Alzhéimer: oportunidad y desafío
Es necesario acompañar desde los sistemas de salud los primeros avances prometedores contra esta cruel enfermedad
Han pasado más de 120 años desde que el psiquiatra alemán Alois Alzheimer atendiera a Auguste Deter, la primera paciente de un nuevo tipo de demencia que terminaría llevando el nombre de su descubridor. Y, por primera vez en todo este tiempo, se vislumbra la esperanza de una revolución que pueda convertir esta enfermedad en algo distinto a una condena. Primero, se ha avanzado en el diagnóstico: hace apenas 10 años, la única forma de confirmar un caso era analizando el cerebro del paciente después de muerto. La ciencia está permitiendo avanzar rápidamente en el hallazgo de biomarcadores que revelan la presencia de la enfermedad. La segunda pata de la revolución médica que se avecina frente al alzhéimer son los fármacos.
Dos controvertidos medicamentos (lecanemab y donanemab) han conseguido, por primera vez en la historia, ralentizar el avance de la enfermedad. Estos tratamientos son polémicos por su alto coste, cuentan con importantes efectos secundarios, solo benefician a un puñado de pacientes y ni siquiera curan: apenas frenan un 30% el desarrollo de la dolencia. Muchos expertos ven insuficiente el beneficio. Las agencias y los expertos debaten la oportunidad de su aprobación, atendiendo a factores técnicos. Pero al otro lado de la balanza están las personas: es muy difícil cuantificar lo que ese 30% puede significar en la vida de las familias a las que el alzhéimer arrasará emocional, física y económicamente. La esperanza va más allá de esos dos fármacos: hoy hay en marcha 182 ensayos clínicos sobre 138 posibles tratamientos futuros.
La mejora en esos dos ámbitos, el diagnóstico precoz y los medicamentos, hace soñar con un tiempo en que se pueda detectar el alzhéimer antes de que se desarrolle, para iniciar un tratamiento que retrase los síntomas años o décadas. Pero el mayor reto no está en los laboratorios: como señala la revista The Lancet, la oportunidad plantea un desafío para los sistemas de salud y de protección social. El coste del alzhéimer a nivel global es de 1,3 billones de euros y el envejecimiento de las sociedades supondrá que para 2050 se triplique la incidencia de las demencias. Esto exigirá un enorme esfuerzo por parte de los sistemas de salud.
Hasta ahora, las administraciones han mirado hacia otro lado, dejando todo el dolor en manos de las mujeres que en cada familia asumían este esfuerzo en silencio: el 90% de los costes de la demencia en los países de renta alta provienen de cuidados informales directos y gastos no médicos. Pero con diagnósticos y tratamientos, los países no podrán aprovecharse más de esa ambigüedad facilitada por la imprecisión médica y la percepción de que nada podía hacerse. “Me he perdido a mí misma”, dijo Auguste Deter en la consulta de Alois Alzheimer. La ciencia abre la puerta a encontrar a cada paciente del futuro. El esfuerzo colectivo por hacerlo realidad merece la pena.