecuentados: la noticia era un bulo hasta que se vio que no lo era, afectaría a un 1% de los casos según la ministra de Igualdad y a un número indeterminado según la misma ministra, el problema señalado en el informe de la Fiscalía tampoco era para tanto según matizó la Fiscalía, lo más grave es introducir la desconfianza en el sistema, la oposición exagera y lo que realmente mata es el negacionismo. Entretanto, hemos sabido que hubo advertencias del Consejo General del Poder Judicial o que, como ha contado Isabel Valdés, una supervisora del centro de gestión de las pulseras antimaltrato mandó saltarse el protocolo para bajar las alertas, y que Igualdad y Vodafone admitieron en una reunión que las pulseras incumplían algunas condiciones del contrato.
Es cierto que es fundamental la confianza en el sistema, en la respuesta de las instituciones para proteger a las víctimas de violencia de género: para eso es importante reconocer los fallos y corregirlos de manera más transparente. Desde el punto de vista de la credibilidad, las excusas vacilantes o tramposas son tan graves como los fallos en sí: el error produce desprotección de las víctimas e impunidad de los maltratadores; la falta de explicaciones y de asunción de responsabilidades traslada la impresión de que las víctimas son menos relevantes —desde luego menos urgentes— que la conveniencia política.
El autoproclamado Gobierno más feminista de la historia cuenta en su expediente con el fiasco de la ley del solo sí es sí, la fractura del movimiento por la igualdad, la hipocresía que ha mostrado hacia comportamientos machistas en sus propias filas y la costumbre de que cuando las cosas se ponen feas a menudo sale una mujer dando explicaciones imposibles y sometiéndose al interés del líder que está ocupado en misiones más elevadas: en este caso, defendiendo en la Universidad de Columbia la libertad de medios tras atacar durante meses a los medios en su país y criticando en la ONU la xenofobia mientras fracasa su intento de dar las competencias en inmigración a Cataluña para complacer a un partido xenófobo. Los eslóganes son grandilocuentes, pero la gestión de la realidad se revela cada vez más chapucera.