Armando
Hay pérdidas que suponen un modo de perdernos a nosotros mismos, un vacío en las raíces de la propia existencia
La vida es una inevitable conversación con el sentimiento de pérdida. Cuando se van cumpliendo años, esta conversación se convierte en una costumbre. Uno se acostumbra a despedirse de actores admirados como Robert Redford o de poetas queridos ...
La vida es una inevitable conversación con el sentimiento de pérdida. Cuando se van cumpliendo años, esta conversación se convierte en una costumbre. Uno se acostumbra a despedirse de actores admirados como Robert Redford o de poetas queridos como el ecuatoriano Iván Oñate. Pero hay conversaciones con la vida que se convierten en una discusión íntima, pérdidas que suponen un modo de perdernos a nosotros mismos, un vacío en las raíces de la propia existencia. Ahora se nos ha muerto Armando, el camarero de El Francés, un restaurante de Granada llamado San Remo. Por mucho que en la carta y en la entrada del local ponga todavía San Remo, el restaurante se llamó El Francés desde que en los años sesenta lo abriera Fernando, un maravilloso cocinero español de origen argelino. Un pied-noir. Las ciudades nos hacen y nos deshacen, guardan los argumentos verdaderos de esa realidad que acaba por convertirse en la palabra yo y en la palabra nosotros.
Empecé a ir al Francés en los años setenta, cuando el prestigio de la selección holandesa de fútbol hizo que bautizáramos con el apellido de los hermanos Van der Kerkhof a un jugoso solomillo vestido con una camiseta color naranja brillante. Pasaron los años, y Armando siempre estuvo ahí, como camarero o dueño, como amigo, capaz de ofrecernos chistes de sabor granadino o postres llenos de humor como sus peritas al vino. Las ciudades están dispuestas a encarnarse en un lugar, una mesa que se llena de nombres, fotografías, reencuentros y despedidas. Yo soy el que soy, dicen los dioses. Los humildes seres humanos somos, por ejemplo, un comedor en el que aprendimos a convivir con el hambre y las ilusiones hasta convertir los vasos y los cubiertos en una celebración. Armando siempre estuvo ahí. Su muerte no es solo una despedida, es también una toma de conciencia de que vivir supone aprender a perderse uno mismo en una realidad que poco a poco deja de ser la nuestra.