Profesores en peligro de extinción
Nos enfrentamos a una sequía catastrófica: no hay docentes. Y la ministra Pilar Alegría debería dar prioridad a ese problema
Hace unas semanas, Pilar Alegría se vistió de ministra de Educación para asistir a la Cumbre Mundial sobre Docentes de la Unesco en Santiago de Chile. De sus tres trajes políticos (ministra, portavoz del Gobierno y precandidata autonómica), el ministerial es el más aburrido, pues le obliga a hablar de asuntos que no dan titulares, p...
Hace unas semanas, Pilar Alegría se vistió de ministra de Educación para asistir a la Cumbre Mundial sobre Docentes de la Unesco en Santiago de Chile. De sus tres trajes políticos (ministra, portavoz del Gobierno y precandidata autonómica), el ministerial es el más aburrido, pues le obliga a hablar de asuntos que no dan titulares, por eso lo tiene casi sin estrenar. Así uniformada, y en sintonía con la jerga pedagógica dominante, Alegría habló de cuidar “a quienes nos cuidan desde las aulas”, un tópico para discursear sin decir nada, omitiendo de paso la tragedia de fondo: “quienes nos cuidan”, los profesores, están en peligro de extinción.
Nos enfrentamos a una sequía catastrófica: no hay docentes. Aunque la natalidad se desploma y, en teoría, sobrarían profesores, los colegios no encuentran recambios porque los jóvenes no quieren enseñar. Como en el sacerdocio o en el campo, faltan vocaciones. En 2030, casi la mitad de los maestros de primaria y secundaria de Europa y Norteamérica se retirarán, y nadie sabe cómo van a ser reemplazados. Hoy faltan 4,8 millones en la región, y casi 45 en todo el mundo. No hay datos desglosados para España, pero son claros los síntomas de que la escasez también afecta al país.
Como recoge el inquietante informe de la Unesco que se presentó en la cumbre de Chile, la emergencia es mundial, aunque más grave en la envejecida y menguante Europa. No se puede culpar a la ministra de un problema global, pero sí cabe preguntarle por qué no se deja la piel, como les gusta decir a los políticos, para priorizar el asunto en la agenda política. La catástrofe de las últimas oposiciones a secundaria, que dejaron desiertas una de cada cuatro plazas y un número de suspensos sin precedentes, fue una alerta que no resonó con la fuerza debida y se ha ido perdiendo entre el ruido cotidiano.
Décadas de politización de las leyes educativas, una infradotación presupuestaria (España gasta el 4,7% del PIB, cuando la Unesco recomienda al menos un 5%) y la desatención de un alumnado cada vez más exigente confluyen con un desprecio social exacerbado por una cultura del éxito banal y de exaltación del analfabetismo. A nadie le extraña que la docente sea una vocación en horas misérrimas. Por eso hace falta mucho más que un discurso con frases de autoayuda. Tal vez podríamos empezar por una ministra que ejerciese su ministerio a tiempo completo, y no en los ratos libres que le dejan la portavocía y su campaña electoral. Así, el Gobierno transmitiría la sensación de que este asunto le preocupa un poco.