Si la protesta ‘antiboomer’ cala en España
Francia vuelve a dar prioridad a la defensa del ‘statu quo’ ante una juventud que siente que no recibe lo suficiente de los poderes públicos
Francia ha decidido tumbar a François Bayrou, y seguir condenando a las generaciones en auge al abismo de una deuda pública desbocada. No es muy distinto de lo que ocurre en España: las viejas democracias europeas tienden demasiado a priorizar el statu quo de la gene...
Francia ha decidido tumbar a François Bayrou, y seguir condenando a las generaciones en auge al abismo de una deuda pública desbocada. No es muy distinto de lo que ocurre en España: las viejas democracias europeas tienden demasiado a priorizar el statu quo de la generación baby boom, al coste que sea, porque los partidos se juegan muchísimos votos en ello. Bayrou solo ha puesto el dedo en la llaga: la injusticia que el sistema está cometiendo contra los jóvenes.
Los datos son reveladores. Francia arrastra una deuda del 114% del PIB y un gasto social sobredimensionado, cercano al 56%. Esta semana su prima de riesgo incluso superó a la italiana. La mayoría de la Asamblea Nacional asume ese diagnóstico; la diferencia está en las recetas. Unos, como Bayrou, defendían frenar la deuda cuanto antes mediante ajustes; otros apostaban por subir impuestos, rebajándola de forma gradual, confiando en que Bruselas no se plantara ante la segunda economía del euro por miedo a agitar aún más el malestar social en las calles. El problema es que la deuda pública no es etérea, sino un lastre: impide asumir nuevas prioridades, hipotecando cualquier país a largo plazo. La inestabilidad francesa no es un conflicto de gobernabilidad, sino de futuro y de Estado.
El caso de Francia debe preocuparnos, porque amenaza con calar en España en forma de pulsión antiboomer. A través del meme satírico #NicolasQuiPaie, “Nicolás el que paga”, una parte de la clase media francesa —y muchos jóvenes— llevaba tiempo protestando contra un sistema económico al que sienten que aportan mucho fiscalmente, y del que creen recibir poco. La música seguramente les suena. Corrientes libertarias, populistas y de la ultraderecha gala rápidamente capitalizaron ese movimiento, relacionándolo con las ayudas sociales o los migrantes. En nuestro país, el debate tiene también marcados tintes generacionales: Vox triunfa entre la juventud porque una parte de ella cree que el bipartidismo solo defiende los intereses o el establishment de sus padres, mientras que ellos ni siquiera pueden permitirse una vivienda. Ese malestar es hoy más evidente en la derecha, tras el fracaso de Podemos y el 15-M.
Lo peculiar de Bayrou es haber adoptado ese relato desde dentro del sistema. El ex primer ministro francés es tal vez la única autoridad en Europa que se ha atrevido a alertar de la consecuencia de primar el “confort” o statu quo de los baby boomers, pese a dirigirse con ello a un evidente suicidio político. En España, en cambio, no existe esa misma introspección desde PP y PSOE. La ministra de Seguridad Social, Elma Saiz, afirmó que algunas voces trataban “de sembrar una peligrosa fractura generacional en torno al sistema de pensiones”. Es decir, deslegitimó inquietudes que muchos jóvenes y no tanto —ni tampoco necesariamente fachas— llevan tiempo expresando, aunque no ocupen el centro de la atención mediática.
La realidad es que nuestro sistema de pensiones genera anualmente déficits que suponen un problema a largo plazo. Según datos de Fedea, de los 202.900 millones de euros en pensiones contributivas gastados en 2024, hay 60.000 que no se cubren con cotizaciones sociales, sino con transferencias del Estado y más deuda. Aunque España mantiene por ahora una deuda algo menor que Francia y un PIB con algo más de crecimiento, la consecuencia es la misma: queda un margen menguante para políticas dirigidas a la generación más joven (vivienda, empleo, educación, innovación…). Para hacernos una idea de las magnitudes, como indica el analista en reto generacional Jon González: si sumáramos todo el gasto de Casa Real, sindicatos, Iglesia, Igualdad, Defensa, ingreso mínimo vital, pensiones no contributivas, políticos y asesores, ello solo equivaldría al 15% de los 202.900 millones de euros destinados a las pensiones y su déficit.
Bayrou, además, no es un neoliberal peligroso, sino un heredero de la tradición democristiana, que junto con la socialdemocracia cimentó el Estado del Bienestar en Europa. Su advertencia debería invitarnos a reflexionar sobre cómo hemos llegado hasta aquí: el modelo diseñado en los sesenta ha reventado. Entonces se asentaba en tres pilares —una esperanza de vida en apenas 70 años, que cada generación viviría mejor que la anterior y una demografía constante—. Hoy nada de eso se cumple. Se intenta poner parches atrayendo personas migrantes, pero en ningún sitio está escrito que sea la solución definitiva si los salarios siguen siendo pírricos y la clase media continúa hundida.
En definitiva, aquí como en Francia, la política sigue premiando el pasado frente al futuro. La cuestión es que los baby boomers ya creen en el sistema: permitió a una mayoría realizarse, con mayor o menor sacrificio, porque los años ochenta fueron los de mayor potencial de crecimiento reciente. Distinto ocurre con las generaciones en ascenso, más cercanas a pulsiones autoritarias y no casualmente. Quizás la revolución antiboomer española sea silenciosa, pero ya nos está atravesando: condenar este debate a la marginalidad, o incluso estigmatizarlo, solo agrandará ese latente desarraigo democrático. Toda realidad ignorada acaba cobrando su venganza.