Europa, mírate al espejo e intégrate
La UE se encuentra en un momento crucial: si no se une de verdad, se volverá irrelevante e inviable
Treinta y cuatro años trabajando al servicio de la Comisión Europea en Bruselas, todos ellos en su Dirección General de Competencia, dan para mucho. Dan, por ejemplo, para haber asistido en primera persona a múltiples negociaciones con ministros y autoridades varias de los Estados miembros en las que, tras haber llegado a un acuerdo completo sobre cómo cerrar un contencioso entre la Comisión y ese Estado, ver que, según salía el ministro en cuestión del despacho del comisario, ya estaba su gabinete (y luego él mismo al llegar a su capital) acusando a la Comisión Europea de una decisión profund...
Treinta y cuatro años trabajando al servicio de la Comisión Europea en Bruselas, todos ellos en su Dirección General de Competencia, dan para mucho. Dan, por ejemplo, para haber asistido en primera persona a múltiples negociaciones con ministros y autoridades varias de los Estados miembros en las que, tras haber llegado a un acuerdo completo sobre cómo cerrar un contencioso entre la Comisión y ese Estado, ver que, según salía el ministro en cuestión del despacho del comisario, ya estaba su gabinete (y luego él mismo al llegar a su capital) acusando a la Comisión Europea de una decisión profundamente injusta, dañina para la viabilidad industrial del país y no sé qué otras desgracias bíblicas provocadas por esos peligrosos burócratas sin rostro ni corazón del Berlaymont.
Las criticas, acerbas y exageradas que se dirigen a la Comisión Europea y a su presidenta, Ursula von der Leyen, desde que firmó en Escocia el pasado 27 de julio el acuerdo comercial con Trump, participan de ese mecanismo antes descrito, que consiste en imputar a la Comisión Europea las fallas, indecisiones e incoherencias de los propios Estados miembros, lo que no deja de ser un escandaloso juego del sálvese quien pueda.
Y es que, suponiendo que ese acuerdo comercial con Estados Unidos sea mejorable, la Comisión Europea ha tenido que hacer encaje de bolillos para atender las múltiples y contradictorias peticiones de los Estados miembros: “Cuidado con lo que firmas que pueda afectar a mis exportaciones de coches y maquinaria industrial. Ojo con permitir aranceles que impidan nuestros lucrativos envíos de vinos, licores, productos agrícolas, medicamentos y manufacturados varios. No se te ocurra romper las negociaciones con Washington, por duras que puedan ser sus peticiones, porque los seguimos necesitando militarmente en Ucrania y en la propia Unión Europea”. He aquí, entrecomilladas, algunas de las instrucciones que, a buen seguro, las capitales han dirigido a la Comisión Europea antes de sentarse a la mesa negociadora con Trump. Por eso, y contrariamente a la opinión imperante, considero que el acuerdo firmado es el mejor posible dadas las circunstancias y la indispensabilidad de mantener abierto el mercado americano a los productos y servicios europeos.
Si hay algo que agradecer al histrionismo antieuropeo de Trump y sus asesores es que nos está obligando a mirarnos en el espejo y a constatar que se han terminado abruptamente los tiempos en que, amparados en el paraguas militar americano y su relativa apertura comercial, podíamos vivir cómodamente sin realmente decidir si queríamos seguir siendo la actual constelación de Estados nación, sin músculo suficiente para sobrevivir en un mundo ya no solo globalizado sino de bloques, o transformarnos en una verdadera Unión Europea, de carácter y vocación federal, capaz de mantener su autonomía estratégica y su presencia internacional sin gravosas dependencias de terceros.
Soy perfectamente consciente de las enormes dificultades que conlleva que la actual Unión Europea mute en una verdadera entidad federativa. Tal empeño implicará cambios en los tratados fundacionales, nuevos acuerdos entre los Estados que quieran seguir por esa vía y una inevitable asimetría en la Europa del futuro, puesto que no todos los Estados miembros actuales querrán o podrán aguantar el tirón.
La Unión Europea se encuentra en un momento crucial y, o bien se integra de verdad, por difícil que puede parecer el empeño, o bien es su viabilidad misma la que está en juego. Por eso ni puede ni debe seguir operando con esa regla absurda y paralizante que requiere la unanimidad de todos los Estados miembros para poder tomar decisiones. La Unión Europea corre el riesgo de acabar saltando por los aires (a buen seguro con la ayuda de terceras potencias interesadas en hacerla desaparecer), en ausencia de una verdadera armonización fiscal, de una unión bancaria, de un mercado de capitales, de una hacienda común y de una política exterior, militar y de defensa a nivel europeo, que hagan del euro, tutelado por un omnímodo Banco Central Europeo, una moneda tan atractiva o más que el dólar americano y, pronto, el renminbi chino. El informe de Mario Draghi sobre el futuro de la Unión es, por cierto, un magnífico cuaderno de bitácora aún por implementar.
Es indispensable, además, que la Unión Europea ponga orden en su propia casa. No es de recibo que ciertos Estados miembros “hagan ojitos” al autócrata de Moscú, otros miren antes a Washington que a Bruselas a la hora de tomar determinadas decisiones y, finalmente, algunos den entrada en parcelas clave de sus economías a empresas chinas controladas por Pekín (con lo que eso implica).
Es en un momento de gran tensión y dificultad como el actual (con drones rusos violando el espacio aéreo polaco, como parte de la agresión criminal de Putin contra Ucrania) en el que la presidenta de la Comisión ha pronunciado ante el Parlamento Europeo su esperado discurso sobre el estado de Unión. En él, además de aconsejar a los europeos que vayan preparándose a lo que pueda conllevar un eventual conflicto bélico en nuestro continente, ha anunciado también sanciones comerciales y diplomáticas contra Israel por la actuación criminal de su Gobieno en Gaza, y recordado a la Cámara (y de paso a Estados miembros) que son necesarios nuevos y decisivos avances en relación con el mercado interior en particular, pero no solo, en finanzas, energía y telecomunicaciones. En clave diplomática, pero igualmente entendible, le ha recodado a los Estados Unidos que la autonomía europea a la hora de regular los mercados digitales (liderados en gran parte por las grandes multinacionales americanas) y las políticas y estándares medioambientales, no es negociable.
Es en momentos de gran tensión y crisis como los actuales cuando, históricamente, la construcción europea avanza más y de forma más irreversible. La Unión Europea del (inmediato) futuro, o deviene federal a pasos acelerados, o acabará siendo irrelevante en el mejor de los casos. El futuro es más Europa, no lo contrario.